XLIII El fin de la huida
Como transportada a sus peores pesadillas se sintió Alana, corriendo en el boscoso paisaje. El corazón le ardía dolorosamente, con la angustiante certeza de que ya nada volvería a ser igual.

Aferrada de la peluda mano de Martín, como había estado de la de Alex, siguió corriendo hasta que alguien brincó por sobre ellos y se les apareció delante, bloqueándoles el camino.

El hombre lobo, de lustroso pelaje y apariencia altiva y orgullosa, doblaba en tamaño a Martín, que no era un lobo completo ni sano, que más parecía presto a caer muerto en cualquier momento. Eso no lo detuvo, rugiendo y con la lengua colgando desde su hocico torcido, el niño se lanzó sobre el enemigo.

Alana lloraba, histérica.

Martín no sabía luchar. El lobo se preparó para recibir su ataque, pero el pequeño cayó entre sus patas y, metiéndosele por debajo, lo lanzó por los aires. Alana corrió, intentando aprovechar lo que tardara el lobo en incorporarse para huir y evitar un enfrentamiento que Martín no podría ganar.

Y
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