—Está muerta — dijo uno de los guerreros tras agacharse e intentar encontrar el pulso de la joven sin lograrlo.
El eco de la masacre aún flotaba en el aire, mezclándose con el olor a sangre, traición y muerte que impregnaba el claro. Los cuerpos sin vida de los caídos cubrían el suelo como hojas marchitas tras una tormenta. Los gritos se habían apagado, sustituidos por el pesado silencio que deja la muerte a su paso. Evelyn, con el vestido rojo empapado en sangre ajena, avanzó con hasta donde yacía el cuerpo de Isolde. La luna, testigo de su victoria, brillaba sobre su piel pálida y su mirada chispeó con una satisfacción oscura. —¿Estás seguro? —preguntó, observando el cuerpo inerte de su prima. —No hay respiración, mi señora —confirmó el guerrero— Su pecho no se mueve y tampoco fui capaz de encontrarle el pulso. —Bien.—La sonrisa de Evelyn fue lenta, cruel, victoriosa. Se agachó, sus dedos acariciaron con desdén la mejilla de Isolde, manchándola de la sangre que aún tenía en la mano. La había odiado durante tanto tiempo que verla así, inerte, sin el brillo orgulloso en sus ojos, sin su altanera seguridad, sin tener todo lo que ella había querido siempre, era casi poético. Había esperado demasiado para este momento. —Desháganse de ella —ordenó, irguiéndose con dignidad— Láncenla al acantilado. Los guerreros asintieron. Tomaron el cuerpo de Isolde y la arrastraron con rudeza hasta el borde del precipicio. Evelyn los siguió, observando con los ojos brillantes de triunfo como por fin le había ganado a su prima. —Hoy —murmuró, dejando que la brisa nocturna acariciara su piel— la verdadera luna de la tribu nace. Los soldados empujaron el cuerpo sin vida de Isolde al vacío. Evelyn observó con satisfacción cómo su prima desaparecía entre las sombras del acantilado. El sonido del impacto jamás llegó hasta sus oídos, devorado por la brisa nocturna y la inmensidad de la caída. Con un último vistazo al precipicio, se giró con elegancia y caminó de vuelta al campamento, seguida de sus guerreros. La batalla había terminado. —¿Muerta? La voz del Alfa Damian se elevó en la tienda, su ceño fruncido en una expresión difícil de leer. Evelyn asintió con una sonrisa. —La tiramos por el acantilado. No hay forma de que haya sobrevivido. Damian no respondió de inmediato. Un cosquilleo extraño se deslizó por su pecho, una sensación que no pudo identificar del todo. Su mandíbula se tensó y cerró los puños, pero la incomodidad persistió. Era una victoria. Lo que su manada había planeado durante tanto tiempo se había cumplido a la perfección. Los traidores estaban muertos, el territorio era suyo, y Evelyn… Evelyn ahora sería su luna ese había sido el trato … pero no pudo evitar un gesto de fastidio ante ese pensamiento, por el momento la haría únicamente su concubina. Y sin embargo… Su corazón latió más fuerte de lo normal. Un cosquilleo, como un leve tirón en su interior. —Damian —la voz de Evelyn era suave, casi melosa — Lo logramos. Él alzó la mirada, pero su mente seguía atrapada en esa extraña sensación. Lo ignoró. Lo que sentía no tenía importancia. —Sí —murmuró al final, girando el rostro hacia ella — Lo logramos. ⋆ ⭑ ⋆ La oscuridad era infinita. Isolde cayó. El viento silbó en sus oídos conun rugido constante mientras su cuerpo descendía en el abismo. El dolor, sin embargo, no era lo que esperaba. Había algo más. Un calor. Un calor que ardía en su estómago, que envolvía su vientre como una llama suave pero implacable. No era normal. No era suyo. Era algo más. Algo vivo. Isolde sintió cómo ese calor la rodeaba, cómo amortiguaba su caída, cómo la protegía. Su conciencia flotaba en la frontera entre la vigilia y el sueño, entre la muerte y la vida. Y entonces, en lo profundo de su ser, lo entendió. No estaba sola. Algo dentro de ella… alguien dentro de ella había respondido al peligro. Su cachorro. Era su cachorro quien la había protegido. El impacto no fue como debería haber sido. No se sintió como huesos rompiéndose, ni como carne desgarrándose. Se sintió como una caricia cálida, como un abrazo de energía envolviéndola en el último segundo. Isolde jadeó débilmente cuando su cuerpo golpeó contra una superficie más blanda de lo esperado. Se desplomó sobre un cúmulo de enredaderas y ramas que crecían en una grieta de la roca, una bendición inesperada en la noche más oscura de su vida. El aire abandonó sus pulmones, pero no el aliento de la vida. No estaba muerta. No todavía. El sonido del agua la despertó más tarde. Isolde abrió los ojos lentamente sintiendo su cuerpo entumecido por el impacto. Le dolía todo. Pero estaba viva. Su respiración era pesada, sus músculos apenas respondían, pero su vientre aún