En una sala discreta de una notaría, Amanda y Santiago firmaban los documentos que sellaban su matrimonio. La simplicidad del acto contrastaba con la profundidad de sus emociones. No había invitados, ni flores, ni una celebración elaborada, solo la presencia de los padres de Amanda, quienes miraban con orgullo y algo de nostalgia a su hija.El abogado les entregó los papeles finales con una sonrisa formal.—Felicidades a ambos. Ahora son oficialmente marido y mujer.Los padres de Amanda se acercaron de inmediato. Su madre la abrazó con lágrimas contenidas, mientras su padre estrechaba la mano de Santiago con firmeza.—Hija, estamos orgullosos de ti —dijo su padre, intentando mantener la voz firme.Amanda les sonrió con calidez y, tras despedirse, salieron del edificio. Afuera, el sol bañaba la calle con una luz cálida, como si el universo les diera su bendición.—¿Cómo te sientes, señora Mendoza? —preguntó Santiago, con una mezcla de nervios y humor en su voz.Amanda se detuvo y lo mi
—Señorita Martínez... —dijo el doctor en un tono suave, pero solemne, dejando que sus palabras flotaran un momento antes de continuar—. Lamento decirle que la situación de su hermano Pablo es más delicada de lo que habíamos pensado.El aire pareció desaparecer de la habitación. Sofía apenas pudo mantener el equilibrio, sintiendo que sus rodillas amenazaban con ceder bajo el peso de las palabras que aún no se habían pronunciado del todo.—¿Qué... qué significa eso? —preguntó, su voz apenas un susurro. Era como si temiera escuchar la respuesta.El doctor la miró con ojos compasivos, pero no se detuvo. Su deber era decir la verdad, y no había manera de suavizarla.—Pablo necesita asistencia para que su corazón siga funcionando. —Hizo una pausa breve, evaluando la reacción de Sofía antes de continuar—. Necesitará aparatos que le ayuden a bombear la sangre hasta que podamos encontrar un donante para un trasplante.Cada palabra del doctor resonaba como un eco en la mente de Sofía, y mientr
—Un… matrimonio. —repitió Sofía, casi atragantándose con su propia saliva—. Ni siquiera me conoce. —Perdone mi insolencia —extendió su mano—. Soy Jan Carlo Ferreti, un multimillonario y usted es…Sofía adivinó que el viejo era rico, pero no se dio cuenta de que se trataba de la familia Ferreti, uno de los tres apellidos más importantes del mundo.—Señorita, mi jefe le está preguntando.Al oír el recordatorio del mayordomo Sofía sólo se despegó del sobresalto.—Sofía…Sofía Martínez… —tomó la mano del anciano. —Señorita Martínez. Tengo una proposición para usted.Sofía se volvió, su corazón latiendo con fuerza, como un peón frente a la reina.—La condición de su hermano es grave —comenzó, su tono medido—, y el equipo médico que necesita está más allá de sus posibilidades financieras. Yo puedo proporcionar los fondos para su operación y los dispositivos que requiere, pero hay una condición.Su respiración se detuvo. La oferta era el salvavidas que tan desesperadamente necesitaba, pero
—¿Estás segura? Niña.—Sí, señor.—No te arrepentirás —dijo colgando la llamada. Se giró hacia su mayordomo—. Prepara todo, Fabio. Que mi sobrino sea el peón en este tablero, y que entienda lo que es estar al borde del jaque mate. Haré que sienta en carne propia lo que es la desesperación, lo que es depender de los demás.—Señor…. ¿Seguro de esto? —le preguntó su amigo Fabio—. La pobre chica no tiene la culpa.—A veces tenemos que pagar las consecuencias de nuestros padres. **Dos días después**Sofía estaba parada en la acera, su aliento visible en el aire fresco de la mañana. Los rayos del sol asomaban tímidamente sobre el horizonte, proyectando largas sombras en la calle vacía. Se acercaba el día de la boda y nunca imaginó que sería uno de los días más tristes de su vida, pero entendía que su sacrificio valía la pena. Su padre no apareció, sólo vinieron a despedirla su madrastra y su hermanastra Carla.—Mija —comenzó Catalina, su voz cargada de arrepentimiento—, tu padre… qué pe
Sofía se paró frente al espejo, sus dedos rozando el delicado encaje de su sencillo vestido blanco. La tela se ajustaba a sus curvas con una elegancia discreta, en marcado contraste con la extravagancia que había esperado de una familia como los Ferreti. Tomó una respiración profunda, intentando calmar el nerviosismo que revoloteaba en su estómago.En sus cortos veintitrés años, ese era el vestido más fino y elegante que había utilizado. La puerta chirrió al abrirse, y Sofía se volvió para ver a una de las sirvientas, entrar en la habitación con una jarra de agua y un vaso equilibrado precariamente en una bandeja de plata.De repente el vaso se le escapó de sus manos, rompiéndose en brillantes fragmentos sobre el pulido suelo de madera.—¡Oh! ¡Lo siento mucho, señorita! —exclamó esa chica.—No te preocupes por eso —dijo Sofía suavemente, arrodillándose junto a Priscila para ayudar a recoger los pedazos. Sus manos se rozaron brevemente, y Sofía le ofreció una sonrisa reconfortante.
