El viento aullaba como un lobo hambriento, colándose en la cueva y haciendo bailar las llamas de la hoguera. La luz anaranjada pintaba sombras alargadas en las paredes, como si fantasmas danzaran a su alrededor. Isolde, acurrucada sobre una piel de lobo, mecía suavemente a Rowan. El pequeño dormía plácidamente, su pecho subía y bajaba con cada respiración. De pronto, el eco de pasos resonó en la entrada y Raven emergió de la oscuridad con el rostro ensombrecido. Se notaba el cansancio en sus ojos, una pesadez que contaba historias de largas jornadas y preocupaciones acumuladas. —Tenemos un problema, Isolde. Isolde, levantando la vista de su hijo, le dedicó una mirada afilada, dejó al pequeño tranquilo sobre las pieles y se levantó tomando a Raven de la muñeca para alejarse de donde descansaba su hijo, por si a caso despertaba, no quería ningún problema pudiera perturbar la paz de su cachorro. —¿Qué pasó? —preguntó en un susurro, preocupada por la expresión de Raven. Él obs
La brisa fresca acariciaba la piel de Isolde mientras caminaba por el borde del claro, incluso con el riesgo de poder ser vista, aunque sabía de sobra que los vigías de Damián andaban en la búsqueda del cachorro misterioso y nadie de ese clan se atrevía a acercarse al claro que había supuesto la maldición de todos ellos.El sol comenzaba a ocultarse, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rojos. A lo lejos, veía a su pequeño cachorro jugando sin ser consciente de que él le había seguido la pista durante días, el hombre que la consumía en su mente, que la llenaba de rabia y furia por todo lo que había destruido en su vida. La necesidad de venganza se volvía una herida abierta en medio de su pecho, quemándola desde dentro, como si no hubiera otra opción, como si nada más importara que vengarse de él.—Isolde, sabes que no tienes que hacerlo, en nuestro plan no valoramos que tú le entregaras tu cuerpo.— la voz de Raven la alcanzó, cortando el aire con una suavidad que contrastaba con l
El poco de cordura que le quedaba a la loba lo uso para transformarse, sabia que en forma de lobo corría el riesgo de ser marcada con facilidad y además dejarse hacerlo a causa del celo, y lo que menos quería era pertenecerle a ese macho. Pero en forma humana simplemente sacarían las ganas qué su celo le provocaba a los dos. — Me entregaré a ti pero será en esta forma. Ahí estaba, desnuda bajo el enorme cuerpo de un lobo, esperando no ser reconocida, el lobo la olfateó y rápidamente cambió a su forma humana también, ansioso por la necesidad de poseer a esa hembra. Él tuvo que tragar saliva. Moviéndose había atrás para observarla. Su mirada se deslizó por la silueta de la mujer que hacía desnuda sobre una cama natural de musgo, deslumbrado por su simple existencia. No dudó en atraerla hacia su cuerpo, rodeando su cintura con un brazo firme mientras la otra mano se deslizaba por su costado, acariciando sus curvas, su cintura, su cadera… Pegándola más a él, como si temiera que se
Tras ese primer encuentro. Se habían refugiado en una cueva para pasar el resto de celo. La cueva estaba bañada por la tenue luz de la luna. El aire fresco, cargado con el olor a tierra y a algo más profundo, los rodeaba, pero no podía calmar los latidos acelerados en el pecho de Isolde. Los tres días de celo habían pasado. Y aunque su cuerpo ya no pedía más, algo dentro de ella seguía ardiendo, una chispa que no lograba apagar.Damián se recostó contra la pared rocosa, su mirada fija en ella, como si estuviera tratando de leer cada uno de sus movimientos, cada respiración, cada latido. Había algo inquietante en esa mirada, algo que la ponía al borde de la locura. Ella, por su parte, no podía dejar de observar la forma en que la luz plateada resaltaba su rostro, tan cercano, tan perfecto, y la manera en que su cuerpo aún respiraba profundamente, como si todo en él estuviera marcado por el instinto, como si la cueva misma hubiese quedado impregnada de su esencia.—¿Cómo te llamas?
