—No te sentí llegar anoche. ¿Llegaste muy tarde? —preguntó Ximena.Estaban desayunando. —No sé qué hora era.—Pues debió ser muy tarde, tienes unas ojeras espantosas. Alana apenas y había dormido, pensando, intentando entender lo que había ocurrido y convencerse de que no estaba soñando. Las pesadillas y los lobos la habían seguido al mundo de la vigilia y la acechaban cuando estaba despierta.—Me preocupas, amiga. Me preocupa tu salud mental —agregó Ximena. ¡Salud mental! Era increíble para Alana seguir teniendo algo como eso cuando la irrealidad la atacaba de forma tan siniestra y cruel. Tal vez ya estaba loca, tal vez ya venía de vuelta.—Tranquila, Xime. Soy más fuerte de lo que parezco. Ve y descansa, ya me has ayudado lo suficiente. —Eso lo sé muy bien. No estás sola, que nunca se te olvide.En eso ella se equivocaba, Alana estaba completamente sola porque a nadie podía confiarle lo que sabía, lo que había visto en casa de su abuela durante la noche, el modo atroz en que las
Damián se despertó con una punzada en la cabeza, el estómago revuelto y oliendo a alcohol, nada que no se justificara con una noche de fiesta. Él no recordaba haber tenido ninguna noche de fiesta.Recordaba haber salido del departamento de Marcos a eso de las siete de la tarde. En el estacionamiento se había encontrado con Justine, supuso que la muchacha había ido a visitar a su primo. Sabía que se acostaban. En realidad, Justine se acostaba con todo el mundo en la manada. Hasta él había caído en sus redes durante la adolescencia, pero no iba a sentirse culpable por lo que había hecho a los quince años. Ahora él iba a casarse y sólo tenía ojos para Alana. Sólo tenía ojos para Alana, se dijo mientras buscaba sus calzoncillos en aquella habitación. No tenía idea de dónde estaba, pero lo intuía; todo olía a las seductoras feromonas de Justine.¡¿Acaso había enloquecido?! ¡¿En qué momento había cometido tal estupidez?!—Hola, Dami. ¿Listo para más? —preguntó Justine, entrando a la habita
No hubo funeral para la abuela de Alana. El cuerpo fue entregado en un ataúd sellado con indicaciones de ser enviado a un crematatorio, pues la causa de muerte había sido meningitis meningocócica, enfermedad muy grave y contagiosa. Pedro hizo lo que los especialistas le dijeron, ya que lo último que había sabido de Alana era un escueto mensaje de texto. "Lo dejo todo en tus manos"."¿Qué quieres hacer con las cenizas?", le había preguntado él.Ella no contestó, tampoco estaba en su casa. "Se fue de viaje", le había dicho Ximena. "Tiene tanto que procesar, necesita estar en paz".Las cenizas de la abuela esperaban por Alana sobre la chimenea en casa de Pedro. Él y Ximena fueron interrogados por personal médico, que buscaba verificar el estado de salud del círculo social de la abuela para asegurarse que no hubiera un brote de meningitis. Ella les habló de Alana y Martín, pero no les mencionó su paradero pues no lo sabía."Si se contacta con ella, dígale que necesitamos hacerles un cheq
Iver entró a la cabaña y fue directo al baño. Bajo el chorro de agua se deshizo de la sangre que le manchaba las manos. Era mucha sangre, tendría que cambiarse la ropa también. Había pasado mucho tiempo desdes que alguien no lo hacía cansarse. Usualmente conseguía lo que quería mucho antes, conocía técnicas especiales, secretos de los que nadie hablaba, formas sencillas de infligir un dolor insoportable. No era un torturador, claro que no, él no actuaba en beneficio propio ni mucho menos y sólo se ponía en movimiento cuando alguien rompía las reglas e inclinaba la balanza. Él buscaba restablecer el equilibrio y ensuciarse las manos era lo de menos. Su conciencia estaba muy tranquila. Tres golpes sonaron en la puerta de la cabaña y corrió temiendo lo peor. Parada en el umbral estaba Alana. —¿Por qué viniste? Te dije que yo iría.—No pude seguir quedándome allá, tenía un mal presentimiento... ¡¿Qué le pasó a tu ropa?! ¡¿Estás herido?!—No. Es mejor que te vayas ahora, no puedes deja
