Evelyn retrocedió unos pasos, la expresión de horror en su rostro era tan evidente que por un instante Isolde pensó que podría romperse. La mirada de la mujer era desconcertante, incapaz de procesar lo que sus ojos acababan de ver. ¿Era realmente ella? ¿Era Abigail? ¿Cómo podía ser posible?— No... esto... no puede ser. — murmuró Evelyn, llevándose una mano al pecho, como si le costara respirar, como si un peso invisible la aplastara — Yo te vi morir... yo... te vi caer, yo misma hice que te lanzaran a un acantilado cuando ya no respirabas.Isolde mantuvo la mirada firme, sin mover un músculo. La luz plateada que emanaba de su hijo iluminaba la sala, pero sus ojos estaban clavados en Evelyn, que temblaba, luchando por encontrar sentido en todo aquello. Ella no entendía, pero lo haría pronto.— ¿Te creíste que iba a ser tan fácil? — La voz de Isolde resonó, cortante, llena de furia contenida. Evelyn no iba a ganarse su compasión ni su perdón. — ¿De verdad pensaste que me moriría tan fá
La luz se desvaneció tan rápido como había llegado, como un suspiro brillante que rasgó el velo entre mundos. El silencio que siguió no era natural. Era denso, reverente… como si el tiempo mismo se hubiera detenido a observar.Isolde abrió los ojos con el corazón desbocado, aún embriagada por el eco de la batalla, espera do ser atacada por Evelyn, pero ella no estaba alli. La caverna, con su humedad, su violencia, los recuerdos que tanto le habían dolido y su olor a sangre, ya no existía. No quedaba ni una sombra de piedra ni un solo rastro del combate que se había librado con la otra loba.A su alrededor se extendía un bosque antiguo, majestuoso, cubierto por un manto de niebla suave que brillaba bajo una luz azulada e irreal. Los árboles eran altos como torres y parecían custodios silenciosos de secretos olvidados. Sus copas se perdían en una penumbra estrellada, y sus raíces se enredaban como venas bajo un suelo vivo. Todo el lugar parecía respirar, como si el bosque mismo estuvie
Isolde tardó unos segundos en reaccionar. Su mirada se quedó perdida en el techo, como si buscara una respuesta en las sombras, antes de bajar, lentamente, hasta posarse en el rostro de su hijo. Sus dedos temblorosos acariciaron la mejilla cálida de Rowan, y un nudo espeso se le formó en la garganta. —¿Qué pasó? — susurró con un hilo de voz, como si la pregunta le quemara —. ¿Evelyn? ¿Dónde está?Damián dio un paso hacia la cama, su silueta recortada por la tenue luz que entraba por la ventana. Se sentó junto a ella con cautela, como si no quisiera romper la quietud sagrada de ese instante, y le tomó la mano con suavidad, entrelazando sus dedos con los suyos.— Después de esa explosión de luz… cuando él gritó — señaló con un leve gesto de cabeza a Rowan — Evelyn simplemente… desapareció. No quedó ni una huella. Como si se hubiera deshecho en el aire. Solo quedabais vosotros dos, inconscientes. Dormidos. Pero no como un sueño normal… No respondían, no despertaban. — Hizo una pausa y a
El silencio en la habitación era espeso, casi irreal. La ausencia de los brazos de Damián la dejaba fría, como si el calor de antes hubiera sido solo un espejismo. Se incorporó despacio, aún con el cuerpo entumecido, pero con una inquietud que le tensaba la piel. Había algo raro. Algo que no terminaba de encajar. Y entonces lo sintió. No necesitó darse la vuelta para saberlo. La presencia de Raven flotaba en el aire, densa, envolvente, cargada de extraño frío que pareció recorrerle la espina dorsal en un instante erizándole la nuca. — ¿Es que no vas a dejarme respirar? — dijo Isolde molesta por la interrupción, sin girarse — Acabo de despertar y ni siquiera me dejas disfrutar de este pequeño momento. — ¿Pequeño momento? — repitió Raven en voz baja, como si saboreara las palabras con desdén. Dio un paso más, lo justo para que su sombra la rozara. Su voz cambió, se hizo más áspera que podía sentir la molestia en sus palabras — ¿Con él? Isolde frunció el ceño. No se giró. No querí
