58. Recuerdos dolorosos.

A medida que avanzaban, el pasaje se volvía más estrecho. Las paredes de roca rugosa parecían cerrarse a su alrededor como las fauces de una bestia, y el aire se volvía cada vez más denso. La humedad colgaba en el ambiente como un sudario, y con cada paso, la sensación de ser observados crecía, como si los propios muros de la cueva tuvieran ojos que los seguían en silencio.

Los susurros se intensificaban. Ya no eran meros ecos del viento, sino palabras incomprensibles, guturales, pronunciadas desde el fondo de la tierra. Parecían arrastrarse por las piedras, acariciarles los tobillos, erizarles la piel.

Isolde apretó con más fuerza la mano de Damián. Su respiración se volvía irregular, no solo por el miedo, sino por una punzada de ansiedad que nacía desde lo más profundo de su pecho. Un presentimiento oscuro, como si el camino que seguían no los condujera únicamente hasta su hijo… sino hasta algo más. Hasta ellos mismos. Hasta una verdad que tal vez no querían enfrentar.

— Damián… — s
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