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IV El pervertido del campus

La fresca y liviana brisa otoñal empezó a espesarse como la crema batida, obra y gracia del señor del estrés y su asfixiante aura.

—¿Disculpa? —cuestionó Ximena, con los brazos en jarra.

Sólo entonces Damián fue consciente del lío en el que se acababa de meter, ni siquiera sabía en qué momento había pasado de estar en la sexta fila a la orilla de la cancha. Y hablando más de la cuenta.

—Me lo decía a mí —aclaró Marcos—. Mañana hay examen de álgebra y ya es tarde. Es bueno dormir bien antes de un examen.

—Es cierto. Mejor lo dejamos para otro día —repuso Pedro.

Se despidieron. Alana y Ximena partieron rumbo al área residencial, en compañía de Marcos. Damián caminaba a varios pasos tras ellos. De vez en cuando Alana se volvía a verlo con disimulo, él giraba el rostro.

—Gracias por acompañarnos, Marcos. Falta seguridad en este lugar, anda un degenerado que se masturba mientras espía por las ventanas de los dormitorios de mujeres —comentó Ximena, con su voz de damisela en peligro.

—¿De verdad?

—Ximena lo vio, pero se escapó rápido —contó Alana.

—Qué miserable. Con Damián estaremos atentos por si vemos algo. Tal vez sería bueno que intercambiáramos números, así, si pasa algo nos avisan y vamos. No se arriesguen a enfrentarlo ustedes solas.

—Eres un ángel, Marcos. —Ximena le sonrió. Era la sonrisa coqueta edición especial.

Las mujeres entraron a la residencia. Damián dio la vuelta en cuanto se encendió la luz de la habitación.

—Te conseguí el número de tu chica, ¿qué me darás a cambio?

—No es mi chica —aclaró Damián.

—Tienes razón, acabará siendo del tal Pedro. ¿Vas a dejar que un coyote se quede con tu hembra? Eso no es de lobos recios como nosotros. Al menos enlázate con ella por la dignidad de nuestra especie, nos traerás mala fama.

—¿No te cansas de decir estupideces?

—Soy lo suficientemente valiente y seguro de mí mismo como para decirlas. Otros sólo las piensan.

—Ya no quiero hablar de esa mujer, me pone de malas.

—Pues te espera toda una vida estando de malas si no haces lo que tienes que hacer.

En la entrada de la residencia de hombres, sentada en las escalinatas, esperaba una mujer rubia. Se levantó cuando ellos llegaron.

—¿Me esperas a mí? —preguntó Marcos.

Ella negó, sin dejar de mirar a Damián.

—Entonces buenas noches. Recuerda que mañana hay examen.

Marcos entró y la mujer llegó junto a Damián, con su andar bamboleante y coqueto.

—Te vi en la cancha, pero no quise acercarme. Estabas demasiado atento al partido como para desconcentrarte con mi presencia.

—Qué considerada, Lucy.

—Mañana hay examen —dijo ella, jugueteando con los brillantes broches de la chaqueta de Damián— y pensé que podríamos repasar.

—¿En tu habitación?

—No, en un motel.

Damián rio, la cogió de la cintura y subieron a su deportivo. Esto era lo que tenía que hacer, claro que sí, para arrancar de una vez a Alana de su cabeza.

                                       〜✿〜

—Reprobaré el examen —lamentó Damián en el comedor.

Tenía ojeras de parrandero anémico.

—Eso te pasa por irte de putas toda la noche y no invitarme. Yo nunca te haría algo así.

Ojalá y fuera por eso. Él tenía excelentes habilidades para los cálculos, su cerebro era cien por ciento matemático, ni siquiera le hacía falta estudiar, pero ahora estaba poseído, infestado hasta la última neurona por la nefasta existencia de una mujer. Todos sus intentos por dejar de pensar en Alana habían acabado en fracasos. En cada cogida con la rubia de la noche anterior, él la había visualizado a ella entre sus brazos, su aroma, su calor, la suavidad de su piel. Probó una y otra vez, cambió de posición, de lugar y lo mismo. Estaba loco, era un loco psicótico y obsesionado.

—Mira lo bellas que se ven hoy nuestras chicas —señaló Marcos—, son las más lindas del campus y vienen en par, perfectas para nosotros.

Damián lo ignoró.

—No había visto a Alana con vestido, qué piernas que tiene.

Damián ya estaba con la cabeza al revés para mirarla. Llevaba pantalones.

—Puto.

Marcos rio de buena gana. Las mujeres se detuvieron junto a ellos con sus bandejas, Damián estaba listo para huir, pero ellas no se quedaron. Los saludaron y se fueron a instalar en los pastos del exterior, bajo la sombra de un roble. No había nada como comer en la naturaleza, gozando del equilibrio entre salvajismo y civilización y de la vida en todo su esplendor.

—¿No sientes que deberíamos estar allá afuera, comiendo junto a ellas y no aquí sentados y usando ropa? —cuestionó Marcos.