El sol se derramaba entre las hojas, pintando el jardín con pinceladas doradas. La calma era un manto tibio, solo interrumpido por las risas cristalinas. Rowan, con el rostro encendido de alegría, rodaba sobre una manta extendida entre las flores. Isolde se inclinaba sobre él, cosquilleándole la barriguita, provocando sus pataleos felices.— ¡No, no, mamá! — chilló entre carcajadas cuando ella simuló morderle el costado — ¡¡Las cosquillas nooo!!— ¿Cosquillas no? ¿Seguro? A mí me parece que pides otra ronda... — replicó ella con una sonrisa pícara, antes de abalanzarse sobre él otra vez.La risa de Rowan llenó el aire, pura y ligera como campanillas. Por un instante, el mundo se redujo a ellos dos, un oasis de sol, hierba y flores. Su pequeño universo. Su santuario.Isolde lo contempló con el corazón oprimido. El mismo tono de cabello azabache. La forma almendrada de los ojos. Y esa pequeña mueca al sonreír... era su viva imagen.Entonces, una punzada la alertó. No un sonido, sino una
—Antes de continuar con esta unión —la voz del Alfa Damian era dura como el acero y su mirada fría como el hielo— quiero que se le realice una prueba de virginidad a Isolde.El mundo de Isolde se congeló en ese momento. Fue como si los latidos del corazón se le detuvieran en el pecho, y un incómodo zumbido retumbaba sin parar en sus oídos.Estaba de pie en el claro, con el bordado plateado de su vestido de novia blanco brillando a la luz de la luna, simbolizando la bendición de la Diosa de la Luna sobre todos los lobos. Pero en ese momento no sintió ningún atisbo de santidad, sólo un frío penetrante que se le clavaba en la piel como sí miles de agujas la estuvieran atravesando a la vez.La expresión del Alfa Damian le resultaba desconocida. No había ternura, ni amor, ni siquiera un atisbo de emoción en su mirada. La observaba como si se tratara de una mercancía a inspeccionar.—¿Qué…? —susurró ella, sin comprender del todo lo que acababa de escuchar.—A mis oídos han llegado rumores d
Era Evelyn, su prima.Odiaba a Isolda, mucho.Nunca había entendido porque ella tenía más privilegios si las dos venían de la misma sangre, si la única diferencia entre ellas era que Isolde era la hija del primogénito de su abuelo y ella solo la hija del segundo hijo, que el simple orden de nacimiento hubiera evitado que se convirtiera en la princesa heredera del clan. Era mucho más digna que Isolde estaba convencida de ello.No estaba dispuesta a rendirse ni mucho menos, y ahora empezaba la diversión, su momento de hacerles pagar a los suyos por no haberse dado cuenta de que ella era una princesa mucho más digna.Evelyn sonrió con malicia, alzando la voz para que todos la escucharan.—Yo misma puedo dar testimonio de lo que ha estado haciendo mi prima, tio. No es ningún secreto que Isolde ha pasado por la mayoría de los machos de nuestra manada.—¡Mentira! —gritó Isolde incapaz de contener por más las lágrimas y estallando a llorar— Eso no es cierto, no puedo pasar la prueba pero no
—Está muerta — dijo uno de los guerreros tras agacharse e intentar encontrar el pulso de la joven sin lograrlo.El eco de la masacre aún flotaba en el aire, mezclándose con el olor a sangre, traición y muerte que impregnaba el claro.Los cuerpos sin vida de los caídos cubrían el suelo como hojas marchitas tras una tormenta. Los gritos se habían apagado, sustituidos por el pesado silencio que deja la muerte a su paso.Evelyn, con el vestido rojo empapado en sangre ajena, avanzó con hasta donde yacía el cuerpo de Isolde. La luna, testigo de su victoria, brillaba sobre su piel pálida y su mirada chispeó con una satisfacción oscura.—¿Estás seguro? —preguntó, observando el cuerpo inerte de su prima.—No hay respiración, mi señora —confirmó el guerrero— Su pecho no se mueve y tampoco fui capaz de encontrarle el pulso.—Bien.—La sonrisa de Evelyn fue lenta, cruel, victoriosa.Se agachó, sus dedos acariciaron con desdén la mejilla de Isolde, manchándola de la sangre que aún tenía en la mano.