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II ¿Por quién late tu corazón?

Alana llamó a la puerta de la habitación de los Zóster en la residencia de hombres, sin creer que sus pies la hubieran llevado hasta allí. A veces pensaba que Ximena se había equivocado de carrera. Una mujer con sus habilidades para la disuasión debía dedicarse a la política, al derecho, a la publicidad o por último a vender seguros. En la ingeniería su talento se desaprovechaba. De cualquier modo ya era tarde para arrepentirse, ya había llamado a la puerta, ya debían haberla oído y si salía corriendo creerían que andaba haciendo alguna broma o algo peor.

Inhalaba profundamente cuando la puerta se abrió. Contuvo la respiración al ver ante ella el cuerpo escultural de Damián Zóster, recién salido de la ducha, pero para su fortuna con un pantalón. De su cabello húmedo caían pequeñas gotas que resbalaban por el pecho desnudo, el mismo donde ella había apoyado la cabeza. Debía ser muy cómodo con lo grandotes que estaban sus pectorales, ni hablar del vientre. Nunca había visto tanto músculo junto.

Era un hombre guapo, el más guapo que hubiera visto, eso le jugaría en contra más tarde.

Exhaló por fin porque se estaba asfixiando mientras se deleitaba impúdicamente con el cuerpo de Damián, como si fuera una... ¡Una Ximena cualquiera!

—Hola, yo...

Damián entró, dejándola con la palabra en la boca. De su clóset sacó una camiseta y Alana sintió culpa de las indiscretas miradas que le daba. Sí que tenía una espalda para nadar en ella.

¡Ojalá y los pensamientos de Ximena salieran de su cabeza!

—¿Qué quieres? Tengo prisa.

Ahí estaba. La demostración más contundente de que su amiga alucinaba y que Damián Zóster era un maleducado odioso que podía tener ligeras muestras de amabilidad durante la madrugada.

—Yo...

La mirada tan intensa que le daba el hombre era espeluznante. No estaba segura de si la detestaba, quería matarla o sólo destriparla para que muriera lentamente. Y ella no era indiferente, claro que no. La nuca le cosquilleaba como si fuera un ratón a punto de mordisquear el queso en la ratonera. Viendo esos ojos oscuros anticipaba algo que estaba por venir, pero que no llegaba, como un temor instintivo a un desastre inminente. Era una sensación enloquecedora. Era la advertencia que no supo interpretar.

—Yo quería agradecerte por ayudarme anoche y...

—Agradécele a Marcos, él te ayudó. Permiso.

Alana se quitó de la puerta y él se fue por el pasillo, llevándose toda el aura de tensión que cargaba consigo. Hasta el aire le pareció más liviano cuando ya no estuvo cerca de él. Qué malas vibras le daba. Debía ser de esas personas que, cuando estaban estresadas, acababan estresando a todas las demás. Mientras más lejos estuviera de él, mejor, pensó en aquel momento.

Al salir, en los estacionamientos frente a la residencia vio a Damián hablando con Marcos. Por sus gestos, parecían tener una acalorada discusión. Marcos la miró y se encaminó hacia ella, mientras Damián subía a su auto deportivo y se iba. ¿Quién tenía un auto deportivo en la universidad? La mayoría apenas y tenía bicicletas.

—Hola, ¿estabas buscándome? Ya te ves mucho mejor. —Marcos sí que era un príncipe, tanto en modales como en educación. Su sincera sonrisa derretía glaciares y estaba llena de amabilidad. Definitivamente compartir sangre y genes no decía nada sobre el carácter de la gente.

                                     〜✿〜

—Pues ciertamente es extraño que Damián niegue lo que hizo, fue algo bueno —decía Ximena mientras repasaba su maquillaje ayudándose de su teléfono.

Estaban en la terraza del bar a unas cuadras del campus. Era el sitio indiscutido para festejar cada fin de semestre o cuando se les diera la gana, siempre había una razón para festejar cuando se era joven y libre de mayores responsabilidades.

—Es evidente que no quiere tener ningún tipo de vínculo conmigo, ni las gracias quiere que le dé y yo no voy a estorbarle. No lo quiero de enemigo —aseguró Alana.

Ella apenas se maquillaba. Un bálsamo labial era su compañero inseparable porque los labios se le resecaban cuando se ponía ansiosa y le daba por humedecerlos o morderlos. Le gustaba ser natural, ya se maquillaría cuando empezaran a salirle arrugas.

—Tal vez no quiere que se arruine su imagen de tipo rudo. De sólo recordar cómo te acurrucaba en su pecho se me derrite el corazón. Le gusta aparentar que es un despiadado lobo, pero en el fondo es una ovejita.

Alana se puso pálida. En un segundo pasaron por su cabeza las peores imágenes de sus pesadillas y el miedo instintivo la sacudió en un escalofrío.

—Ok, mala elección de palabras, lo lamento. Saber que voy a estar tan cerca de mi príncipe me pone nerviosa.

