El frío la envolvía como un sudario.
Isolde respiró con dificultad, cada movimiento le arrancaba una punzada de dolor. Sus extremidades estaban entumecidas, sus músculos temblaban por el esfuerzo de arrastrarse fuera de la cueva en la que había caído. Su instinto le gritaba que debía moverse, alejarse, ocultarse antes de que alguien descubriera que aún respiraba. Pero el agotamiento pesaba sobre ella como una cadena invisible. Se apoyó contra la roca húmeda, intentando calmar la tormenta en su pecho. Su vientre seguía irradiando ese calor extraño, una protección silenciosa que le recordaba que no estaba sola. Entonces, algo cambió. La brisa nocturna se espesó de forma antinatural. Una niebla densa comenzó a deslizarse entre las rocas, avanzando con una fluidez inquietante, envolviéndolo todo en un velo plateado. Isolde parpadeó, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. La niebla no era normal. No era la simple humedad de la noche ni el aliento del río lejano. Era algo… vivo. El instinto primitivo de su lobo despertó en su interior, advirtiéndole que algo—alguien—se acercaba. Pasos. Lentos, firmes, seguros. Isolde entrecerró los ojos, forzándose a ver más allá de la bruma. Una figura emergió de la niebla, moviéndose con la gracia depredadora de un lobo cazador. Era alto, con una silueta poderosa, pero lo que más llamaba la atención era cómo la niebla parecía bailar a su alrededor, arremolinándose como si obedeciera su voluntad. Se detuvo a pocos pasos de ella. —No estás muerta. Su voz era profunda, teñida de un tono áspero, como si no estuviera acostumbrado a hablar con otros. Isolde se obligó a levantar el rostro, sus labios secos se separaron en un susurro: —¿Quién… eres? El hombre no respondió de inmediato. Se inclinó levemente, evaluándola con unos ojos que brillaban con un fulgor dorado, inhumano, licantrópico. Pero no era un Alfa común. Había algo más en él. Algo antiguo. — No aguantarás mucho sola —dijo al fin, su mirada recorriendo las heridas en su piel, la sangre seca en su vestido roto— Si quieres vivir, debes venir conmigo. Isolde titubeó. ¿Podía confiar en él? No tenía fuerzas para huir. Y si Damian o Evelyn descubrían que estaba viva, no le darían una segunda oportunidad de morir. —¿Quién eres? —insistió, esta vez con más firmeza. El hombre ladeó el rostro. —Me llaman muchas cosas —su voz era casi un murmullo— Pero puedes llamarme Raven. La niebla pareció intensificarse cuando pronunció su nombre, como si el mismo aire reconociera su existencia. Isolde sintió un escalofrío. No había oído ese nombre antes, pero algo en su interior le decía que él no era un lobo cualquiera. —No tengo razón para confiar en ti —susurró, aunque su cuerpo ya se inclinaba hacia él por puro instinto de supervivencia. Raven bajó la mirada hasta su vientre, su expresión se endureció. —No, no la tienes. Pero tu cachorro sí. El impacto de esas palabras fue inmediato. Isolde sintió que el mundo se tambaleaba a su alrededor. Él lo sabía. ¿Cómo? ¿Cómo podía saberlo si ni siquiera ella había podido asimilarlo completamente? El miedo la invadió por un segundo, pero entonces algo en la forma en que la miraba la detuvo. No había amenaza en sus ojos dorados. No había codicia, ni crueldad, ni la avaricia que había visto tantas veces en otros lobos. Había conocimiento. Y algo más… Destino. Isolde tragó saliva con dificultad y asintió lentamente. —Llévame lejos de aquí. Raven no dijo nada más. Se inclinó y la tomó en brazos con una facilidad inquietante, como si su peso no significara nada para él. El contacto con su piel fue extraño: frío al principio, pero luego reconfortante, como el roce de la niebla en una noche de verano, algo de calor para una noche tan horrible como la que acababa de vivir. La bruma se cerró a su alrededor, oscureciendo el mundo. Y entonces, desaparecieron. El viaje fue un susurro entre sombras, apenas perceptible para ella. Isolde no supo cuánto tiempo pasó envuelta en la niebla. Todo se sentía borroso, irreal. Sentía el movimiento, el ritmo constante de sus pasos, la seguridad en su agarre. Pero no hubo caminos. No hubo ríos ni montañas. Solo niebla. Cuando la bruma finalmente comenzó a disiparse, se encontró en un lugar completamente distinto. La luna seguía en lo alto, pero el paisaje había cambiado. Estaban en un claro escondido en lo profundo del bosque, rodeados de árboles tan altos que sus copas parecían rozar el cielo. El aire era distinto, cargado con un poder primitivo que erizaba la piel. Raven la depositó con cuidado sobre un lecho de hojas secas. —Descansa —ordenó, con la misma firmeza tranquila de antes. Isolde se obligó a incorporarse ligeramente, ignorando el dolor que se aferraba a sus huesos. —¿Dónde estamos? Raven se apoyó contra un tronco cercano, cruzándose de brazos. —En un lugar en el que ninguno de tus enemigos va a poder encontrarte. Había una certeza absoluta en su tono. Isolde lo miró fijamente. —¿Por qué me ayudaste? El lobo la observó por un largo momento, su expresión era inescrutable, pero sus ojos… sus ojos parecían ver más de lo que decían. —Porque esta historia aún no ha terminado —dijo al fin— Y porque, aunque aún no lo sepas… tú tampoco eres solo una loba ordinaria. Isolde sintió que su respiración se detenía. Pero antes de que pudiera formular otra pregunta, el viento sopló entre los árboles y la niebla comenzó a alzarse de nuevo, danzando alrededor de Raven como un manto de sombras vivientes. El lobo giró sobre sus talones. —Duerme, Isolde. Mañana tendremos mucho de qué hablar. Y antes de que pudiera protestar, la niebla lo devoró. Dejándola sola. Con más preguntas que respuestas.