XXVIII Ultimátum
El auto de Damián, escoltado por otros dos, fue guiado hasta los muelles. Allí estaba emplazada una sucursal de la compañía de su padre, cerca de donde llegaba la mercancía que importaban. Allí también había pasillos oscuros entre contenedores llenos de secretos y bodegas enormes y solitarias. En una de estas se reunió con su padre. Los ojos del alfa se clavaron en Martín.

—¿Qué hiciste, Damián?

—No hablaré con él presente. ¿Puedo confiar en que tu secretaria lo cuidará?

Frank asintió y la mujer, de mediana edad, entró por el pequeño.

—¿Te gustan las galletas? —le preguntó ella.

—Depende. ¿Tienen endulzantes artificiales?

—¡Qué niño tan inteligente! Buscaremos unas que puedas comer.

Damián se sentó. Había unos sillones junto al escritorio en lo que era la oficina de su padre antes de que se trasladara al centro. La seguía usando cuando volvía allí. La usaba ahora que quería mantener la conversación en secreto.

En la mesa frente a él había una botella de whisky hasta la mitad. Damián se
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