CAPÍTULO 05

El anuncio provocó exclamaciones de sorpresa entre la familia Ferreti. Sin embargo, Sofía, aunque trató de sonreír, sintió cómo su corazón latía más rápido. 

La palabra "noche de bodas" retumbaba en su cabeza como un eco que no podía acallar. 

Don Jan Carlo, observándola con sus ojos sabios, se inclinó levemente hacia ella.

—No temas, Sofía —dijo suavemente—. Todo estará bien. Eres fuerte y más capaz de lo que crees.

Sofía asintió, tratando de aferrarse a esas palabras como a una tabla de salvación en medio de una tormenta. Mientras tanto, Estuardo, aparentemente ajeno a sus emociones, ya estaba tomando su teléfono y llamando al chofer para que preparara el auto.

El viaje al hotel fue largo, o al menos así lo sintió Sofía. Sentada en el asiento de cuero del lujoso auto, sus manos temblaban ligeramente mientras observaba la ciudad pasar por la ventanilla. 

A su lado, Estuardo estaba completamente absorto en su teléfono, enviando mensajes. 

El silencio entre ellos era espeso, cada kilómetro recorrido la acercaba más a un destino que, para ella, se sentía como una encrucijada.

Cuando finalmente llegaron al "Royal Palace", un imponente edificio de mármol y cristal, su ansiedad se disparó. 

Estuardo bajó primero, siempre con el teléfono en la mano, y luego se volvió hacia Sofía, ofreciéndole una mano para ayudarla a salir del auto. 

Ella la tomó, pero sintió que su palma estaba fría y húmeda.

—Gra…

Antes de que pudiera terminar la frase, el hombre le había soltado la mano y se había dado la vuelta.

Sofía tuvo que retirar torpemente la mano del aire.

El ascensor que los llevó hasta la planta más alta era silencioso, salvo por el suave zumbido de la maquinaria. 

Estuardo no dijo una palabra en todo el trayecto, y Sofía, presa del nerviosismo, observaba cómo los números de los pisos se iluminaban uno tras otro. 

Cuando llegaron a la planta presidencial, el ascensor se detuvo con un leve ding, y las puertas se abrieron a una suite que parecía más una obra de arte que una habitación de hotel.

Sofía se paró en la puerta sintiendo como si sus pies pesaban mil kilos.

Estuardo miró ligeramente de reojo a la mujer que tenía al lado, y de pronto habló.

—¿No entras? o ¿tienes miedo?

—¡No lo estoy! —casi soltó Sofía.

—El juego acaba de empezar... mi adorada esposa. 

Mirando la ancha espalda de Estuardo, Sofía siguió con un pesado suspiro.

Entró en la habitación, sus ojos agrandándose ante la opulencia que la rodeaba. 

Las lámparas de cristal proyectaban un cálido resplandor sobre los muebles de terciopelo y los ricos detalles de caoba. 

Un suave aroma a jazmín flotaba en el aire, mezclándose con el inconfundible olor a riqueza.

—Bienvenida a tu nueva vida —dijo Estuardo, su voz goteando ironía mientras cerraba la puerta tras ellos.

Sofía apenas tuvo tiempo de asimilar la grandeza antes de que su mirada aterrizara en una mujer impresionante que estaba de pie junto a la ventana. 

Iba vestida elegantemente con un ajustado vestido negro, su cabello rubio cayendo en ondas perfectas sobre su espalda. Una botella de champán reposaba en una mesa cercana, acompañada de dos copas de cristal.

—Buenas noches —comenzó Sofía, asumiendo que se dirigía al personal del hotel.

Pero Estuardo pasó junto a ella sin decir una palabra, acortando la distancia con la mujer con pasos seguros. Le rodeó la cintura con los brazos y la besó profundamente. La respiración de Sofía se detuvo, la confusión revolviéndose en sus ojos verdes.

—Estuardo, ¿qué es esto? —preguntó, con la voz apenas un susurro.

Separándose del beso, Estuardo se volvió hacia Sofía, con una sonrisa burlona en los labios.

—Sofía, te presento a Amanda. Mi novia.

—¿Tu...? —balbuceó Sofía, su mente corriendo para intentar dar sentido a la escena que se desplegaba ante ella—. Nos acabamos de casar hoy, Estuardo.

—Sí, nos casamos —respondió él, su tono tranquilo pero cargado de una inquietante frialdad—. Y ahora eres parte de mi juego, igual que aceptaste el juego de mi tío al casarte conmigo.

—¿Juego? ¿De qué estás hablando? —Su voz temblaba, una mezcla de incredulidad y horror creciente.

—Simple —continuó Estuardo, sus ojos grises fríos y calculadores—. Fingiremos que tenemos el matrimonio perfecto para que todos lo vean. Pero yo seguiré con mi vida habitual: fiestas, negocios... y Amanda. —Miró a Amanda, que sonreía con suficiencia, y luego volvió la vista hacia Sofía—. Tú jugarás tu papel, y yo el mío.

De repente, la habitación se sintió más pequeña, las paredes cerrándose mientras Sofía luchaba por procesar sus palabras.

—Esto no es lo que acordé —protestó, su voz ganando fuerza—. Yo pensaba...

—¿Pensabas qué? —la interrumpió Estuardo.

Sofía se quedó callada. 

—¿Creíste que mágicamente cambiará mi vida para estar atado a tu lado y que tú mágicamente me harías entrar en razón? Estás equivocada, ¡Nunca me enamoraría de una mujer como tú!

Sofía sintió una gran furia en su interior, Estuardo no solo la estaba despreciando, sino también humillando delante de otra mujer. 

—Ahora… disfruta tu noche de bodas, que yo disfrutaré la mía.

Estuardo tomó la mano de Amando y juntos salieron de la habitación. 

Sofía se sentó al borde de la cama, su mente sumida en una niebla de incredulidad y confusión. 

La suite, que antes parecía lujosa, ahora se sentía vacía y sofocante, su opulencia convertida en una jaula que la aprisionaba. 

Miró la botella de champán intacta, cuyas burbujas subían de manera burlona dentro de la copa. 

Esto no era lo que había imaginado; era una pesadilla envuelta en seda.

Su mirada se desvió hacia la puerta por donde Estuardo había desaparecido con Amanda, el eco de sus pasos aún resonando en el aire. 

Sacudió la cabeza, intentando disipar la inquietud que la devoraba por dentro. Él era un desastre de hombre, un titiritero que movía los hilos que la ataban más con cada paso.

El cansancio pesaba sobre sus párpados, y a pesar del torbellino emocional que la envolvía, el sueño la reclamó rápidamente. Sin embargo, sus sueños no ofrecieron descanso, solo imágenes fragmentadas de traición y susurros de acusaciones.

Un estruendo repentino la despertó de golpe, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho. 

Parpadeó en la oscuridad, desorientada, cuando otro golpe fuerte resonó. Se levantó de la cama apresuradamente, con el pulso acelerado. 

—¡¿Qué estás haciendo?!

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