El anuncio provocó exclamaciones de sorpresa entre la familia Ferreti. Sin embargo, Sofía, aunque trató de sonreír, sintió cómo su corazón latía más rápido.
La palabra "noche de bodas" retumbaba en su cabeza como un eco que no podía acallar.
Don Jan Carlo, observándola con sus ojos sabios, se inclinó levemente hacia ella.
—No temas, Sofía —dijo suavemente—. Todo estará bien. Eres fuerte y más capaz de lo que crees.
Sofía asintió, tratando de aferrarse a esas palabras como a una tabla de salvación en medio de una tormenta. Mientras tanto, Estuardo, aparentemente ajeno a sus emociones, ya estaba tomando su teléfono y llamando al chofer para que preparara el auto.
El viaje al hotel fue largo, o al menos así lo sintió Sofía. Sentada en el asiento de cuero del lujoso auto, sus manos temblaban ligeramente mientras observaba la ciudad pasar por la ventanilla.
A su lado, Estuardo estaba completamente absorto en su teléfono, enviando mensajes.
El silencio entre ellos era espeso, cada kilómetro recorrido la acercaba más a un destino que, para ella, se sentía como una encrucijada.
Cuando finalmente llegaron al "Royal Palace", un imponente edificio de mármol y cristal, su ansiedad se disparó.
Estuardo bajó primero, siempre con el teléfono en la mano, y luego se volvió hacia Sofía, ofreciéndole una mano para ayudarla a salir del auto.
Ella la tomó, pero sintió que su palma estaba fría y húmeda.
—Gra…
Antes de que pudiera terminar la frase, el hombre le había soltado la mano y se había dado la vuelta.
Sofía tuvo que retirar torpemente la mano del aire.
El ascensor que los llevó hasta la planta más alta era silencioso, salvo por el suave zumbido de la maquinaria.
Estuardo no dijo una palabra en todo el trayecto, y Sofía, presa del nerviosismo, observaba cómo los números de los pisos se iluminaban uno tras otro.
Cuando llegaron a la planta presidencial, el ascensor se detuvo con un leve ding, y las puertas se abrieron a una suite que parecía más una obra de arte que una habitación de hotel.
Sofía se paró en la puerta sintiendo como si sus pies pesaban mil kilos.
Estuardo miró ligeramente de reojo a la mujer que tenía al lado, y de pronto habló.
—¿No entras? o ¿tienes miedo?
—¡No lo estoy! —casi soltó Sofía.
—El juego acaba de empezar... mi adorada esposa.
Mirando la ancha espalda de Estuardo, Sofía siguió con un pesado suspiro.
Entró en la habitación, sus ojos agrandándose ante la opulencia que la rodeaba.
Las lámparas de cristal proyectaban un cálido resplandor sobre los muebles de terciopelo y los ricos detalles de caoba.
Un suave aroma a jazmín flotaba en el aire, mezclándose con el inconfundible olor a riqueza.
—Bienvenida a tu nueva vida —dijo Estuardo, su voz goteando ironía mientras cerraba la puerta tras ellos.
Sofía apenas tuvo tiempo de asimilar la grandeza antes de que su mirada aterrizara en una mujer impresionante que estaba de pie junto a la ventana.
Iba vestida elegantemente con un ajustado vestido negro, su cabello rubio cayendo en ondas perfectas sobre su espalda. Una botella de champán reposaba en una mesa cercana, acompañada de dos copas de cristal.
—Buenas noches —comenzó Sofía, asumiendo que se dirigía al personal del hotel.
Pero Estuardo pasó junto a ella sin decir una palabra, acortando la distancia con la mujer con pasos seguros. Le rodeó la cintura con los brazos y la besó profundamente. La respiración de Sofía se detuvo, la confusión revolviéndose en sus ojos verdes.
—Estuardo, ¿qué es esto? —preguntó, con la voz apenas un susurro.
Separándose del beso, Estuardo se volvió hacia Sofía, con una sonrisa burlona en los labios.