ardía con ese calor protector. Instintivamente, sus manos se posaron sobre su abdomen. Un temblor recorrió su cuerpo. Sus labios se separaron en un susurro tembloroso, apenas un pensamiento convertido en palabras. —¿Me… me salvaste? No hubo respuesta, pero lo sintió. Sintió la calidez dentro de ella, como un faro en medio de la tormenta, como una promesa de que aún no era el final. Lentamente, giró el rostro y vio dónde estaba. Había caído en una cueva estrecha entre las rocas del acantilado, su cuerpo atrapado en un nido de raíces y musgo que, de alguna manera, había amortiguado su impacto. Pero no podía quedarse allí. No cuando sabía la verdad. No cuando entendía que su gente no había sido simplemente vencida, sino traicionada. No cuando en su interior crecía la última esperanza de su manada. Sus dedos se aferraron a las raíces. Se obligó a moverse, a levantarse, a ignorar el dolor que gritaba en cada músculo de su cuerpo. No podía rendirse. Porque ahora no era solo ella. Era ella… y su cachorro. Y no permitiría que Damian y Evelyn le hicieran daño, ella debía ponerse a salvo y proteger a la pequeña vida que crecía en su vientre. Con un último aliento de determinación, Isolde comenzó a arrastrarse fuera de la cueva. La luna la observó en su lucha. Y en lo más profundo de su corazón, supo que la batalla apenas comenzaba.El frío la envolvía como un sudario.Isolde respiró con dificultad, cada movimiento le arrancaba una punzada de dolor. Sus extremidades estaban entumecidas, sus músculos temblaban por el esfuerzo de arrastrarse fuera de la cueva en la que había caído. Su instinto le gritaba que debía moverse, alejarse, ocultarse antes de que alguien descubriera que aún respiraba.Pero el agotamiento pesaba sobre ella como una cadena invisible.Se apoyó contra la roca húmeda, intentando calmar la tormenta en su pecho. Su vientre seguía irradiando ese calor extraño, una protección silenciosa que le recordaba que no estaba sola.Entonces, algo cambió.La brisa nocturna se espesó de forma antinatural. Una niebla densa comenzó a deslizarse entre las rocas, avanzando con una fluidez inquietante, envolviéndolo todo en un velo plateado. Isolde parpadeó, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.La niebla no era normal.No era la simple humedad de la noche ni el aliento del río lejano.Era algo… vivo.El in
—No puedo seguir aquí escondida —dijo Isolde, rompiendo el silencio. Estaba sentada frente a la hoguera, con una mano en su muy abultado vientre. Su hijo se movía, inquieto.Raven, apoyado contra la pared de piedra, la miró sin inmutarse.—Puedes y debes hacerlo.—No. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras Damian y Evelyn siguen ahí afuera, viviendo como si nada — aseguro sin dejar de acariciarse el vientre, su hijo estaba agitado esa noche, pero no le dio mayor importancia, creyó que simplemente estaba reaccionando a su estado emocional — Me lo arrebataron todo ¿Cómo esperas que simplemente me siente aquí a esperar?—No te estoy diciendo que olvides tu venganza — él asintió como si con eso quisiera decirle que entendía su preocupación— Solo que no es el momento, mírate, estás apunto de tener a tu hijo.Isolde apretó los dientes.—¿Y cuándo será el momento entonces? llevamos meses escondidos mientras todos esos asesinos viven como si nada.—Tendrás tu venganza, Isolde. Te lo pr
Cinco años más tarde:El cuerpo cálido y perfumado de Evelyn, la prima de Isolde, seguía pegado a él como una lapa, sus manos suaves recorriendo su espalda en un intento por retenerlo.—No te vayas aún —susurró contra su piel, dejando un rastro de besos en su hombro.Él apartó su mano con un gesto brusco y se sentó al borde de la cama.—Tengo cosas que hacer.—Siempre tienes cosas que hacer —se quejó ella, incorporándose lo suficiente para observarlo molesta — Me tratas como si fuera invisible.Damian apretó la mandíbula y se puso de pie, ignorando el ardor de sus propias emociones contradictorias. Sabía que debería desearla. Después de todo, los ancianos de la manada llevaban años presionándolo para que tuviera cachorros con ella. Si no lo hacía pronto, lo obligarían a buscarse una esposa, una que pudiera darle lo que Evelyn no había logrado en todo este tiempo.El simple pensamiento le revolvía el estómago.—Más te vale darme cachorros pronto —espetó sin mirarla— No voy a esperar e
