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XXVII Cuando los lobos salen

—Frank Zóster —repitió Alana, como saboreando el inesperado encuentro—. En mis clases de la universidad había un Zóster, Damián.

—Mi hijo.

Era el abuelo de Martín a quien tenía en frente, bastante increíble para lo joven que se veía. Habría jurado que podía tratarse de un hermano mayor de Damián, pero no de su padre.

De pronto quiso sentarse a comer con él, contarle de su vida y que supiera lo exitosa que era, una mujer digna de formar parte de su familia, no como Damián había creído. "Míreme, ¿le parezco poca cosa?", eso quería decirle.

No le dijo nada porque cayó desmayada a mitad del comedor.

—¿Qué le pasó? —preguntó otro hombre.

—Es sólo un mareo —aseguró Frank, cargándola.

La sacó deprisa de allí antes de llamar demasiado la atención. Evitó los ascensores y subió por las escaleras hasta su habitación en el sexto piso. No pensaba con claridad cuando la dejó en la cama y se lanzó sobre ella. Había pasado mucho tiempo, pero recordaba en detalle el aroma de la hembra más deseada de
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