—Sofía, te presento a Amanda. Mi novia.
—¿Tu...? —balbuceó Sofía, su mente corriendo para intentar dar sentido a la escena que se desplegaba ante ella—. Nos acabamos de casar hoy, Estuardo.
—Sí, nos casamos —respondió él, su tono tranquilo pero cargado de una inquietante frialdad—. Y ahora eres parte de mi juego, igual que aceptaste el juego de mi tío al casarte conmigo.
—¿Juego? ¿De qué estás hablando? —Su voz temblaba, una mezcla de incredulidad y horror creciente.
—Simple —continuó Estuardo, sus ojos grises fríos y calculadores—. Fingiremos que tenemos el matrimonio perfecto para que todos lo vean. Pero yo seguiré con mi vida habitual: fiestas, negocios... y Amanda. —Miró a Amanda, que sonreía con suficiencia, y luego volvió la vista hacia Sofía—. Tú jugarás tu papel, y yo el mío.
De repente, la habitación se sintió más pequeña, las paredes cerrándose mientras Sofía luchaba por procesar sus palabras.
—Esto no es lo que acordé —protestó, su voz ganando fuerza—. Yo pensaba...
—¿Pensabas qué? —la interrumpió Estuardo.
Sofía se quedó callada.
—¿Creíste que mágicamente cambiará mi vida para estar atado a tu lado y que tú mágicamente me harías entrar en razón? Estás equivocada, ¡Nunca me enamoraría de una mujer como tú!
Sofía sintió una gran furia en su interior, Estuardo no solo la estaba despreciando, sino también humillando delante de otra mujer.
—Ahora… disfruta tu noche de bodas, que yo disfrutaré la mía.
Estuardo tomó la mano de Amando y juntos salieron de la habitación.
Sofía se sentó al borde de la cama, su mente sumida en una niebla de incredulidad y confusión.
La suite, que antes parecía lujosa, ahora se sentía vacía y sofocante, su opulencia convertida en una jaula que la aprisionaba.
Miró la botella de champán intacta, cuyas burbujas subían de manera burlona dentro de la copa.
Esto no era lo que había imaginado; era una pesadilla envuelta en seda.
Su mirada se desvió hacia la puerta por donde Estuardo había desaparecido con Amanda, el eco de sus pasos aún resonando en el aire.
Sacudió la cabeza, intentando disipar la inquietud que la devoraba por dentro. Él era un desastre de hombre, un titiritero que movía los hilos que la ataban más con cada paso.
El cansancio pesaba sobre sus párpados, y a pesar del torbellino emocional que la envolvía, el sueño la reclamó rápidamente. Sin embargo, sus sueños no ofrecieron descanso, solo imágenes fragmentadas de traición y susurros de acusaciones.
Un estruendo repentino la despertó de golpe, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho.
Parpadeó en la oscuridad, desorientada, cuando otro golpe fuerte resonó. Se levantó de la cama apresuradamente, con el pulso acelerado.
—¡¿Qué estás haciendo?!
