Isolde tardó unos segundos en reaccionar. Su mirada se quedó perdida en el techo, como si buscara una respuesta en las sombras, antes de bajar, lentamente, hasta posarse en el rostro de su hijo. Sus dedos temblorosos acariciaron la mejilla cálida de Rowan, y un nudo espeso se le formó en la garganta. —¿Qué pasó? — susurró con un hilo de voz, como si la pregunta le quemara —. ¿Evelyn? ¿Dónde está?Damián dio un paso hacia la cama, su silueta recortada por la tenue luz que entraba por la ventana. Se sentó junto a ella con cautela, como si no quisiera romper la quietud sagrada de ese instante, y le tomó la mano con suavidad, entrelazando sus dedos con los suyos.— Después de esa explosión de luz… cuando él gritó — señaló con un leve gesto de cabeza a Rowan — Evelyn simplemente… desapareció. No quedó ni una huella. Como si se hubiera deshecho en el aire. Solo quedabais vosotros dos, inconscientes. Dormidos. Pero no como un sueño normal… No respondían, no despertaban. — Hizo una pausa y a
El silencio en la habitación era espeso, casi irreal. La ausencia de los brazos de Damián la dejaba fría, como si el calor de antes hubiera sido solo un espejismo. Se incorporó despacio, aún con el cuerpo entumecido, pero con una inquietud que le tensaba la piel. Había algo raro. Algo que no terminaba de encajar. Y entonces lo sintió. No necesitó darse la vuelta para saberlo. La presencia de Raven flotaba en el aire, densa, envolvente, cargada de extraño frío que pareció recorrerle la espina dorsal en un instante erizándole la nuca. — ¿Es que no vas a dejarme respirar? — dijo Isolde molesta por la interrupción, sin girarse — Acabo de despertar y ni siquiera me dejas disfrutar de este pequeño momento. — ¿Pequeño momento? — repitió Raven en voz baja, como si saboreara las palabras con desdén. Dio un paso más, lo justo para que su sombra la rozara. Su voz cambió, se hizo más áspera que podía sentir la molestia en sus palabras — ¿Con él? Isolde frunció el ceño. No se giró. No querí
El sol se derramaba entre las hojas, pintando el jardín con pinceladas doradas. La calma era un manto tibio, solo interrumpido por las risas cristalinas. Rowan, con el rostro encendido de alegría, rodaba sobre una manta extendida entre las flores. Isolde se inclinaba sobre él, cosquilleándole la barriguita, provocando sus pataleos felices.— ¡No, no, mamá! — chilló entre carcajadas cuando ella simuló morderle el costado — ¡¡Las cosquillas nooo!!— ¿Cosquillas no? ¿Seguro? A mí me parece que pides otra ronda... — replicó ella con una sonrisa pícara, antes de abalanzarse sobre él otra vez.La risa de Rowan llenó el aire, pura y ligera como campanillas. Por un instante, el mundo se redujo a ellos dos, un oasis de sol, hierba y flores. Su pequeño universo. Su santuario.Isolde lo contempló con el corazón oprimido. El mismo tono de cabello azabache. La forma almendrada de los ojos. Y esa pequeña mueca al sonreír... era su viva imagen.Entonces, una punzada la alertó. No un sonido, sino una
— ¿Por qué me mientes? — murmuró él, tan cerca que su aliento acariciaba su rostro. ¿Cuándo se había acortado la distancia entre ellos? Su calor la envolvía como una caricia invisible, empapándola hasta nublarle el juicio, como si su mera presencia bastara para acallar cualquier atisbo de razón — ¿Por qué me niegas algo tan evidente… como que todavía me amas?Isolde alzó el rostro, con la firme intención de negarlo con la mirada… pero se encontró inmersa en la profundidad de sus ojos, tan próximos que apenas podía respirar. Aquella mirada. Esa maldita mirada que conocía demasiado bien, la que tantas veces había hecho temblar su alma, la que le arrebataba la voluntad con solo existir. — No hagas esto… — susurró sintiendo como su corazón parecía querer salirse de su pecho, pero su cuerpo permaneció inmóvil, petrificado. — Ya lo estoy haciendo — respondió él, y su voz fue un suspiro cálido que se fundió con su piel. Se inclinó, rozando con la punta de su nariz la delicada línea de su