Damian despertó sobresaltado, con el cuerpo aún caliente por el sueño que acababa de tener. Un sueño tan real que casi podía sentir la suavidad del pelaje blanco entre sus dedos, el olor a bosque, la luna llena iluminando a su loba. La había visto, la había sentido, y ahora se desvanecía como niebla al amanecer.El golpe insistente de unos nudillos en la puerta lo sacó abruptamente de su trance, arrancándole un gruñido frustrado.—¡¿Qué demonios?! —farfulló, frotándose la cara con irritación.Apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando los golpes se repitieron, esta vez con más insistencia.—¡Alfa, es importante! —La voz de su beta, Caleb, sonó del otro lado.Damian bufó con fastidio, aún aferrándose a las imágenes y sensaciones del sueño. Se incorporó lentamente, sentándose al borde de la cama mientras fulminaba la puerta con la mirada.Gruñó molesto antes de estirar la mano y arrancar sus pantalones del borde de la cama, vistiéndose rápidamente. Se pasó una mano por el cabello, despeiná
La bruma se arremolinaba en el claro donde Raven e Isolde conversaban en voz baja impidiendo que nadie pudiera verlos desde fuera. El resplandor pálido de la luna acariciaba el rostro de la mujer, haciendo brillar la intensidad de sus ojos, que destellaban entre la furia y la impaciencia.—¿Y si me reconocen? —preguntó, cruzando los brazos sobre su pecho, con el ceño fruncido.Raven, apoyado contra un tronco, soltó un resoplido divertido.—No pueden reconocer lo que no pueden ver, querida mía —murmuró con su tono habitual de burla—Mi niebla ha borrado sus recuerdos. Para ellos, eres solo un fantasma del que no recuerdan su aspecto.—¿Y hasta cuándo pretendes mantener esta farsa?— Isolde apretó los labios con rabia.—Hasta que sea necesario —replicó él, sin inmutarse—No podemos arriesgarnos. Si te descubren… te matarán. Y a él… —sus ojos se endurecieron—Te lo arrebatarán sin dudarlo, necesitan con ansias un heredero.La loba soltó un bufido, apartando la mirada con exasperación.—Eres
El crujido de la hojarasca bajo sus botas era lo único que rompía el silencio mientras Damian avanzaba por el campamento. La inquietud ardía en su pecho, quemándolo desde dentro como un fuego imposible de extinguir.El encuentro con el cachorro de ojos grises no dejaba de rondarle la mente. Su instinto le gritaba que aquel niño no era cualquier cachorro extraviado. Algo en su olor, en la forma en que se movía… le resultaba extrañamente familiar. Y eso lo inquietaba.Se detuvo en el centro del campamento y alzó la voz con autoridad.—¡Refuercen las patrullas! —ordenó—. Quiero vigilancia constante en el bosque, nadie entra ni sale sin mi permiso.Los guerreros intercambiaron miradas, sorprendidos por la repentina instrucción, pero ninguno se atrevió a cuestionarlo. Damian no era un alfa que diera explicaciones cuando no lo consideraba necesario.Sin perder más tiempo, continuó su camino hasta la cabaña más apartada, donde la luz tenue de una lámpara de aceite titilaba tras la ventana. S
El viento aullaba como un lobo hambriento, colándose en la cueva y haciendo bailar las llamas de la hoguera. La luz anaranjada pintaba sombras alargadas en las paredes, como si fantasmas danzaran a su alrededor. Isolde, acurrucada sobre una piel de lobo, mecía suavemente a Rowan. El pequeño dormía plácidamente, su pecho subía y bajaba con cada respiración. De pronto, el eco de pasos resonó en la entrada y Raven emergió de la oscuridad con el rostro ensombrecido. Se notaba el cansancio en sus ojos, una pesadez que contaba historias de largas jornadas y preocupaciones acumuladas. —Tenemos un problema, Isolde. Isolde, levantando la vista de su hijo, le dedicó una mirada afilada, dejó al pequeño tranquilo sobre las pieles y se levantó tomando a Raven de la muñeca para alejarse de donde descansaba su hijo, por si a caso despertaba, no quería ningún problema pudiera perturbar la paz de su cachorro. —¿Qué pasó? —preguntó en un susurro, preocupada por la expresión de Raven. Él obs
La brisa fresca acariciaba la piel de Isolde mientras caminaba por el borde del claro, incluso con el riesgo de poder ser vista, aunque sabía de sobra que los vigías de Damián andaban en la búsqueda del cachorro misterioso y nadie de ese clan se atrevía a acercarse al claro que había supuesto la maldición de todos ellos.El sol comenzaba a ocultarse, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rojos. A lo lejos, veía a su pequeño cachorro jugando sin ser consciente de que él le había seguido la pista durante días, el hombre que la consumía en su mente, que la llenaba de rabia y furia por todo lo que había destruido en su vida. La necesidad de venganza se volvía una herida abierta en medio de su pecho, quemándola desde dentro, como si no hubiera otra opción, como si nada más importara que vengarse de él.—Isolde, sabes que no tienes que hacerlo, en nuestro plan no valoramos que tú le entregaras tu cuerpo.— la voz de Raven la alcanzó, cortando el aire con una suavidad que contrastaba con l