"Quédate sentado en la cama. No te muevas, no te levantes ni te acerques", había dicho Alana. Damián se quedó donde estaba, apenas respirando. Alana quitó los candados y bajó los peldaños, con la pistola en una mano y una bandeja con comida en la otra. La dejó en el gabinete de un costado, sin atreverse a ir más allá. Damián se veía mucho mejor y eso la inquietaba. Lo prefería inconsciente, inofensivo. —¿Cómo estás? —le preguntó él. —No te muevas hasta que vuelva a cerrar la puerta. ¿Entendido?Damián asintió justo cuando Martín bajaba corriendo los escalones y se lanzaba a sus brazos sin que Alana pudiera detenerlo. —¿Ya estás mejor, papi?—Mucho mejor. ¿Tú me cuidaste?—Sí y mi mami también. Ella curaba tus heridas.—Martín, ven aquí. Deja que descanse —llamó Alana. Había escondido la pistola. —Yo quiero quedarme con él. —Se un buen niño y ve con mamá —dijo Damián.—Pero quiero estar contigo. Aquí hace frío y está oscuro. Y hay que cambiar tus vendajes. Alana suspiró pesadame
Bajo la tibia llovizna de la ducha, Alana estuvo segura de que alguna parte del cerebro se le había apagado. Tal vez la del sentido común, la de la conciencia o la de la supervivencia. Todo había empezado a ir más lentamente a su alrededor, casi tanto como cuando la medicaban porque andaba hablando de hombres lobos.¿Acaso Damián la había drogado? ¿Tenía su amor un efecto analgésico? ¿Dónde había quedado el estrés que la mantenía alerta y lista para apretar el gatillo? Ni siquiera recordaba dónde había dejado su pistola. En el fondo de lo que quedaba todavía activo de su cerebro sabía que algo no estaba bien.—Ven a desayunar o se enfriará —le dijo Damián cuando salió del baño.En la pequeña mesita se sentaron los tres, padre, madre e hijo, una familia perfecta, como ella siempre había soñado.—¿Vamos a estar siempre juntos? —preguntó Martín.Damián la miró antes de responder.—Eso intentaremos, hijo. Haremos todo lo posible.Alana probó un bocado de su tostada. Tenía un sabor extrañ
Un pánico como ningún otro que hubiera sentido inundó a Alana en cuanto se despertó. Gritó por ayuda.—Enseguida vendrá el doctor —le dijo la enfermera, intentando calmar su angustia.Alana quiso bajar de la camilla, las piernas se le doblaron, sus costillas crujieron y un dolor agudo le recorrió la espalda hasta el cuello. Llevaba un collarín. Ya no intentó levantarse.—¿Cómo te sientes? —le preguntó el doctor al llegar.—Como si me hubiera pasado por encima un camión. ¿Fue eso lo que pasó?—Algo así, ¿no lo recuerdas?Alana negó, con expresión de confusión. —¿Sabes qué día es hoy? ¿Puedes decirme tu nombre? —preguntó el médico mientras le hacía una revisión de rutina.—No... no puedo... ¿qué está ocurriendo?... ¿por qué no puedo recordar nada?... ¡¿Qué me ocurre?!—Puede ser una secuela del golpe que te diste, tu auto volcó. Haremos exámenes para saber de qué se trata.—Pero se me pasará, ¿verdad? ... ¿Qué voy a hacer?—Por ahora quedarte tranquila, estás en un lugar seguro y cuidar
El consejo era la instancia que durante milenios había velado por el cumplimiento de las leyes y la buena convivencia de las manadas. Estaba formado por los más sabios y experimentados lobos, que cumplían el rol de jueces y jurados. No eran verdugos, pero tenían a quien desempeñara la ingrata labor. El consejo había removido de su puesto al antiguo alfa e instalado en su lugar al actual. Alana quería saber de qué podrían acusar a Damián y cuál sería el castigo. Temía sobre todo por la seguridad de su hijo. Impotente, se quedó esperando mientras sus suegros conversaban en privado. —Azalea está muerta. ¿Lo sabías? —preguntó Ada, la madre de Damián.—No. Dejé de buscarla cuando me casé contigo, fue lo que te prometí —le recordó Frank.—Dejaste de buscarla, pero no de amarla. Y ahora nuestro hijo está involucrado con su hija, es casi una burla del destino. El destino siempre encuentra una forma de llevar a cabo sus designios, eso decía mi abuela. —El destino es lo que menos me importa
