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XXXII Fue una trampa, lo juro
Damián se despertó con una punzada en la cabeza, el estómago revuelto y oliendo a alcohol, nada que no se justificara con una noche de fiesta.

Él no recordaba haber tenido ninguna noche de fiesta.

Recordaba haber salido del departamento de Marcos a eso de las siete de la tarde. En el estacionamiento se había encontrado con Justine, supuso que la muchacha había ido a visitar a su primo. Sabía que se acostaban. En realidad, Justine se acostaba con todo el mundo en la manada. Hasta él había caído en sus redes durante la adolescencia, pero no iba a sentirse culpable por lo que había hecho a los quince años. Ahora él iba a casarse y sólo tenía ojos para Alana.

Sólo tenía ojos para Alana, se dijo mientras buscaba sus calzoncillos en aquella habitación. No tenía idea de dónde estaba, pero lo intuía; todo olía a las seductoras feromonas de Justine.

¡¿Acaso había enloquecido?! ¡¿En qué momento había cometido tal estupidez?!

—Hola, Dami. ¿Listo para más? —preguntó Justine, entrando a la habita
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