XXXV Yo no soy tu enemigo

"Quédate sentado en la cama. No te muevas, no te levantes ni te acerques", había dicho Alana.

Damián se quedó donde estaba, apenas respirando. Alana quitó los candados y bajó los peldaños, con la pistola en una mano y una bandeja con comida en la otra. La dejó en el gabinete de un costado, sin atreverse a ir más allá. Damián se veía mucho mejor y eso la inquietaba. Lo prefería inconsciente, inofensivo.

—¿Cómo estás? —le preguntó él.

—No te muevas hasta que vuelva a cerrar la puerta. ¿Entendido?

Damián asintió justo cuando Martín bajaba corriendo los escalones y se lanzaba a sus brazos sin que Alana pudiera detenerlo.

—¿Ya estás mejor, papi?

—Mucho mejor. ¿Tú me cuidaste?

—Sí y mi mami también. Ella curaba tus heridas.

—Martín, ven aquí. Deja que descanse —llamó Alana. Había escondido la pistola.

—Yo quiero quedarme con él.

—Se un buen niño y ve con mamá —dijo Damián.

—Pero quiero estar contigo. Aquí hace frío y está oscuro. Y hay que cambiar tus vendajes.

Alana suspiró pesadame
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