El auto que transportaba a Alana dejó Mabi y tomó el acceso a la carretera, rumbo al sur. Tras casi dos horas de viaje y ya lejos de toda civilización, siguió por un camino de tierra que se internaba en un espeso bosque.Definitivamente odiaba los bosques.Además del conductor, otro hombre la acompañaba, un lobo presumiblemente. Fue él quien la escoltó al llegar a una casona en medio de la nada. Esperaba encontrarse con Mateo dentro. En la sala, fumando un puro, había alguien más. Era un hombre de mediana edad y expresión distante, fría. Su escolta lo saludó con una inclinación de la cabeza y la dejó a solas con él.—¿Dónde está Mateo? —preguntó Alana. —Él es sólo un intermediario, el trato es conmigo. Toma asiento —señaló el sillón a un costado.Ella no se movió. —Vine por mi hijo.—Toma asiento.Alana accedió. El fuerte humo del tabaco le hizo lagrimear los ojos.—Librarse del consejo no será tarea sencilla —empezó a explicar él—, menos para ti, que no tienes ninguna influencia. N
—Buenos días, Marcos.—Buenos días, Jerson. ¿Hay alguien en casa?—Todos salieron. Tal vez Mateo venga a cenar.—Pues lo veré en otra ocasión, sólo vengo de pasada, hay una chica esperándome.—Siempre hay una chica esperándote.Los dos rieron. Marcos dejó al guardia y entró a su casa en Mabi. Pasó de largo por su habitación y fue directo a la oficina de Mateo. Qué estuviera cerrada con llave no fue impedimento para él, que ya estaba cansado de las sutilezas.Un pequeño empujón y desencajó la cerradura. Encendió el computador mientras hurgaba en los archivadores. No tuvo que buscar mucho hasta hallar algo que llamara su atención. En el muro sobre el escritorio encontró dos fotos, pegadas allí como esperando a que las encontrara. Buscó más, sabía donde encontrar más y salió corriendo de la casa."Sí que tiene prisa por estar con esa chica", pensó Jerson, que no consideró importante avisar de la visita de Marcos. El joven tenía la cabeza entre las piernas de alguna mujer, para variar, y n
Uziel Zóster estaba fuera del país, esa era la versión oficial, así lo mostraban los registros de la aerolínea y, si se indagaba más, se hallaría al menos a una decena de personas que jurarían haber volado con él en primera clase.No había lugar para las dudas.Y como el jefe estaba afuera, alguien debía hacerse cargo de sus asuntos. A Mateo los negocios no le importaban, así que no se molestó en aparecerse por la empresa, que los ejecutivos se encargaran del dinero. Su interés estaba en lo que se cocía bajo el agua, los asuntos de los lobos y la manada. ¿Quién más que él estaba capacitado para mantener el orden? Era su hijo, se manejaba en logística e inteligencia y estaba al tanto de todo. Era el idóneo para el cargo y se presentó en las oficinas para ocupar su lugar.—Mateo, qué bueno verte. Necesito que te encargues de algunos asuntos.—Zack, ¿qué haces en la oficina de mi padre?—Me dejó a cargo.Esas cuatro palabras bastaron para helar la sangre de Mateo. Zack era un novato, falt
Para su cumpleaños número diez, Marcos quería un caballo. Uziel, que se esmeraba en satisfacer cada uno de sus caprichos, lo llevó a una granja. Allí aprendió a montar. Ahora Marcos volvía a ser Alex y ya no había caballos en la granja, cuyos terrenos habían sido vendidos para un proyecto de parque eólico, pero la casona principal seguía en pie y sería un muy buen escondite, al menos por un tiempo.Nuevamente Alex llegó tarde, aunque no en vano. Justo debajo de la manilla de la puerta de una de las habitaciones encontraron un pequeño sello circular, un dibujo de Martín. Iban por buen camino y seguirían hacia el sur.—Mi sobrino es muy listo. Y es el hijo de Damián, que es casi como mi hermano, el mundo es muy pequeño.—La inteligencia no la heredó de ese lado de la familia, el crédito es de Alana —señaló Ximena.Decirle que la búsqueda era peligrosa no sirvió para disuadirla de acompañarlo y Alex se rindió. Y estaba bien, agradecía tenerla cerca.—Mi madre horneaba unos panecillos du