—Pues prepárate porque ahí viene.

Ximena no se aguantó y volteó a verlo, Marcos caminaba por la acera como si fuera un hombre más, pese a que el mundo se rendía a sus pies. Si hasta le pareció que el cielo se iluminaba con su presencia, como si trajera la primavera consigo y el otoño retrocediera, incapaz de hacerle frente a su incontenible energía.

—Hola, chicas. ¿Cómo están?

—Bien ¿Y tú? —preguntó Alana.

—Genial, sobre todo si puedo pasar la tarde con dos chicas guapas y simpáticas.

—Yo estoy de maravillas —dijo Ximena, jugueteando con sus rizos rojizos.

Solía hacer eso cuando coqueteaba, Alana ya se sabía todos sus trucos.

—Pues así te ves también —comentó Marcos.

Eso le daría a la mujer material suficiente para fantasear por semanas. Su príncipe parecía bastante receptivo y Alana se preparó para lo que se le venía por delante. Ya sabía que sería el mal tercio cuando lo invitó a salir en agradecimiento, pero Ximena jamás le habría perdonado que no la invitara y ella no saldría sola con un chico que podría malinterpretar su gratitud, así que serían ella y su jugo de piña. Una buena cita.

                                     〜✿〜

Damián miró una vez más el reloj que estaba en su velador. Habían pasado apenas dos minutos desde la última vez que lo había hecho.

Y Marcos todavía no volvía.

Los indeseables pensamientos que lo acosaban sólo lo instaban a aumentar el rigor de sus ejercicios. Quemar grasa era la terapia perfecta para combatir la ansiedad y la frustración. Y la ira también. Su trabajado cuerpo decía mucho de lo frecuentes que eran tales sentimientos en él.

El vientre ya le ardía. Dejó los abdominales y pasó a las flexiones de brazo, sin evitar mirar el reloj otra vez. Un minuto había pasado. Era increíble cómo se estiraba el tiempo cuando estaba hecho un energúmeno como ahora, que la sangre le hervía dentro de las venas hinchadas.

Marcos llegó media hora después, muy sonriente. Olía a cerveza y a perfume de mujer.

—Sí que tardaste. Debiste pasártelo muy bien —masculló Damián, estirando sus músculos fatigados o al día siguiente no se podría ni mover.

—Me lo pasé de lujo, pero no me mires así. Pudiste ser tú y no quisiste.

—No digas estupideces.

—Tarde o temprano tendrás que hacerle frente a esto, Damián. Y creo que es mejor temprano. La chica es un encanto, dulce, simpática y con un inocente atractivo que podría abrir el apetito de cualquiera. Es perfecta para ti.

—Cállate, no me interesa saberlo, no me interesa nada de ella. Sabía que era una mala idea venir a estudiar aquí, nunca debí hacerte caso. Desearía nunca haberla conocido.

—Pues qué lástima porque es el destino que te tocó y lo sabes, hasta tu subconsciente lo sabe. ¿Por qué si no te despertaste como un loco y corriste hacia ella cuando se desmayó anoche? Yo te lo diré, Damián, porque es tu mate y la necesitas, porque es parte de tu ser, porque tu corazón la llama y el de ella a ti. —Le puso la palma en el pecho sólo para comprobar el estruendo que había allí dentro.

Damián se la apartó con brusquedad. El hijo del alfa no podía acabar emparejado con una humana, eso era impensable, era una deshonra, una aberración inaceptable, puede que hasta un crimen, no estaba seguro.

—Para variar bebiste demasiado —acusó.

—Claro que no —aclaró Marcos—. Si estuviera ebrio me estaría revolcando con la amiga de tu chica. Esa mujer está como quiere y la traigo loca, pero no se lo dejaré tan fácil. Qué se esfuerce por mí, me lo merezco.

Damián no estaba dispuesto a seguir oyendo las sandeces de un borracho. Se calzó una sudadera negra con capucha y salió. Que la suave brisa que convertía a los árboles en sonajeros le enfriara la cabeza para poder pensar con claridad. Eso necesitaba, recuperar la serenidad que había perdido al encontrarse con Alana y recuperar ese corazón traicionero que se agitaba como pez fuera del agua y que se sentía ajeno en su propio pecho cada vez que la veía. No quería creer que latía por ella, no quería aceptar que estaba ligado a ella, no a una humana, no a esa humana.

Luego de mucho caminar, alzó la cabeza y se halló parado frente a la residencia de las mujeres, justo debajo de la ventana de Alana, que estaba en el segundo piso, en el extremo derecho. Allí se quedó porque sus pies no siguieron avanzando. Y no lo hicieron porque su cabeza no se los ordenó, la traidora esperaba, atenta a la cortina gris, donde la sombra de Alana podía proyectarse.

¡Hasta su sombra anhelaba!

Cuando por fin apareció, Damián supo, con aterradora certeza, que su corazón ya no latía por él. Y tuvo miedo.

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