Cinco años más tarde:
El cuerpo cálido y perfumado de Evelyn, la prima de Isolde, seguía pegado a él como una lapa, sus manos suaves recorriendo su espalda en un intento por retenerlo. —No te vayas aún —susurró contra su piel, dejando un rastro de besos en su hombro. Él apartó su mano con un gesto brusco y se sentó al borde de la cama. —Tengo cosas que hacer. —Siempre tienes cosas que hacer —se quejó ella, incorporándose lo suficiente para observarlo molesta — Me tratas como si fuera invisible. Damian apretó la mandíbula y se puso de pie, ignorando el ardor de sus propias emociones contradictorias. Sabía que debería desearla. Después de todo, los ancianos de la manada llevaban años presionándolo para que tuviera cachorros con ella. Si no lo hacía pronto, lo obligarían a buscarse una esposa, una que pudiera darle lo que Evelyn no había logrado en todo este tiempo. El simple pensamiento le revolvía el estómago. —Más te vale darme cachorros pronto —espetó sin mirarla— No voy a esperar eternamente. Se giró para salir, sintiendo el peso de su odio hacia ella aferrarse a su espalda como un espectro. No podía alejarse, y esa dependencia involuntaria solo lo enfermaba más. Apretó el paso, con el ceño fruncido, dirigiéndose a la sala de reuniones. Ahí lo esperaban los ancianos y los miembros importantes de la manada. Había pasado media década desde aquella masacre. Cinco años de poder y estabilidad… o al menos, eso era lo que todos creían los pocos lobos de aquella manada que habían quedado se unioron a él quien decidió tomar a Evelyn como concubina. Una concubina que en el fondo odiaba y a su vez hacía algo que siempre lo había volver a ella, como si tuviera una necesidad que no podía a comprender o algo fuera de su control lo obligara. Pero en cuanto su instinto era saciado lo único que le provocaba la presencia de esa loba era querer huir rápidamente de la cama de ella, con la esperanza de que esta vez sí la hubiera fecundado y fuera capaz de darle un cachorro, eso o terminarían obligándolo a tomar una esposa. Se transformó en su lobo en cuanto cruzó las puertas del bosque. El cambio fue brutal, desesperado, como si desgarrarse la piel le permitiera también desprenderse de la frustración. Pisadas feroces golpearon la tierra húmeda mientras corría sin rumbo fijo, el viento helado golpeándole el pelaje negro azabache. Necesitaba despejarse. Necesitaba olvidar. Pero entonces, el rugido de un oso desgarró el silencio. Damian se detuvo en seco con los instintos encendidos. Sus ojos de lobo se clavaron en la escena delante de él. Una loba blanca estaba siendo atacada. El animal colosal la embestía con su peso descomunal, intentando aplastarla, pero antes de que Damian pudiera lanzarse al rescate, la loba reaccionó con una velocidad sobrenatural. Esquivó el golpe del oso con una elegancia feroz, y en un solo movimiento, sus colmillos se clavaron en la garganta de la bestia. El oso soltó un gruñido ahogado, su cuerpo tembló y, tras un último estertor, se desplomó sobre la tierra ensangrentada. Damian sintió que su propio aliento se detenía. El lobo dentro de él reaccionó antes de que su mente pudiera hacerlo. Aulló, anunciando su presencia con una mezcla de admiración y llamado instintivo. La loba blanca giró el rostro hacia él. Sus ojos se encontraron por un breve instante que pareció eterno. Y luego, sin dudarlo, ella huyó. El no dudó en seguirla hasta que la loba entró en el claro, el claro al que ninguno de ellos había podido entrar desde el suceso, era como si la luna les hubiera vetado la entrada a ese lugar. Damian quedó inmóvil, con el pecho agitado y las garras hundidas en la tierra. No supo cuánto tiempo pasó así, solo viendo la dirección en la que ella había desaparecido. Su lobo acababa de elegir. Había encontrado a su luna. Y esta se había desvanecido en la oscuridad.—Antes de continuar con esta unión —la voz del Alfa Damian era dura como el acero y su mirada fría como el hielo— quiero que se le realice una prueba de virginidad a Isolde.El mundo de Isolde se congeló en ese momento. Fue como si los latidos del corazón se le detuvieran en el pecho, y un incómodo zumbido retumbaba sin parar en sus oídos.Estaba de pie en el claro, con el bordado plateado de su vestido de novia blanco brillando a la luz de la luna, simbolizando la bendición de la Diosa de la Luna sobre todos los lobos. Pero en ese momento no sintió ningún atisbo de santidad, sólo un frío penetrante que se le clavaba en la piel como sí miles de agujas la estuvieran atravesando a la vez.La expresión del Alfa Damian le resultaba desconocida. No había ternura, ni amor, ni siquiera un atisbo de emoción en su mirada. La observaba como si se tratara de una mercancía a inspeccionar.—¿Qué…? —susurró ella, sin comprender del todo lo que acababa de escuchar.—A mis oídos han llegado rumores d
