Era Evelyn, su prima.
Odiaba a Isolda, mucho. Nunca había entendido porque ella tenía más privilegios si las dos venían de la misma sangre, si la única diferencia entre ellas era que Isolde era la hija del primogénito de su abuelo y ella solo la hija del segundo hijo, que el simple orden de nacimiento hubiera evitado que se convirtiera en la princesa heredera del clan. Era mucho más digna que Isolde estaba convencida de ello. No estaba dispuesta a rendirse ni mucho menos, y ahora empezaba la diversión, su momento de hacerles pagar a los suyos por no haberse dado cuenta de que ella era una princesa mucho más digna. Evelyn sonrió con malicia, alzando la voz para que todos la escucharan. —Yo misma puedo dar testimonio de lo que ha estado haciendo mi prima, tio. No es ningún secreto que Isolde ha pasado por la mayoría de los machos de nuestra manada. —¡Mentira! —gritó Isolde incapaz de contener por más las lágrimas y estallando a llorar— Eso no es cierto, no puedo pasar la prueba pero no porque haya estado con más machos si no porque estuve con él — señaló al Alfa Damian —Hace unas noches me dijo que me amaba y que estábamos a punto de convertirnos en marido y mujer. Me quitó la virginidad, me engañó, me hizo creer que estaba enamorado de mí y ahora, ¡aquí está humillándome! Isolde vio cómo la sombra de la sospecha cruzaba el rostro de su padre. No tuvo tiempo de procesarlo, porque en ese instante, todo explotó. Su padre rugió de rabia y se abalanzó sobre Damian intentando convertir sus puños en garras, dispuesto a matarlo. Pero en el momento en que estaba a punto de tocar a Damian, su cuerpo se congeló de repente. Sus garras no se extendieron, sus músculos no se expandieron y su lobo ...... no respondió. —¿Qué… qué nos pasa? —gimió un joven guerrero de repente, con los ojos dilatados por el pánico. Otros guerreros de la manada de Isolde intentaron transformarse al instante, pero algo estaba mal. Muy mal. Sus cuerpos no respondían como debían. Sus huesos no crujieron, sus músculos no se expandieron, la piel no se desgarró para dar paso a sus lobos. Solo sintieron un hormigueo paralizante en la sangre, como si algo pesado los mantuviera encadenados a su forma humana. El Alfa, el padre de Isolde, sintió el sudor frío recorrer su espalda. Sus piernas se tambalearon cuando intentó de nuevo a llamar a su lobo… pero seguía sin haber respuesta. Su garganta dejó escapar un gruñido de incredulidad y rabia. —Nos han… nos han drogado —susurró, más para sí mismo que para los demás. Pero no había tiempo para asimilarlo. El enemigo ya se había transformado. Los lobos de Damian se lanzaron sobre ellos con una crueldad insaciable, sus mandíbulas desgarrando carne indefensa, sus garras rebanando gargantas antes de que sus víctimas pudieran siquiera defenderse. Lo que debía ser una batalla se convirtió en una carnicería. El claro sagrado donde se llevaba a cabo la boda, la zona neutral que se suponía debían respetar, se tiñó del rojo escarlata de la sangre en segundos. Isolde retrocedió, jadeando, viendo a su gente morir a su alrededor. Su madre intentó llegar hasta ella, pero un enemigo se interpuso en su camino. La mujer aulló cuando una enorme loba le arrancó la garganta de un mordisco. —¡Madre! —el grito de Isolde desgarró la noche. El padre de Isolde peleaba con la furia de un lobo acorralado, pero era incapaz de convertirse y aunque al principio pudo alejarlos con los puños, las manos y la ayuda de un puñal que había guardado atado a su gemelo, hicieron falta cinco lobos para derribarlo, cinco lobos que no pararon hasta devorarlo. El Alfa Damian caminaba entre la carnicería con una sonrisa satisfecha y la prima de Isolde sostenía el brazo de su prometido. Todo iba según el plan. Isolde sintió su mundo colapsar. La manada de Damian nunca quiso una alianza. Nunca quiso la paz, solo querían exterminarlos. Todo esto… todo esto había sido una trampa. —Malditos sean… —susurró, con el rostro empapado en lágrimas y sangre. Corrió. No sabía a dónde. Solo corrió. Un grito se formó en su garganta, pero no tuvo oportunidad de soltarlo. Un fuerte impacto en la cabeza la hizo tambalearse. Alguien la había golpeado. La vista se le nubló. El sabor a hierro llenó su boca. Todo giró. Su cuerpo chocó contra el suelo cubierto de sangre. La guerra continuaba. Pero Isolde ya no pudo verla. La oscuridad se la tragó.—Está muerta — dijo uno de los guerreros tras agacharse e intentar encontrar el pulso de la joven sin lograrlo.El eco de la masacre aún flotaba en el aire, mezclándose con el olor a sangre, traición y muerte que impregnaba el claro.Los cuerpos sin vida de los caídos cubrían el suelo como hojas marchitas tras una tormenta. Los gritos se habían apagado, sustituidos por el pesado silencio que deja la muerte a su paso.Evelyn, con el vestido rojo empapado en sangre ajena, avanzó con hasta donde yacía el cuerpo de Isolde. La luna, testigo de su victoria, brillaba sobre su piel pálida y su mirada chispeó con una satisfacción oscura.—¿Estás seguro? —preguntó, observando el cuerpo inerte de su prima.—No hay respiración, mi señora —confirmó el guerrero— Su pecho no se mueve y tampoco fui capaz de encontrarle el pulso.—Bien.—La sonrisa de Evelyn fue lenta, cruel, victoriosa.Se agachó, sus dedos acariciaron con desdén la mejilla de Isolde, manchándola de la sangre que aún tenía en la mano.
