CAPÍTULO 41

A la mañana siguiente, Sofía se despertó sintiendo un extraño olor en el aire. Se incorporó lentamente en la cama, sus sentidos aún adormilados, pero el aroma a quemado la hizo fruncir el ceño. Saltó de la cama y, sin pensarlo mucho, se dirigió a la cocina, temiendo lo peor.

Cuando llegó, se encontró con una escena de caos. Estuardo, descalzo y con una expresión de pánico, estaba batallando con un sartén del que salía humo. Intentaba apagar el fuego con movimientos torpes, una toalla en mano, mientras el humo se esparcía por la habitación.

—¡Estuardo! —gritó Sofía, corriendo hacia él.

Juntos, lograron apagar el fuego, moviendo el sartén hacia un lado y cerrando el gas. El silencio que quedó tras la pequeña crisis estaba acompañado solo por el ligero olor a quemado que aún flotaba en el aire. Estuardo la miró, con la cara cubierta de hollín, pero con una sonrisa de disculpa en los labios.

—Quería darte una sorpresa —dijo, su tono ligero a pesar de la situación—. Pero parece que fui yo
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