"Quédate sentado en la cama. No te muevas, no te levantes ni te acerques", había dicho Alana. Damián se quedó donde estaba, apenas respirando. Alana quitó los candados y bajó los peldaños, con la pistola en una mano y una bandeja con comida en la otra. La dejó en el gabinete de un costado, sin atreverse a ir más allá. Damián se veía mucho mejor y eso la inquietaba. Lo prefería inconsciente, inofensivo. —¿Cómo estás? —le preguntó él. —No te muevas hasta que vuelva a cerrar la puerta. ¿Entendido?Damián asintió justo cuando Martín bajaba corriendo los escalones y se lanzaba a sus brazos sin que Alana pudiera detenerlo. —¿Ya estás mejor, papi?—Mucho mejor. ¿Tú me cuidaste?—Sí y mi mami también. Ella curaba tus heridas.—Martín, ven aquí. Deja que descanse —llamó Alana. Había escondido la pistola. —Yo quiero quedarme con él. —Se un buen niño y ve con mamá —dijo Damián.—Pero quiero estar contigo. Aquí hace frío y está oscuro. Y hay que cambiar tus vendajes. Alana suspiró pesadame
Bajo la tibia llovizna de la ducha, Alana estuvo segura de que alguna parte del cerebro se le había apagado. Tal vez la del sentido común, la de la conciencia o la de la supervivencia. Todo había empezado a ir más lentamente a su alrededor, casi tanto como cuando la medicaban porque andaba hablando de hombres lobos.¿Acaso Damián la había drogado? ¿Tenía su amor un efecto analgésico? ¿Dónde había quedado el estrés que la mantenía alerta y lista para apretar el gatillo? Ni siquiera recordaba dónde había dejado su pistola. En el fondo de lo que quedaba todavía activo de su cerebro sabía que algo no estaba bien.—Ven a desayunar o se enfriará —le dijo Damián cuando salió del baño.En la pequeña mesita se sentaron los tres, padre, madre e hijo, una familia perfecta, como ella siempre había soñado.—¿Vamos a estar siempre juntos? —preguntó Martín.Damián la miró antes de responder.—Eso intentaremos, hijo. Haremos todo lo posible.Alana probó un bocado de su tostada. Tenía un sabor extrañ
Un pánico como ningún otro que hubiera sentido inundó a Alana en cuanto se despertó. Gritó por ayuda.—Enseguida vendrá el doctor —le dijo la enfermera, intentando calmar su angustia.Alana quiso bajar de la camilla, las piernas se le doblaron, sus costillas crujieron y un dolor agudo le recorrió la espalda hasta el cuello. Llevaba un collarín. Ya no intentó levantarse.—¿Cómo te sientes? —le preguntó el doctor al llegar.—Como si me hubiera pasado por encima un camión. ¿Fue eso lo que pasó?—Algo así, ¿no lo recuerdas?Alana negó, con expresión de confusión. —¿Sabes qué día es hoy? ¿Puedes decirme tu nombre? —preguntó el médico mientras le hacía una revisión de rutina.—No... no puedo... ¿qué está ocurriendo?... ¿por qué no puedo recordar nada?... ¡¿Qué me ocurre?!—Puede ser una secuela del golpe que te diste, tu auto volcó. Haremos exámenes para saber de qué se trata.—Pero se me pasará, ¿verdad? ... ¿Qué voy a hacer?—Por ahora quedarte tranquila, estás en un lugar seguro y cuidar
El consejo era la instancia que durante milenios había velado por el cumplimiento de las leyes y la buena convivencia de las manadas. Estaba formado por los más sabios y experimentados lobos, que cumplían el rol de jueces y jurados. No eran verdugos, pero tenían a quien desempeñara la ingrata labor. El consejo había removido de su puesto al antiguo alfa e instalado en su lugar al actual. Alana quería saber de qué podrían acusar a Damián y cuál sería el castigo. Temía sobre todo por la seguridad de su hijo. Impotente, se quedó esperando mientras sus suegros conversaban en privado. —Azalea está muerta. ¿Lo sabías? —preguntó Ada, la madre de Damián.—No. Dejé de buscarla cuando me casé contigo, fue lo que te prometí —le recordó Frank.—Dejaste de buscarla, pero no de amarla. Y ahora nuestro hijo está involucrado con su hija, es casi una burla del destino. El destino siempre encuentra una forma de llevar a cabo sus designios, eso decía mi abuela. —El destino es lo que menos me importa