El anuncio provocó exclamaciones de sorpresa entre la familia Ferreti. Sin embargo, Sofía, aunque trató de sonreír, sintió cómo su corazón latía más rápido. La palabra "noche de bodas" retumbaba en su cabeza como un eco que no podía acallar. Don Jan Carlo, observándola con sus ojos sabios, se inclinó levemente hacia ella.—No temas, Sofía —dijo suavemente—. Todo estará bien. Eres fuerte y más capaz de lo que crees.Sofía asintió, tratando de aferrarse a esas palabras como a una tabla de salvación en medio de una tormenta. Mientras tanto, Estuardo, aparentemente ajeno a sus emociones, ya estaba tomando su teléfono y llamando al chofer para que preparara el auto.El viaje al hotel fue largo, o al menos así lo sintió Sofía. Sentada en el asiento de cuero del lujoso auto, sus manos temblaban ligeramente mientras observaba la ciudad pasar por la ventanilla. A su lado, Estuardo estaba completamente absorto en su teléfono, enviando mensajes. El silencio entre ellos era espeso, cada kilóm
Estuardo estaba en el centro de la habitación, tambaleándose, con los ojos desorbitados y desenfocados. Estaba tirando objetos—jarrones, almohadas, cualquier cosa a su alcance—al suelo en un ataque de furia alcohólica.—¡Estuardo, para! —la voz de Sofía era temblorosa, pero firme mientras se acercaba cautelosamente—. Cálmate, por favor.—¿Calmarme? —balbuceó, sus palabras impregnadas de veneno—. Tú, ¿¡Le dijiste a ese viejo que Amanda estaba aquí!?Estuardo apretó el cuello de Sofía y la empujó contra la pared.—Yo… No entiendo de qué hablas. ¡Suéltame!—¡Tú me obligaste a este matrimonio de mentira! La empujó con más fuerza y, por primera vez, Sofía se sintió asfixiada.Pero no podía morir, mordió el dorso de la mano de Estuardo tan fuerte como pudo.Él le soltó la mano con dolor y Sofía cayó al suelo sin apoyo.—ESCUCHA ESTUARDO ¡Yo no te obligué! Fue tu tío...—¡No lo metas en esto! —caminó tambaleándose hacia ella, su aliento apestando a alcohol, sus ojos ardiendo de furia—. Ere
Navegando por los pasillos laberínticos, Sofía sintió cómo su ansiedad aumentaba con cada paso. Finalmente, se encontró en la cima de una gran escalera, el suave tintineo de los cubiertos, guiándola hacia el comedor abajo.Respirando hondo, descendió, su mente llena de incertidumbres sobre lo que le esperaba.Los pasos de Sofía resonaban sobre el suelo de mármol mientras se acercaba al comedor, su corazón latiendo al compás de cada paso. Las imponentes puertas dobles estaban entreabiertas, revelando destellos de la familia Ferreti ya sentada. Tragó con fuerza y empujó la puerta un poco más, entrando en la habitación. a.—Ah, ahí estás —la voz de Don Jan Carlo cortó el suave murmullo de la conversación como un cuchillo. Estaba sentado en la cabecera de la mesa, su presencia imponente a pesar de su apariencia frágil. A su lado estaba Estuardo, desaliñado y apenas despierto, y alrededor de ellos, el resto de la familia la observaba con miradas que variaban entre el interés y el desp