El frío de la madrugada lo sacó del sueño de golpe. Damián gruñó bajo, su cuerpo giró instintivamente hacia el lado donde, horas antes, había sentido el calor de su hembra. Pero lo único que encontró fue el vacío.Frunció el ceño y se incorporó, olfateando el aire con desconfianza. El aroma de Isolde aún impregnaba las mantas, dulce y salvaje, como un eco de la noche anterior. Pero en la cueva... nada. Ni un rastro de su presencia.Su expresión se endureció. Era imposible.Se puso de pie de un salto. La falta de ropa no fue un impedimento; la tela se había hecho jirones al transformarse tres noches atrás en el bosque, cuando su instinto lo había arrastrado a una transformación descontrolada, al influjo del celo de la loba blanca. Un celo que no podía ignorarse.Salió de la cueva con pasos largos y agresivos, el cuerpo aún tenso por la necesidad insatisfecha. El instinto de cazador se activó en cuanto el viento le golpeó el rostro. Su hembra no podía haber ido lejos.La buscó por horas
El rugido de Damián resonó en la fortaleza como un trueno en medio de la tormenta. Un sonido primitivo, feroz, un eco de su propia rabia. No podía olvidar a la loba, no podía encontrarla, no había rastro de ella.—¡¿Cómo que no saben nada?! —gruñó, lanzando una mesa contra la pared. La madera crujió al partirse en dos, pero ni eso aliviaba el fuego que lo consumía.Nadie se atrevió a hablar. Sus guerreros, los mismos que habrían dado la vida por él sin dudar, ahora temían acercarse demasiado.Damián no necesitaba palabras. Su lobo sentía la ausencia de la loba blanca como un veneno esparciéndose por sus venas. No lograba entenderlo, jamás había tenido una sensación como esa, por ninguna loba, era como si todo dentro de él necesitara tenerla cerca. El vínculo creado durante el celo aún persistía en él, pero se debilitaba con cada hora que pasaba. Era como si algo invisible lo estuviera arrancando de su propia carne.Respiró hondo, tratando de calmarse. No lo consiguió.—Si nadie
Lejos del territorio del alfa Damián se encontraba Isolde, Raven no soportaba tenerla tan cerca de él.Aquellos tres días le habían pasado factura y se la llevó al poblado donde estaban los guerrero.Los lobos errantes que habían ido encontrando durante años y, sin saber del todo como o por qué.Se quedaban con ellos, atraeidos por la aura especial del pequeño cachorro destinado a ser alfa.Eran su manada, mucho antes de que el niño fuera consciente de ello, todos seguían a isolde como la madre del joven cachorro elegido por la luna.El aire de la cabaña era denso, cargado de silencios y miradas silenciosas pero que a su vez decían mucho, quemaban más que las palabras entre Isolde y Raven. Afuera, la lluvia golpeaba el techo con una insistencia casi cruel, como si la tormenta fuera un reflejo del caos que se desataba dentro de Isolde, quién intentaba ignorar todo el tiempo el mal carácter que Raven había tenido en los últimos días.Y es que tenía problemas más graves,su piel aún ardí
El viento frío de la montaña azotaba con fuerza aquella mañana, pero ni siquiera eso podía apagar el fuego que ardía en el pecho de Damián, un fuego que lo había consumido toda la noche, que lo había castigado y envenenado sin que pudiera apagarlo.Sus pensamientos eran un caos devorador, un torbellino de imágenes que lo llevaban al borde de una locura de la que no sabía como salir. Cada vez que cerraba los ojos, podía verla, sentirla. Abigail, su hembra. Su futura Luna. Recordaba el cuerpo de ella bajo el suyo, moviéndose con él, gimiendo su nombre en medio de la oscuridad, arqueándose por el placer. Se acoplaba a él, buscaba sus caderas con desesperación, se estremecía en sus brazos como si su única razón de ser fuera pertenecerle.Y luego, el infierno.La imagen se distorsionaba en su mente y la veía con otro. Otro lobo tocándola, reclamándola. Sus manos, su boca, su cuerpo entregado a alguien más.Un gruñido bajo y peligroso escapó de su garganta. No podía más. No podía seguir esp