—No puedo seguir aquí escondida —dijo Isolde, rompiendo el silencio. Estaba sentada frente a la hoguera, con una mano en su muy abultado vientre. Su hijo se movía, inquieto.Raven, apoyado contra la pared de piedra, la miró sin inmutarse.—Puedes y debes hacerlo.—No. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras Damian y Evelyn siguen ahí afuera, viviendo como si nada — aseguro sin dejar de acariciarse el vientre, su hijo estaba agitado esa noche, pero no le dio mayor importancia, creyó que simplemente estaba reaccionando a su estado emocional — Me lo arrebataron todo ¿Cómo esperas que simplemente me siente aquí a esperar?—No te estoy diciendo que olvides tu venganza — él asintió como si con eso quisiera decirle que entendía su preocupación— Solo que no es el momento, mírate, estás apunto de tener a tu hijo.Isolde apretó los dientes.—¿Y cuándo será el momento entonces? llevamos meses escondidos mientras todos esos asesinos viven como si nada.—Tendrás tu venganza, Isolde. Te lo pr
Cinco años más tarde:El cuerpo cálido y perfumado de Evelyn, la prima de Isolde, seguía pegado a él como una lapa, sus manos suaves recorriendo su espalda en un intento por retenerlo.—No te vayas aún —susurró contra su piel, dejando un rastro de besos en su hombro.Él apartó su mano con un gesto brusco y se sentó al borde de la cama.—Tengo cosas que hacer.—Siempre tienes cosas que hacer —se quejó ella, incorporándose lo suficiente para observarlo molesta — Me tratas como si fuera invisible.Damian apretó la mandíbula y se puso de pie, ignorando el ardor de sus propias emociones contradictorias. Sabía que debería desearla. Después de todo, los ancianos de la manada llevaban años presionándolo para que tuviera cachorros con ella. Si no lo hacía pronto, lo obligarían a buscarse una esposa, una que pudiera darle lo que Evelyn no había logrado en todo este tiempo.El simple pensamiento le revolvía el estómago.—Más te vale darme cachorros pronto —espetó sin mirarla— No voy a esperar e
—Antes de continuar con esta unión —la voz del Alfa Damian era dura como el acero y su mirada fría como el hielo— quiero que se le realice una prueba de virginidad a Isolde.El mundo de Isolde se congeló en ese momento. Fue como si los latidos del corazón se le detuvieran en el pecho, y un incómodo zumbido retumbaba sin parar en sus oídos.Estaba de pie en el claro, con el bordado plateado de su vestido de novia blanco brillando a la luz de la luna, simbolizando la bendición de la Diosa de la Luna sobre todos los lobos. Pero en ese momento no sintió ningún atisbo de santidad, sólo un frío penetrante que se le clavaba en la piel como sí miles de agujas la estuvieran atravesando a la vez.La expresión del Alfa Damian le resultaba desconocida. No había ternura, ni amor, ni siquiera un atisbo de emoción en su mirada. La observaba como si se tratara de una mercancía a inspeccionar.—¿Qué…? —susurró ella, sin comprender del todo lo que acababa de escuchar.—A mis oídos han llegado rumores d
Era Evelyn, su prima.Odiaba a Isolda, mucho.Nunca había entendido porque ella tenía más privilegios si las dos venían de la misma sangre, si la única diferencia entre ellas era que Isolde era la hija del primogénito de su abuelo y ella solo la hija del segundo hijo, que el simple orden de nacimiento hubiera evitado que se convirtiera en la princesa heredera del clan. Era mucho más digna que Isolde estaba convencida de ello.No estaba dispuesta a rendirse ni mucho menos, y ahora empezaba la diversión, su momento de hacerles pagar a los suyos por no haberse dado cuenta de que ella era una princesa mucho más digna.Evelyn sonrió con malicia, alzando la voz para que todos la escucharan.—Yo misma puedo dar testimonio de lo que ha estado haciendo mi prima, tio. No es ningún secreto que Isolde ha pasado por la mayoría de los machos de nuestra manada.—¡Mentira! —gritó Isolde incapaz de contener por más las lágrimas y estallando a llorar— Eso no es cierto, no puedo pasar la prueba pero no
—Está muerta — dijo uno de los guerreros tras agacharse e intentar encontrar el pulso de la joven sin lograrlo.El eco de la masacre aún flotaba en el aire, mezclándose con el olor a sangre, traición y muerte que impregnaba el claro.Los cuerpos sin vida de los caídos cubrían el suelo como hojas marchitas tras una tormenta. Los gritos se habían apagado, sustituidos por el pesado silencio que deja la muerte a su paso.Evelyn, con el vestido rojo empapado en sangre ajena, avanzó con hasta donde yacía el cuerpo de Isolde. La luna, testigo de su victoria, brillaba sobre su piel pálida y su mirada chispeó con una satisfacción oscura.—¿Estás seguro? —preguntó, observando el cuerpo inerte de su prima.—No hay respiración, mi señora —confirmó el guerrero— Su pecho no se mueve y tampoco fui capaz de encontrarle el pulso.—Bien.—La sonrisa de Evelyn fue lenta, cruel, victoriosa.Se agachó, sus dedos acariciaron con desdén la mejilla de Isolde, manchándola de la sangre que aún tenía en la mano.