III Show de medio tiempo

Había perdido la razón, eso concluyó Damián, con la cabeza a punto de estallar. Y le seguía el corazón, que estaba igual de alborotado y luego otras partes que no eran tan elegantes, pero que manifestaban con igual entusiasmo su sentir hacia Alana.

Seguía mirando la sombra. ¿Qué era más etéreo e intangible que una sombra? ¿Qué era más absurdo que admirarla cuando había tanto para admirar a su alcance? Pero ahí seguía, con la ansiedad en aumento, acumulándose como la lava de un volcán, y la presión había aumentado mucho más después de haberse atrevido a cargarla en sus brazos, pero qué más podía hacer. Dejarla tirada en el suelo no era una opción. Y tocarla había puesto en marcha todo un cúmulo de sensaciones indeseadas que lo llevaban a tener unas ganas locas de meterse por esa ventana.

Pero no lo haría porque intuía las nefastas consecuencias que habría para ambos. Debía huir, alejarse de ella, negar el deseo que lo estaba poseyendo, actuar con cordura, eso le decían siglos de supervivencia, generación tras generación de conocimiento grabado en sus genes de lobo.

Ignoró su instinto y siguió allí parado, viendo a la sombra que iba y venía por la habitación, en un vano intento por aplacar lo que sentía y comprenderse a sí mismo.

La sombra se acercó a la ventana, cortándole el aliento. Damián se agazapó entre los arbustos, con el corazón bombeando adrenalina por litros, ni hablar del sudor. Su excitación lo tenía jadeando y empeoró cuando la cortina se abrió y se asomó una monstruosa criatura con la cara verde y el pelo rojo.

—¡Ya te caché, pervertido! ¡¿A quién crees que estás espiando?! ¡Espera a que te agarre! Alana, trae los bates —gritó Ximena.

Cuando ella y Alana llegaron a los arbustos ni las huellas de Damián quedaban. Vaya susto se había llevado.

—¿Segura que viste a alguien? —preguntó Alana.

—Aquí estaba, oculto en una capucha y mirando hacia las ventanas. La nuestra tiene cortina, pero las otras no. Seguro y estaba tocándose el muy enfermo.

—¡Ay no digas eso!

—Mañana mismo compramos un spray para ti también y unos bates de verdad.

Los que tenían eran unos pliegos de cartulina enrollados.

—En momentos como estos me alegra estar contigo —comentó Alana mientras caminaban de regreso a la residencia.

—Lo sé, chiquita. Tú tranquila, que yo te enseñaré a mostrar los dientes.

No hubo pesadillas aquella noche para Alana. Por alguna razón que no acababa de comprender, su corazón estaba en paz como sólo lo había estado cuando dormía en su cama, sabiendo que a pocos metros lo hacían sus padres y su hermano. Tal vez tuviera sueños lindos en aquel entonces, le gustaría recordarlos.

                                    〜✿〜

—Hola, chicas —las saludó Pedro en la clase de Cálculo II.

Se sentó junto a Alana, en la cuarta fila.

—Alguien me quitó mi puesto —explicó él al ver sus expresiones de sorpresa.

Se voltearon y encontraron a Damián, en el último puesto de la última fila del auditorio, que estaba por las nubes.

—Uy sí, el señor rudo y antisocial —susurró Ximena para que Pedro no oyera—. Ahora Marcos se sentará junto a él y no adelante. No podré sabroseármelo durante la clase. Maldit0.

—En el partido de esta noche será mi debut. Supongo que irán a verme, son mis primeras fans.

—Claro que sí, Pedrito. Alana estará en primera fila, ella es tu fan número uno.

—¿En serio? —cuestionó Pedro—. Porque después de lo que pasó en tu dormitorio el otro día...

—¿Qué pasó en su dormitorio el otro día? —le preguntó Damián a Marcos.

Oír las conversaciones ajenas era de mala educación, pero si la naturaleza les había dado un oído privilegiado era para algo. Ni siquiera lo hacía a propósito, de eso estaba seguro.

—¿Y cómo quieres que lo sepa? No duermo con ella. Tú podrías, pero no quieres —señaló Marcos.