Era Evelyn, su prima.Odiaba a Isolda, mucho.Nunca había entendido porque ella tenía más privilegios si las dos venían de la misma sangre, si la única diferencia entre ellas era que Isolde era la hija del primogénito de su abuelo y ella solo la hija del segundo hijo, que el simple orden de nacimiento hubiera evitado que se convirtiera en la princesa heredera del clan. Era mucho más digna que Isolde estaba convencida de ello.No estaba dispuesta a rendirse ni mucho menos, y ahora empezaba la diversión, su momento de hacerles pagar a los suyos por no haberse dado cuenta de que ella era una princesa mucho más digna.Evelyn sonrió con malicia, alzando la voz para que todos la escucharan.—Yo misma puedo dar testimonio de lo que ha estado haciendo mi prima, tio. No es ningún secreto que Isolde ha pasado por la mayoría de los machos de nuestra manada.—¡Mentira! —gritó Isolde incapaz de contener por más las lágrimas y estallando a llorar— Eso no es cierto, no puedo pasar la prueba pero no
—Está muerta — dijo uno de los guerreros tras agacharse e intentar encontrar el pulso de la joven sin lograrlo.El eco de la masacre aún flotaba en el aire, mezclándose con el olor a sangre, traición y muerte que impregnaba el claro.Los cuerpos sin vida de los caídos cubrían el suelo como hojas marchitas tras una tormenta. Los gritos se habían apagado, sustituidos por el pesado silencio que deja la muerte a su paso.Evelyn, con el vestido rojo empapado en sangre ajena, avanzó con hasta donde yacía el cuerpo de Isolde. La luna, testigo de su victoria, brillaba sobre su piel pálida y su mirada chispeó con una satisfacción oscura.—¿Estás seguro? —preguntó, observando el cuerpo inerte de su prima.—No hay respiración, mi señora —confirmó el guerrero— Su pecho no se mueve y tampoco fui capaz de encontrarle el pulso.—Bien.—La sonrisa de Evelyn fue lenta, cruel, victoriosa.Se agachó, sus dedos acariciaron con desdén la mejilla de Isolde, manchándola de la sangre que aún tenía en la mano.
El frío la envolvía como un sudario.Isolde respiró con dificultad, cada movimiento le arrancaba una punzada de dolor. Sus extremidades estaban entumecidas, sus músculos temblaban por el esfuerzo de arrastrarse fuera de la cueva en la que había caído. Su instinto le gritaba que debía moverse, alejarse, ocultarse antes de que alguien descubriera que aún respiraba.Pero el agotamiento pesaba sobre ella como una cadena invisible.Se apoyó contra la roca húmeda, intentando calmar la tormenta en su pecho. Su vientre seguía irradiando ese calor extraño, una protección silenciosa que le recordaba que no estaba sola.Entonces, algo cambió.La brisa nocturna se espesó de forma antinatural. Una niebla densa comenzó a deslizarse entre las rocas, avanzando con una fluidez inquietante, envolviéndolo todo en un velo plateado. Isolde parpadeó, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.La niebla no era normal.No era la simple humedad de la noche ni el aliento del río lejano.Era algo… vivo.El in
—No puedo seguir aquí escondida —dijo Isolde, rompiendo el silencio. Estaba sentada frente a la hoguera, con una mano en su muy abultado vientre. Su hijo se movía, inquieto.Raven, apoyado contra la pared de piedra, la miró sin inmutarse.—Puedes y debes hacerlo.—No. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras Damian y Evelyn siguen ahí afuera, viviendo como si nada — aseguro sin dejar de acariciarse el vientre, su hijo estaba agitado esa noche, pero no le dio mayor importancia, creyó que simplemente estaba reaccionando a su estado emocional — Me lo arrebataron todo ¿Cómo esperas que simplemente me siente aquí a esperar?—No te estoy diciendo que olvides tu venganza — él asintió como si con eso quisiera decirle que entendía su preocupación— Solo que no es el momento, mírate, estás apunto de tener a tu hijo.Isolde apretó los dientes.—¿Y cuándo será el momento entonces? llevamos meses escondidos mientras todos esos asesinos viven como si nada.—Tendrás tu venganza, Isolde. Te lo pr