—No puedo seguir aquí escondida —dijo Isolde, rompiendo el silencio. Estaba sentada frente a la hoguera, con una mano en su muy abultado vientre. Su hijo se movía, inquieto.
Raven, apoyado contra la pared de piedra, la miró sin inmutarse. —Puedes y debes hacerlo. —No. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras Damian y Evelyn siguen ahí afuera, viviendo como si nada — aseguro sin dejar de acariciarse el vientre, su hijo estaba agitado esa noche, pero no le dio mayor importancia, creyó que simplemente estaba reaccionando a su estado emocional — Me lo arrebataron todo ¿Cómo esperas que simplemente me siente aquí a esperar? —No te estoy diciendo que olvides tu venganza — él asintió como si con eso quisiera decirle que entendía su preocupación— Solo que no es el momento, mírate, estás apunto de tener a tu hijo. Isolde apretó los dientes. —¿Y cuándo será el momento entonces? llevamos meses escondidos mientras todos esos asesinos viven como si nada. —Tendrás tu venganza, Isolde. Te lo prometo. —Raven dejó escapar un suspiro y se acercó a ella. Se acuclilló a su lado, con esa mirada dorada clavada en la suya. —Pero antes, tienes que asegurarte de que tu hijo viva y de que esté seguro… ese cachorro es lo más importante ahora. Ella sintió una patada de confirmación en su vientre y llevó la mano hacia el lugar donde podía notar un pequeño bulto. Sabía que tenía razón, pero el deseo de hacer pagar a sus enemigos la carcomía por dentro, no podía sacarse las imágenes de toda su familia pereciendo en aquel lugar, tierra neutral y sagrada, no solo habían traicionado a los suyos también los designios de la diosa que había marcado ese claro como un lugar en el que no podían derramar sangre. —¿Por qué me salvaste? —preguntó en un murmullo intentando cambiar de tema y alejar la rabia que sentía, debía hacerlo por su bebé — ¿Por qué me trajiste aquí y me has estado protegiendo? Raven la observó por un largo instante antes de responder. — Porque él me habló. Isolde frunció el ceño. —¿Él? —Tu hijo. El silencio cayó entre ellos como una losa. —Eso es imposible, mi embarazo apenas estaba iniciando entonces —murmuró negando. —No lo es —dijo Raven— En el momento en que estabas al borde de la muerte, él me llamó. No con palabras, pero con algo más fuerte. Me mostró lo que sería, lo que está destinado a hacer. Isolde sintió un escalofrío recorrer su espalda. —¿Qué viste? —Vi fuego y sombras.— La mirada de Raven se perdió en las llamas de la hoguera — Vi sangre, mucha sangre. Vi a la diosa, la luna otorgándole un poder especial a tu cachorro, en ese mismo instante en que se ultrajó su claro sagrado. Vi el nacimiento de algo nuevo. Algo que este mundo nunca ha visto antes. Isolde tragó saliva. —¿Dices que él es… especial? —No. No especial. Único, él te salvó, gracias a él no estás muerta, imagínate el poder que tiene cuando pudo hacer eso con apenas unos días de haber sido creado. La loba sintió un nudo formarse en su pecho. Antes de que pudiera responder, una punzada aguda recorrió su vientre. Ahogó un gemido y llevó ambas manos a su abdomen. Raven se tensó de inmediato. —¿Isolde? Un segundo dolor, más fuerte, la sacudió por completo. —Está… pasando, va a nacer. El lobo no dudó. En un solo movimiento, la levantó y la llevó hacia un rincón más protegido del refugio, donde habían preparado un lugar en caso de que esto sucediera, un nido. —Respira. Concéntrate en tu hijo. Pero antes de que Isolde pudiera hacer nada, el mundo exterior cambió. La luz de la hoguera titiló como si una sombra hubiera pasado sobre ella. Un viento helado se filtró en la cueva. Raven alzó la vista. Afuera, la luna, antes brillante, comenzaba a oscurecerse. Un eclipse. No era un eclipse normal. La oscuridad avanzaba de una forma antinatural, devorando la