—Antes de continuar con esta unión —la voz del Alfa Damian era dura como el acero y su mirada fría como el hielo— quiero que se le realice una prueba de virginidad a Isolde.El mundo de Isolde se congeló en ese momento. Fue como si los latidos del corazón se le detuvieran en el pecho, y un incómodo zumbido retumbaba sin parar en sus oídos.Estaba de pie en el claro, con el bordado plateado de su vestido de novia blanco brillando a la luz de la luna, simbolizando la bendición de la Diosa de la Luna sobre todos los lobos. Pero en ese momento no sintió ningún atisbo de santidad, sólo un frío penetrante que se le clavaba en la piel como sí miles de agujas la estuvieran atravesando a la vez.La expresión del Alfa Damian le resultaba desconocida. No había ternura, ni amor, ni siquiera un atisbo de emoción en su mirada. La observaba como si se tratara de una mercancía a inspeccionar.—¿Qué…? —susurró ella, sin comprender del todo lo que acababa de escuchar.—A mis oídos han llegado rumores d
Era Evelyn, su prima.Odiaba a Isolda, mucho.Nunca había entendido porque ella tenía más privilegios si las dos venían de la misma sangre, si la única diferencia entre ellas era que Isolde era la hija del primogénito de su abuelo y ella solo la hija del segundo hijo, que el simple orden de nacimiento hubiera evitado que se convirtiera en la princesa heredera del clan. Era mucho más digna que Isolde estaba convencida de ello.No estaba dispuesta a rendirse ni mucho menos, y ahora empezaba la diversión, su momento de hacerles pagar a los suyos por no haberse dado cuenta de que ella era una princesa mucho más digna.Evelyn sonrió con malicia, alzando la voz para que todos la escucharan.—Yo misma puedo dar testimonio de lo que ha estado haciendo mi prima, tio. No es ningún secreto que Isolde ha pasado por la mayoría de los machos de nuestra manada.—¡Mentira! —gritó Isolde incapaz de contener por más las lágrimas y estallando a llorar— Eso no es cierto, no puedo pasar la prueba pero no
—Está muerta — dijo uno de los guerreros tras agacharse e intentar encontrar el pulso de la joven sin lograrlo.El eco de la masacre aún flotaba en el aire, mezclándose con el olor a sangre, traición y muerte que impregnaba el claro.Los cuerpos sin vida de los caídos cubrían el suelo como hojas marchitas tras una tormenta. Los gritos se habían apagado, sustituidos por el pesado silencio que deja la muerte a su paso.Evelyn, con el vestido rojo empapado en sangre ajena, avanzó con hasta donde yacía el cuerpo de Isolde. La luna, testigo de su victoria, brillaba sobre su piel pálida y su mirada chispeó con una satisfacción oscura.—¿Estás seguro? —preguntó, observando el cuerpo inerte de su prima.—No hay respiración, mi señora —confirmó el guerrero— Su pecho no se mueve y tampoco fui capaz de encontrarle el pulso.—Bien.—La sonrisa de Evelyn fue lenta, cruel, victoriosa.Se agachó, sus dedos acariciaron con desdén la mejilla de Isolde, manchándola de la sangre que aún tenía en la mano.
El frío la envolvía como un sudario.Isolde respiró con dificultad, cada movimiento le arrancaba una punzada de dolor. Sus extremidades estaban entumecidas, sus músculos temblaban por el esfuerzo de arrastrarse fuera de la cueva en la que había caído. Su instinto le gritaba que debía moverse, alejarse, ocultarse antes de que alguien descubriera que aún respiraba.Pero el agotamiento pesaba sobre ella como una cadena invisible.Se apoyó contra la roca húmeda, intentando calmar la tormenta en su pecho. Su vientre seguía irradiando ese calor extraño, una protección silenciosa que le recordaba que no estaba sola.Entonces, algo cambió.La brisa nocturna se espesó de forma antinatural. Una niebla densa comenzó a deslizarse entre las rocas, avanzando con una fluidez inquietante, envolviéndolo todo en un velo plateado. Isolde parpadeó, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.La niebla no era normal.No era la simple humedad de la noche ni el aliento del río lejano.Era algo… vivo.El in