Damián no contestó, estaba absorto en la contemplación de Alana y las verduras que se llevaba a la boca. Era increíble que algo tan banal y corriente pudiera sentirse como algo sublime. No era diferente a apreciar una obra de arte.

Marcos suspiró, mirando con enfado sus cubiertos. ¿En qué momento habían dejado que la humanidad los privara de los pequeños placeres de la vida salvaje? ¿Cuándo habían abandonado sus costumbres sólo para encajar en la sociedad? Dejó su tenedor a un lado y se dio el gusto de comer con los dedos. Eso era apreciar sus orígenes.

—¿Oíste el chisme? Dicen que Lucy anda con don amargado —comentó Ximena.

—¿En serio?

—Me lo contó Zulema y a esa no se le escapa una.

—Es bastante chismosa. Y Lucy no parece encajar con Damián, que se ve tan serio —reflexionó Alana.

—Él es un hombre guapo que sabe que es guapo, todas le sirven. Se fueron a un motel anoche. ¿No viste a Lucy cojeando? El musculoso debió darle hasta cansarse.

Alana escupió la sopa sobre su bandeja y tosió entre risas. Qué manera de decir idioteces Ximena.

—Admite de una vez que te gusta —le dijo Marcos a Damián, que seguía embobado mirando a Alana con una sonrisa resplandeciente, que le había devuelto su jovialidad, pese a las ojeras y su habitual mal humor.

—Me pregunto qué le hace tanta gracia —dijo, sin perder detalle de ella gracias a los amplios ventanales.

—Es bueno que hayas dejado de escuchar sus conversaciones. Tal vez Ximena le contó un chiste.

Alana ya lloraba de la risa.

—Espero y ahora a Damián se le quite esa cara de tener un palo metido en el cu...

—¡Ya basta, Xime! Hay gente alrededor.

—Pero es cierto. Yo le haré un altar a Lucy si se sigue ofreciendo de sacrificio a la bestia por el bien común. Y haré una colecta para comprarle la silla de ruedas.

Alana se apretó el vientre por las violentas carcajadas.

—¡Oh por Dios, Alana! ¡Míralo! ¡Se está riendo, alabado sea Dios! ¡Santa Lucy milagrosa!

Alana miró hacia el interior del comedor. Efectivamente Damián sonreía mientras hablaba con Marcos. Al verlo, la misma sensación de paz de la otra noche la invadió, como si todo estuviera en su sitio luego de un horrendo caos.

—Qué bien le hace a la gente el amor ¿no? Parece que eso era lo que él necesitaba —reflexionó.

—¿De qué amor me hablas, Alana? Lo de esos dos es puro coger. Sexo duro, salvaje, sin compromisos. Y si te he visto, no me acuerdo. Así es Lucy y el otro debe ser igual. No sólo se vive de amor, el placer también es necesario.

No importaba lo que fuera. Si hacía sonreír con tanta alegría a quien siempre parecía enojado, estaba bien. Siempre y cuando no fuera ilegal.

                                     〜✿〜

Era el cuarto libro que Alana revisaba. Vivía en la época de la informática y lo que necesitaba no lo había encontrado en la web, así que tuvo que hacerse el ánimo de revisar en los polvorientos libros. Eran pasadas las ocho y la biblioteca ya estaba casi vacía.

La sensación de que alguien la observaba la hizo mirar en rededor. Había unas cuatro personas, todas ocupadas. Le sacó fotos a la información que había encontrado para revisarla en su habitación con más calma. Mientras devolvía los libros a los estantes, la inquietud que sentía se agudizó. No sólo alguien la miraba, también la seguía.

Cruzó a paso rápido la plaza fuera de la biblioteca y siguió por la acera de la derecha. Se volvió a mirar varias veces. No hallar a nadie tras ella aumentó el pánico que la acometía. No veía a su perseguidor, pero lo sentía, acechándola como a una presa.

Y no tardó en imaginarlo como al monstruo de sus pesadillas. Empezó a correr. Si cruzaba la arboleda llegaría más rápido a la residencia. Cuando iba por la mitad, la sensación cesó de golpe, como un ruido que se silenciaba o la luz que se iba al cerrar los ojos. Miró a su alrededor, con el corazón bombeándole en los oídos, con el pánico apretándole el cuello. Nada, sólo los árboles y sus sombras oscuras la rodeaban.

Retrocedió, temiendo estar enloqueciendo cuando su espalda chocó con alguien. Y no reparó en ver quién era, en su estado de exaltación actuó por reflejo de supervivencia y cualquier extraño era un peligro. Le roció el spray anti violadores en toda la cara y lo hizo caer al suelo, entre gritos de dolor.

—¡Pervertido! —le gritó, al ver que llevaba capucha igual que el hombre que había visto Ximena.

Además de cegarlo con el spray de pimienta, le dio una patada en la entrepierna para que aprendiera que las mujeres podían asustarse, pero también defenderse.

Iba a darle otra cuando el hombre habló.

—¡Soy yo, Alana!

—¿Damián?

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