luz con una voracidad imposible. La noche se volvió densa, como si algo en el universo estuviera conteniendo el aliento. Isolde gritó cuando una nueva contracción la atravesó. El aire crujió con electricidad. La niebla, que siempre rodeaba a Raven, comenzó a moverse de forma caótica. —Raven —jadeó Isolde—, ¿qué está pasando? Él no respondió de inmediato. Sus ojos estaban fijos en la luna ennegrecida, su cuerpo tenso como si no estuviera preparado para eso. —Está llegando. —¡Lo sé, maldita sea! —gritó ella, retorciéndose de dolor— ¡Lo estoy sintiendo! —No —dijo él, con un tono que hizo que su piel se erizara—No hablo solo del niño. La oscuridad era absoluta ahora. Solo quedaba el resplandor de la hoguera, parpadeando débilmente y de repente hasta eso paró, el fuego parecía detenido y Raven congelado, era como si el tiempo se hubiera parado en ese instante. Entonces, ocurrió. Una hermosa mujer de cabellos plateados entro en la cueva y avanzó hasta donde ella, estaba pasando por el lado de Raven sin ni siquiera mirarlo, su piel era exageradamente blanca y su presencia lo llenaba todo iluminando el lugar con una luz plateada. Ella no habló pero Isolde sintió una calma que no era capaz de comprender, Sabía que debería estar asustada pero no lo estaba. La mujer solo la observaba sin hacer o decir nada. Isolde sintió cómo su cuerpo se rendía al proceso. Un último grito, un último esfuerzo, y el aire se llenó con el llanto de un recién nacido, lo había tenido sola y apenas había sufrido en el proceso, llevó las manos del pequeño que acababa de salir de ella y lo atrajo hasta te erlo sobre su cuerpo, contra él pecho que acababa de descubrir para él. La hermosa mujer le sonrió con dulzura y luego desapareció. Y en ese mismo instante, la luna volvió a brillar. El eclipse terminó de golpe, como si nunca hubiera existido. La niebla que rodeaba a Raven se aquietó. Y el movimiento de las llamas volvió a ser normal, Raven observaba la escena incredulo Isolde, observaba a su hijo que se estaba alimentando de ella, Sus ojos eran de un plareado resplandeciente, más brillantes que los de cualquier lobo. Ravennse acercó a ellos y puso una enorme piel sobre madre e hijo para protegerlos del frío. —Él no es un niño ordinario —murmuró dándose cuenta de lo que había sucedido, a pesar de no haberlo podido presenciar lo tenía muy claro. Isolde apenas podía hablar. —¿Qué significa esto? Raven levantó la mirada hacia ella. — La mismísima diosa abandonó el cielo para presenciar su alumbramiento, ni siquiera permitió que yo la viera, tú y tú cachorro habéis sido bendecidos.Cinco años más tarde:El cuerpo cálido y perfumado de Evelyn, la prima de Isolde, seguía pegado a él como una lapa, sus manos suaves recorriendo su espalda en un intento por retenerlo.—No te vayas aún —susurró contra su piel, dejando un rastro de besos en su hombro.Él apartó su mano con un gesto brusco y se sentó al borde de la cama.—Tengo cosas que hacer.—Siempre tienes cosas que hacer —se quejó ella, incorporándose lo suficiente para observarlo molesta — Me tratas como si fuera invisible.Damian apretó la mandíbula y se puso de pie, ignorando el ardor de sus propias emociones contradictorias. Sabía que debería desearla. Después de todo, los ancianos de la manada llevaban años presionándolo para que tuviera cachorros con ella. Si no lo hacía pronto, lo obligarían a buscarse una esposa, una que pudiera darle lo que Evelyn no había logrado en todo este tiempo.El simple pensamiento le revolvía el estómago.—Más te vale darme cachorros pronto —espetó sin mirarla— No voy a esperar e