Estuardo estaba en el centro de la habitación, tambaleándose, con los ojos desorbitados y desenfocados. Estaba tirando objetos—jarrones, almohadas, cualquier cosa a su alcance—al suelo en un ataque de furia alcohólica.—¡Estuardo, para! —la voz de Sofía era temblorosa, pero firme mientras se acercaba cautelosamente—. Cálmate, por favor.—¿Calmarme? —balbuceó, sus palabras impregnadas de veneno—. Tú, ¿¡Le dijiste a ese viejo que Amanda estaba aquí!?Estuardo apretó el cuello de Sofía y la empujó contra la pared.—Yo… No entiendo de qué hablas. ¡Suéltame!—¡Tú me obligaste a este matrimonio de mentira! La empujó con más fuerza y, por primera vez, Sofía se sintió asfixiada.Pero no podía morir, mordió el dorso de la mano de Estuardo tan fuerte como pudo.Él le soltó la mano con dolor y Sofía cayó al suelo sin apoyo.—ESCUCHA ESTUARDO ¡Yo no te obligué! Fue tu tío...—¡No lo metas en esto! —caminó tambaleándose hacia ella, su aliento apestando a alcohol, sus ojos ardiendo de furia—. Ere
Navegando por los pasillos laberínticos, Sofía sintió cómo su ansiedad aumentaba con cada paso. Finalmente, se encontró en la cima de una gran escalera, el suave tintineo de los cubiertos, guiándola hacia el comedor abajo.Respirando hondo, descendió, su mente llena de incertidumbres sobre lo que le esperaba.Los pasos de Sofía resonaban sobre el suelo de mármol mientras se acercaba al comedor, su corazón latiendo al compás de cada paso. Las imponentes puertas dobles estaban entreabiertas, revelando destellos de la familia Ferreti ya sentada. Tragó con fuerza y empujó la puerta un poco más, entrando en la habitación. a.—Ah, ahí estás —la voz de Don Jan Carlo cortó el suave murmullo de la conversación como un cuchillo. Estaba sentado en la cabecera de la mesa, su presencia imponente a pesar de su apariencia frágil. A su lado estaba Estuardo, desaliñado y apenas despierto, y alrededor de ellos, el resto de la familia la observaba con miradas que variaban entre el interés y el desp
—¿Siempre invades la privacidad de las personas de esta manera? —balbuceó Sofía, tratando de mantener sus ojos fijos firmemente en su rostro.—Acostúmbrate —dijo él, con una voz baja y suave que se deslizó sobre su piel como terciopelo—. Si vamos a pasar un año juntos, más vale que empecemos a construir confianza.—La confianza no se construye con apariciones sorpresivas a medio vestir —replicó ella, aunque su voz carecía de la convicción que deseaba tener.—Tal vez no —concedió él, con una sonrisa burlona en los labios—, pero es un comienzo. —Se enderezó, acercándose a ella, con el aroma de su colonia mezclándose con el vapor que aún quedaba de su ducha—. Ahora, cámbiate. Vamos a salir.—¿Salir? —Su ceño se frunció, confundida—. No quiero ir a ningún lado.—Eso no es una opción —respondió Estuardo, con un tono más firme—. Vamos a un bar cercano. Es hora de que empecemos a actuar como una verdadera pareja.—Pero yo...—No discutas, Sofía —la interrumpió, con una orden tan casual como
—¡Espera!Sin previo aviso, una mano desconocida se aferró a su brazo, sacándola de sus pensamientos. Sus ojos verdes se alzaron para encontrarse con los del extraño: un hombre de aspecto desaliñado y una mirada que hablaba de demasiadas copas y muy poco respeto.—Ven, baila conmigo —balbuceó él, tirando de ella hacia él.—Suéltame —dijo Sofía con firmeza, tratando de liberar su brazo. Su corazón latía con una mezcla de miedo e ira.—No seas así —insistió él, apretando su agarre. La presión de sus dedos se clavaba en su piel.—Que. Me. Sueltes. —Esta vez, su voz fue como un latigazo en el aire cargado de humo. Cuando él la ignoró y tiró con más fuerza, algo se rompió dentro de ella. Con toda la fuerza que pudo reunir, levantó la mano y lo abofeteó en la cara. El sonido resonó, una aguda puntuación en la música amortiguada.Luego el hombre tambaleó hacia atrás, pero no por la bofetada de Sofía. Se desplomó en el suelo, revelando a Estuardo detrás de él, con los puños apretados, la fu