—Cállate y déjame escuchar. —Damián siguió atento a la conversación.

—Alana necesita clases de perreo intenso, duro contra el muro, hasta que choque el hueso. Podrías enseñarle, Pedrito.

—¡Ximena! —reclamó Alana.

—Esa mujer es muy vulgar —masculló Damián.

—Sí, qué rico —exclamó Marcos.

Unas chicas se sentaron delante de ellos y con sus cuchicheos de urracas ya no lo dejaron escuchar, pero no fue por eso que tuvo que ir al partido, claro que no. A Damián no le importaba si Alana se iba con el tal Pedro luego, a él le gustaba el fútbol.

Marcos se sentó a su lado en las gradas, traía refrescos.

—Nunca te ha gustado el fútbol —comentó.

—Me gusta el deporte y esto es un deporte, por mayoría de votos.

Más que en la cancha, su mirada estaba puesta en las gradas, hasta que se dio cuenta que no necesitaba buscarla. La presencia de Alana se había vuelto tan intensa que se aparecía como un barco en un radar. Sin voltearse supo que venía por la escalera de la izquierda, a cuatro filas de él, a tres... La idea de que realmente estuviera allí era enloquecedora. Como un psicótico, así se sentía.

A dos filas, a una...

—¡Marcos, qué sorpresa verte aquí! Creí que eras más de baloncesto —dijo Ximena, saludándolo y permitiendo que tuviera una buena vista de su escote, al que él no le fue indiferente.

A su lado estaba Alana, los saludó con la mano.

—Para jugarlo sí, pero disfruto de todos los deportes, igual que Damián.

Damián tenía ahora la vista fija en la cancha, ni siquiera las saludó.

—Es lo que suponía. Nos vemos luego —dijo Ximena.

Ellas se fueron hasta la primera fila. Ahora Damián no podría evitar mirar a Alana durante todo el partido, qué tragedia.

—Pensé que te sentarías junto a Marcos.

—Alana, a los hombres hay que hacerlos trabajar o se malcrían. Además, dijo que disfrutaba de todos los deportes, es una clara metáfora de que es un mujeriego. Es mi príncipe, pero no soy ciega. Y el otro cada vez me cae peor.

—Tal vez sólo hablaba de deportes. A veces le das muchas vueltas a las cosas.

—Cuando por fin tengas un novio y empieces a aprender lo alimañas que algunos son, entonces ahí me criticas. Antes no Alana, por favor. Yo soy la voz de la experiencia.

Alana rio y saludó con la mano a Pedro, que se asomaba con su traje desde el otro lado.

—Mírala —le dijo Marcos a Damián— le gustan los lobos. Otro punto a favor.

—Eso es un coyote —aclaró su primo.

El coyote atravesó la cancha y abrazó a Alana, mientras Ximena los fotografiaba.

Los dientes de Damián chirriaron. Ver a otro tocándola era como si le rasparan la piel con arena, como si le quemaran los ojos con ácido.

—Ese podrías ser tú —recalcó Marcos.

—¡Cállate!

El partido comenzó y acabó con un rotundo fracaso para los locales, que fueron arrasados por las Águilas de la Universidad de las cumbres. Lo único destacable del lamentable espectáculo fue el show de medio tiempo, con el coyote y sus pasos conquistando a la audiencia.

—¡Estuviste grandioso! —lo felicitó Alana cuando los asistentes ya se iban.

—Gracias. Espero que ya no me tengas miedo, soy un chico bueno.

—Eso quedó en el pasado —indicó ella.

—Ve a cambiarte, Pedrito, para que la lleves a bailar y dejen los zapatos en la pista. —Ximena era la más entusiasmara con el asunto.

—¿Quieres ir? —le preguntó Pedro.

Alana no alcanzó a contestar porque alguien más lo hizo por ella.

—Ya es muy tarde —dijo una firme y autoritaria voz masculina.

Los tres se volvieron para ver de quién provenía y se encontraron con Damián Zóster y su intensa mirada que aceleraba corazones. El lobo, pese a todas sus aprensiones, empezaba a marcar su territorio.

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