El frío la envolvía como un sudario.Isolde respiró con dificultad, cada movimiento le arrancaba una punzada de dolor. Sus extremidades estaban entumecidas, sus músculos temblaban por el esfuerzo de arrastrarse fuera de la cueva en la que había caído. Su instinto le gritaba que debía moverse, alejarse, ocultarse antes de que alguien descubriera que aún respiraba.Pero el agotamiento pesaba sobre ella como una cadena invisible.Se apoyó contra la roca húmeda, intentando calmar la tormenta en su pecho. Su vientre seguía irradiando ese calor extraño, una protección silenciosa que le recordaba que no estaba sola.Entonces, algo cambió.La brisa nocturna se espesó de forma antinatural. Una niebla densa comenzó a deslizarse entre las rocas, avanzando con una fluidez inquietante, envolviéndolo todo en un velo plateado. Isolde parpadeó, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.La niebla no era normal.No era la simple humedad de la noche ni el aliento del río lejano.Era algo… vivo.El in
—No puedo seguir aquí escondida —dijo Isolde, rompiendo el silencio. Estaba sentada frente a la hoguera, con una mano en su muy abultado vientre. Su hijo se movía, inquieto.Raven, apoyado contra la pared de piedra, la miró sin inmutarse.—Puedes y debes hacerlo.—No. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras Damian y Evelyn siguen ahí afuera, viviendo como si nada — aseguro sin dejar de acariciarse el vientre, su hijo estaba agitado esa noche, pero no le dio mayor importancia, creyó que simplemente estaba reaccionando a su estado emocional — Me lo arrebataron todo ¿Cómo esperas que simplemente me siente aquí a esperar?—No te estoy diciendo que olvides tu venganza — él asintió como si con eso quisiera decirle que entendía su preocupación— Solo que no es el momento, mírate, estás apunto de tener a tu hijo.Isolde apretó los dientes.—¿Y cuándo será el momento entonces? llevamos meses escondidos mientras todos esos asesinos viven como si nada.—Tendrás tu venganza, Isolde. Te lo pr
Cinco años más tarde:El cuerpo cálido y perfumado de Evelyn, la prima de Isolde, seguía pegado a él como una lapa, sus manos suaves recorriendo su espalda en un intento por retenerlo.—No te vayas aún —susurró contra su piel, dejando un rastro de besos en su hombro.Él apartó su mano con un gesto brusco y se sentó al borde de la cama.—Tengo cosas que hacer.—Siempre tienes cosas que hacer —se quejó ella, incorporándose lo suficiente para observarlo molesta — Me tratas como si fuera invisible.Damian apretó la mandíbula y se puso de pie, ignorando el ardor de sus propias emociones contradictorias. Sabía que debería desearla. Después de todo, los ancianos de la manada llevaban años presionándolo para que tuviera cachorros con ella. Si no lo hacía pronto, lo obligarían a buscarse una esposa, una que pudiera darle lo que Evelyn no había logrado en todo este tiempo.El simple pensamiento le revolvía el estómago.—Más te vale darme cachorros pronto —espetó sin mirarla— No voy a esperar e
—Antes de continuar con esta unión —la voz del Alfa Damian era dura como el acero y su mirada fría como el hielo— quiero que se le realice una prueba de virginidad a Isolde.El mundo de Isolde se congeló en ese momento. Fue como si los latidos del corazón se le detuvieran en el pecho, y un incómodo zumbido retumbaba sin parar en sus oídos.Estaba de pie en el claro, con el bordado plateado de su vestido de novia blanco brillando a la luz de la luna, simbolizando la bendición de la Diosa de la Luna sobre todos los lobos. Pero en ese momento no sintió ningún atisbo de santidad, sólo un frío penetrante que se le clavaba en la piel como sí miles de agujas la estuvieran atravesando a la vez.La expresión del Alfa Damian le resultaba desconocida. No había ternura, ni amor, ni siquiera un atisbo de emoción en su mirada. La observaba como si se tratara de una mercancía a inspeccionar.—¿Qué…? —susurró ella, sin comprender del todo lo que acababa de escuchar.—A mis oídos han llegado rumores d