59. Qué este nada más conmovedora.

—¡Isolde, espera! —gritaba Damián corriendo tras ella.

Pero ella no se detuvo. El dolor de sus recuerdos aún le desgarraba el pecho. Cinco años habían pasado, y todavía dolía darse cuenta de cuánto lo amaba, de lo estúpida que había sido al alejarse. Pero ahora no había tiempo para lamentos. Su instinto de madre gritaba más fuerte que cualquier herida, su hijo estaba cerca, y debía encontrarlo.

El destello plateado revoloteaba, moviéndose con inteligencia, con la intención de hacerse ver para que lo siguieran.

—No puedo perderla de vista. ¡La luz nos está guiando! —exclamó Isolde sin mirar atrás.

Damián la vio doblar por un estrecho recoveco en la roca. Apretó los dientes y aceleró el paso, esquivando estalactitas y raíces colgantes que parecían querer detenerlo.

—¡Isolde! ¡Detente, podría ser una trampa!

Pero ella ya no escuchaba. O no quería escuchar. Porque en lo más profundo de su ser, sabía que ese era el único modo de llegar a su cachorro.

Siguieron descendiendo. La cueva se es
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