2. ¡Nos han drogado!

Era Evelyn, su prima.

Odiaba a Isolda, mucho.

Nunca había entendido porque ella tenía más privilegios si las dos venían de la misma sangre, si la única diferencia entre ellas era que Isolde era la hija del primogénito de su abuelo y ella solo la hija del segundo hijo, que el simple orden de nacimiento hubiera evitado que se convirtiera en la princesa heredera del clan. Era mucho más digna que Isolde estaba convencida de ello.

No estaba dispuesta a rendirse ni mucho menos, y ahora empezaba la diversión, su momento de hacerles pagar a los suyos por no haberse dado cuenta de que ella era una princesa mucho más digna.

Evelyn sonrió con malicia, alzando la voz para que todos la escucharan.

—Yo misma puedo dar testimonio de lo que ha estado haciendo mi prima, tio. No es ningún secreto que Isolde ha pasado por la mayoría de los machos de nuestra manada.

—¡Mentira! —gritó Isolde incapaz de contener por más las lágrimas y estallando a llorar— Eso no es cierto, no puedo pasar la prueba pero no porque haya estado con más machos si no porque estuve con él — señaló al Alfa Damian —Hace unas noches me dijo que me amaba y que estábamos a punto de convertirnos en marido y mujer. Me quitó la virginidad, me engañó, me hizo creer que estaba enamorado de mí y ahora, ¡aquí está humillándome!

Isolde vio cómo la sombra de la sospecha cruzaba el rostro de su padre. No tuvo tiempo de procesarlo, porque en ese instante, todo explotó.

Su padre rugió de rabia y se abalanzó sobre Damian intentando convertir sus puños en garras, dispuesto a matarlo. Pero en el momento en que estaba a punto de tocar a Damian, su cuerpo se congeló de repente. Sus garras no se extendieron, sus músculos no se expandieron y su lobo ...... no respondió.

—¿Qué… qué nos pasa? —gimió un joven guerrero de repente, con los ojos dilatados por el pánico.

Otros guerreros de la manada de Isolde intentaron transformarse al instante, pero algo estaba mal. Muy mal. Sus cuerpos no respondían como debían. Sus huesos no crujieron, sus músculos no se expandieron, la piel no se desgarró para dar paso a sus lobos. Solo sintieron un hormigueo paralizante en la sangre, como si algo pesado los mantuviera encadenados a su forma humana.

El Alfa, el padre de Isolde, sintió el sudor frío recorrer su espalda. Sus piernas se tambalearon cuando intentó de nuevo a llamar a su lobo… pero seguía sin haber respuesta. Su garganta dejó escapar un gruñido de incredulidad y rabia.

—Nos han… nos han drogado —susurró, más para sí mismo que para los demás.

Pero no había tiempo para asimilarlo.

El enemigo ya se había transformado.

Los lobos de Damian se lanzaron sobre ellos con una crueldad insaciable, sus mandíbulas desgarrando carne indefensa, sus garras rebanando gargantas antes de que sus víctimas pudieran siquiera defenderse. Lo que debía ser una batalla se convirtió en una carnicería.

El claro sagrado donde se llevaba a cabo la boda, la zona neutral que se suponía debían respetar, se tiñó del rojo escarlata de la sangre en segundos.

Isolde retrocedió, jadeando, viendo a su gente morir a su alrededor.

Su madre intentó llegar hasta ella, pero un enemigo se interpuso en su camino. La mujer aulló cuando una enorme loba le arrancó la garganta de un mordisco.

—¡Madre! —el grito de Isolde desgarró la noche.

El padre de Isolde peleaba con la furia de un lobo acorralado, pero era incapaz de convertirse y aunque al principio pudo alejarlos con los puños, las manos y la ayuda de un puñal que había guardado atado a su gemelo, hicieron falta cinco lobos para derribarlo, cinco lobos que no pararon hasta devorarlo.

El Alfa Damian caminaba entre la carnicería con una sonrisa satisfecha y la prima de Isolde sostenía el brazo de su prometido.

Todo iba según el plan.

Isolde sintió su mundo colapsar.

La manada de Damian nunca quiso una alianza. Nunca quiso la paz, solo querían exterminarlos.

Todo esto… todo esto había sido una trampa.

—Malditos sean… —susurró, con el rostro empapado en lágrimas y sangre.

Corrió.

No sabía a dónde. Solo corrió.

Un grito se formó en su garganta, pero no tuvo oportunidad de soltarlo. Un fuerte impacto en la cabeza la hizo tambalearse.

Alguien la había golpeado.

La vista se le nubló. El sabor a hierro llenó su boca.

Todo giró.

Su cuerpo chocó contra el suelo cubierto de sangre.

La guerra continuaba.

Pero Isolde ya no pudo verla.

La oscuridad se la tragó.

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