XXIX El dolor de un lobo
Planificar una boda requería mucho tiempo. Desde el diseño de las invitaciones hasta la música a escucharse en la fiesta, nada podía quedar al azar. Alana ya pensaba en el color de las flores que decorarían el lugar mientras miraba el anillo. Le había quedado a la perfección.

El corazón le palpitaba como si tuviera una mariposa atrapada en el pecho. Le había dicho a Damián que sí porque lo amaba y lo que más anhelaba era fortalecer su familia, que era pequeña. Ahora estaría completa.

—¿Tres meses será tiempo suficiente? ¿O prefieres esperar a fin de año? —preguntó ella, con demasiado aire en los pulmones.

—Hagámoslo este fin de semana.

—¡¿Qué?! —Alana sintió que se mareaba. La sorpresa y la emoción le estaban causando vértigo.

—Ya perdimos cinco años, no quiero perder un solo día más. Quiero que Martín lleve mi apellido y que vivamos juntos. Quiero despertar cada mañana a tu lado.

Con los ojos llorosos Alana lo abrazó. Quería decirle que no necesitaban firmar un papel para hacer todo
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