—Antes de continuar con esta unión —la voz del Alfa Damian era dura como el acero y su mirada fría como el hielo— quiero que se le realice una prueba de virginidad a Isolde.El mundo de Isolde se congeló en ese momento. Fue como si los latidos del corazón se le detuvieran en el pecho, y un incómodo zumbido retumbaba sin parar en sus oídos.Estaba de pie en el claro, con el bordado plateado de su vestido de novia blanco brillando a la luz de la luna, simbolizando la bendición de la Diosa de la Luna sobre todos los lobos. Pero en ese momento no sintió ningún atisbo de santidad, sólo un frío penetrante que se le clavaba en la piel como sí miles de agujas la estuvieran atravesando a la vez.La expresión del Alfa Damian le resultaba desconocida. No había ternura, ni amor, ni siquiera un atisbo de emoción en su mirada. La observaba como si se tratara de una mercancía a inspeccionar.—¿Qué…? —susurró ella, sin comprender del todo lo que acababa de escuchar.—A mis oídos han llegado rumores d
Era Evelyn, su prima.Odiaba a Isolda, mucho.Nunca había entendido porque ella tenía más privilegios si las dos venían de la misma sangre, si la única diferencia entre ellas era que Isolde era la hija del primogénito de su abuelo y ella solo la hija del segundo hijo, que el simple orden de nacimiento hubiera evitado que se convirtiera en la princesa heredera del clan. Era mucho más digna que Isolde estaba convencida de ello.No estaba dispuesta a rendirse ni mucho menos, y ahora empezaba la diversión, su momento de hacerles pagar a los suyos por no haberse dado cuenta de que ella era una princesa mucho más digna.Evelyn sonrió con malicia, alzando la voz para que todos la escucharan.—Yo misma puedo dar testimonio de lo que ha estado haciendo mi prima, tio. No es ningún secreto que Isolde ha pasado por la mayoría de los machos de nuestra manada.—¡Mentira! —gritó Isolde incapaz de contener por más las lágrimas y estallando a llorar— Eso no es cierto, no puedo pasar la prueba pero no
—Está muerta — dijo uno de los guerreros tras agacharse e intentar encontrar el pulso de la joven sin lograrlo.El eco de la masacre aún flotaba en el aire, mezclándose con el olor a sangre, traición y muerte que impregnaba el claro.Los cuerpos sin vida de los caídos cubrían el suelo como hojas marchitas tras una tormenta. Los gritos se habían apagado, sustituidos por el pesado silencio que deja la muerte a su paso.Evelyn, con el vestido rojo empapado en sangre ajena, avanzó con hasta donde yacía el cuerpo de Isolde. La luna, testigo de su victoria, brillaba sobre su piel pálida y su mirada chispeó con una satisfacción oscura.—¿Estás seguro? —preguntó, observando el cuerpo inerte de su prima.—No hay respiración, mi señora —confirmó el guerrero— Su pecho no se mueve y tampoco fui capaz de encontrarle el pulso.—Bien.—La sonrisa de Evelyn fue lenta, cruel, victoriosa.Se agachó, sus dedos acariciaron con desdén la mejilla de Isolde, manchándola de la sangre que aún tenía en la mano.
El frío la envolvía como un sudario.Isolde respiró con dificultad, cada movimiento le arrancaba una punzada de dolor. Sus extremidades estaban entumecidas, sus músculos temblaban por el esfuerzo de arrastrarse fuera de la cueva en la que había caído. Su instinto le gritaba que debía moverse, alejarse, ocultarse antes de que alguien descubriera que aún respiraba.Pero el agotamiento pesaba sobre ella como una cadena invisible.Se apoyó contra la roca húmeda, intentando calmar la tormenta en su pecho. Su vientre seguía irradiando ese calor extraño, una protección silenciosa que le recordaba que no estaba sola.Entonces, algo cambió.La brisa nocturna se espesó de forma antinatural. Una niebla densa comenzó a deslizarse entre las rocas, avanzando con una fluidez inquietante, envolviéndolo todo en un velo plateado. Isolde parpadeó, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.La niebla no era normal.No era la simple humedad de la noche ni el aliento del río lejano.Era algo… vivo.El in