La noche era clara y silenciosa mientras Estuardo y Sofía subían al auto. La luz tenue del vehículo iluminaba sus rostros, reflejando la paz que ambos parecían sentir tras unas semanas de relativa calma. Estuardo sonrió mientras giraba la llave de encendido y el motor cobraba vida suavemente.—Han sido las mejores semanas, ¿sabes? —dijo Estuardo, mirándola con una mezcla de ternura y algo que apenas empezaba a reconocer como amor verdadero—. Tenerte a mi lado me hace sentir que todo está en su lugar.Sofía lo observó, sus ojos reflejaban una felicidad que no recordaba haber sentido en mucho tiempo. Después de la tragedia de la muerte de su padre y la incertidumbre que la envolvía, sentir ese apoyo, esa seguridad junto a Estuardo, la ayudaba a recomponer sus propios pedazos.—Yo también me he sentido en paz estos días, pero… —bajó la mirada un instante— necesito ver a mi familia. Mis hermanos y Carlota… aunque todo es complicado, quiero estar cerca de ellos.Estuardo le tomó la mano, a
Sofía se encontraba en el salón principal de la casa de su madrastra Carlota, contemplando una fotografía enmarcada de su padre. Sus ojos se detuvieron en la imagen, recordando el amor y la calidez con los que él siempre la había arropado. La herida de su partida seguía abierta, y, aunque intentaba ser fuerte, las olas de tristeza la embargaban de vez en cuando.Carlota entró en la habitación y, al notar la expresión de Sofía, le habló con suavidad.—Sofía, hija, he estado pensando… —empezó, con voz mesurada—. Tal vez podrías hablar con Estuardo y pedirle que me permitan irme contigo a la casa. Sería una gran ayuda para mí y, bueno, para ustedes también.Sofía suspiró, apartando la mirada de la fotografía y girándose hacia Carlota.—No puedo hacer eso, Carlota. Don Jan Carlo ya ha hecho demasiado por nuestra familia. Pagó la operación de Pablo, los estudios de Carla… incluso el funeral de papá. No quiero seguir pidiendo favores, especialmente cuando ya nos han dado tanto.Carlota la m
La mañana en la casa Ferreti estaba teñida de una tensión palpable mientras todos los miembros de la familia se reunían alrededor de la mesa para el desayuno. Nadie parecía querer romper el silencio, ni siquiera con el ruido de las tazas y platos, el eco de los cubiertos rozando la porcelana llenaba el ambiente en vez de las usuales conversaciones de sobremesa. Estuardo, sentado a un lado de la mesa, mostraba un rostro imperturbable pero su semblante tenso no pasaba desapercibido, especialmente después de su discusión con su tío Don Jan Carlo sobre la permanencia de Santiago como empleado en la casa. Sofía lo observaba de reojo, notando el ceño fruncido y la mandíbula apretada de su esposo, mientras Ricardo, en el extremo opuesto, movía el café en su taza con calma, como si buscara en el fondo algún consuelo.De repente, Nora, la esposa de Ricardo, dejó la cuchara de su taza y carraspeó suavemente para llamar la atención de todos. Su gesto fue seguido por el de tomar la mano de Ricar
El cielo estaba cubierto de nubes grises cuando Sofía descendió del taxi, dejando que el aire fresco de la tarde acariciara su rostro. Decidió caminar las últimas cuadras hacia la mansión Ferreti; necesitaba tiempo para pensar, para aclarar la tormenta de emociones que se desataba dentro de ella. Estuardo, el hombre con el que había compartido tantas promesas las últimas semanas, parecía dispuesto a poner su historia con Amanda por encima de su matrimonio. No podía entender cómo él se aferraba a un pasado que ya no debía tener lugar en sus vidas.Mientras avanzaba, los sonidos de la ciudad parecían desvanecerse, dejando solo sus pensamientos resonando en su mente. El peso de la situación se volvía más palpable a cada paso, y el recuerdo de su discusión con Estuardo aún ardía en su interior. “Solo unos meses más”, pensó, recordando el contrato matrimonial que los unía. Divorciarse antes de tiempo implicaría pagar cada centavo que Don Jan Carlo había invertido en su familia, y su fami