—¿Qué demonios haces aquí, Nora? —gruñó Estuardo, tratando de mantener su voz baja para no despertar a Sofía. Su mirada recorría con desagrado el atuendo de su cuñada, un camisón sensual, sabiendo perfectamente que ella había elegido vestirse así con un propósito.Nora levantó una ceja, claramente disfrutando de su incomodidad. Se recostó despreocupadamente contra el marco de la puerta, como si estuviera completamente en su derecho de estar allí.—¿Es así como recibes a una visita? —respondió ella, burlona, mientras sus ojos se paseaban por la habitación, deteniéndose un momento en la figura de Sofía dormida—. Oh, pero qué sorpresa... tu esposa sigue dormida. No sabía que se había mudado al sillón. —Nora rió suavemente, una risa que era más un filo de cuchillo que una muestra de diversión—. Estuardo, ya hueles a pordiosero, pero no puedo evitarlo... —agregó, inclinándose un poco hacia él, su voz un susurro cargado de insinuaciones—¡Vete de aquí Nora! —le exigió Estuardo. —Aún me g
Estuardo descendió la gran escalera de la mansión Ferreti, cada paso resonando con el eco de su frustración. —Buenos días, Estuardo —lo saludó Don Jan Carlo, sentado en la cabecera de la mesa, con un periódico extendido frente a él. Sus ojos, tan agudos como siempre, se alzaron para encontrarse con la tormentosa mirada de Estuardo.—¿Dónde está Sofía? —demandó Estuardo, sin molestarse en fingir cortesía. Despertó en la mañana encontrándose solo y pensó que se encontraría en la mesa con el resto de la familia. —Fue al hospital con Ricardo a ver a su hermano —respondió Jan Carlo con calma, doblando su periódico con una lentitud deliberada.—Se fue sin decirme nada —refunfuñó Estuardo, sacando una silla y dejándose caer en ella—. Es como si no existiera.—¿Celoso, acaso? —la voz de Nora cortó el aire como un cuchillo, su risa ligera y burlona—. ¿De tu propio hermano, nada menos?—Basta, Nora —la voz de Jan Carlo era un gruñido bajo, cargado de autoridad. Volvió su severa mirada hacia E
—¿Qué haces aquí? —preguntó Sofía.Sus ojos lo recorrieron, buscando algún indicio de la razón detrás de su repentina visita.Estuardo sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos. —Soy tu esposo, ¿no? —respondió él con calma, aunque había un matiz frío en su voz que Sofía no pudo ignorar—. Debería estar aquí.Antes de que ella pudiera responder, la puerta del hospital se volvió a abrir, y la familia de Sofía hizo su aparición. Su hermana menor entró primero, seguida de cerca por su madrastra, ambas con expresiones que denotaban asombro al ver a Estuardo de pie junto a la cama.—Sofía…—exclamó, corriendo hacia ella y abrazándola con fuerza.—¿Este es tu esposo? —preguntó su hermana con admiración apenas disimulada, sus ojos grandes recorriendo a Estuardo de arriba abajo como si fuera un modelo salido de una revista.Sofía sintió que un nudo se le formaba en la garganta. No había esperado tener que hacer presentaciones, mucho menos en un lugar como este, pero no le quedaba otra opció
—Hay un paparazzi. Nos están vigilando.Sofía entrecerró los ojos, buscando alguna señal de que él estuviera mintiendo, de que esto fuera solo otra de sus manipulaciones. Sin embargo, cuando giró la cabeza levemente, vislumbró a lo lejos la figura de un hombre con una cámara, oculto parcialmente detrás de una columna.—Tienes que subir tus manos a mi cuello —continuó Estuardo, su tono suave, pero firme—. Hazlo parecer que estamos besándonos.Sofía lo miró incrédula, sacudiendo la cabeza.—No voy a hacer eso —respondió con firmeza, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. Sentía una mezcla de humillación e impotencia. No quería ser parte de ese teatro absurdo.—Hazlo —repitió Estuardo, su mirada penetrante mientras sus manos rozaban suavemente los costados de ella, casi como una amenaza sutil—. Solo serán unos segundos, pero si no lo hacemos, nos van a arruinar. Y te garantizo que el escándalo no va a ser bonito para ninguno de los dos.Con un suspiro resignado, levantó lentamente