Estuardo detuvo el auto frente al edificio de Amanda y apagó el motor, soltando un suspiro pesado mientras miraba hacia la entrada. Durante todo el trayecto, había repetido en su mente lo que planeaba decirle: que lo suyo nunca iba a suceder, que amaba a Sofía y estaba dispuesto a luchar por ella. Se lo debía a su matrimonio, y sobre todo, a sí mismo. Que no podría cumplirle la promesa de casarse con ella y sobre todo que no iba a interferir en su relación con Jacobo o con algún otro hombre. Había enviado un mensaje a Amanda para avisarle que iba en camino, pero hasta ahora no había recibido respuesta, algo que comenzó a inquietarlo.Tras unos minutos de duda, salió del auto y caminó hacia la entrada. Subió al tercer piso y llegó a la puerta del apartamento de Amanda. La puerta, extrañamente, estaba entreabierta. Estuardo se detuvo un segundo, confundido, y luego decidió entrar, llamándola con cautela.—¿Amanda? ¿Estás aquí?El apartamento estaba en penumbra, y un escalofrío le reco
La luz del amanecer se filtraba suavemente por las cortinas de la habitación de Sofía, iluminando el espacio con una claridad pálida que contrastaba con la inquietud que sentía al despertar. Al palpar el lado de la cama donde Estuardo debería estar, sintió un vacío gélido. Él no había regresado a casa. El peso de la sospecha la invadió de inmediato, como un veneno silencioso: ¿habría pasado la noche con Amanda? La idea le revolvió el estómago, pero trató de apartarla mientras se levantaba, aunque su mente no dejaba de insistir en la misma dirección.Sofía se vistió, tratando de armarse de serenidad antes de bajar al comedor. Al llegar, se encontró con la familia reunida alrededor de la mesa, disfrutando del desayuno. La atmósfera de la mansión Ferreti siempre le parecía un tanto opresiva, pero aquella mañana sentía el peso de las miradas más que nunca. Don Jan Carlo, sentado en la cabecera, le dirigió una mirada afable y le sonrió con una aparente cordialidad.—Sofía, hija —la salud
Sentada en el asiento trasero del auto, Sofía miraba las calles pasar en silencio, perdida en sus pensamientos. La última semana había sido una prueba constante; la distancia entre ella y Estuardo parecía insalvable. Apenas cruzaban palabra, y cuando lo hacían, era solo para intercambiar frases triviales o cortantes. Estuardo evitaba su presencia, llegando tarde a casa, y cuando finalmente se dignaba a aparecer, se quedaba dormido en el sillón de la sala o se iba al amanecer antes de que ella despertara. Las dudas sobre su matrimonio se acumulaban, llenándola de incertidumbre y dolor.El auto se detuvo frente a la casa de Carlota, su madrastra. Santiago, quien había permanecido en silencio respetuoso, salió del auto y se apresuró a abrirle la puerta trasera. Sofía bajó, y ambos comenzaron a sacar las bolsas de comida que había comprado para Carlota y su hermano.—Gracias, Santiago —le dijo, mientras él acomodaba las bolsas en sus brazos con cuidado—. Te aviso cuando termine la visita
Sofía subió las escaleras de la mansión Ferreti apresuradamente, aún sin poder creer lo que Priscila le había contado por mensaje. Estuardo había golpeado a Santiago, y ella necesitaba respuestas. Su respiración era rápida, sus pensamientos una maraña de confusión y enojo. Al entrar en su habitación, lo vio de pie junto al espejo, limpiándose el rostro con una toalla. Al notarla, Estuardo dejó la toalla y la miró con frialdad.—¿Te parece normal lo que están diciendo de ti? —su voz era un susurro amenazante—. ¿Cuántas veces te lo dije, Sofía? ¡Pero tú insistes en buscar a ese tipo!Sofía apretó los puños, intentando no dejarse llevar por la frustración.—Todo está fuera de contexto, Estuardo. Me encontré con Santiago de casualidad —explicó con voz temblorosaEstuardo soltó una carcajada amarga.—¿Casualidad? No creo en esas casualidades, Sofía. Esta situación me está cansando —dijo, clavándole una mirada que la hizo retroceder un paso—. Al menos mi tío por fin hizo algo bien y despid