CAPÍTULO 11

Estuardo descendió la gran escalera de la mansión Ferreti, cada paso resonando con el eco de su frustración.

—Buenos días, Estuardo —lo saludó Don Jan Carlo, sentado en la cabecera de la mesa, con un periódico extendido frente a él. Sus ojos, tan agudos como siempre, se alzaron para encontrarse con la tormentosa mirada de Estuardo.

—¿Dónde está Sofía? —demandó Estuardo, sin molestarse en fingir cortesía. Despertó en la mañana encontrándose solo y pensó que se encontraría en la mesa con el resto de la familia.

—Fue al hospital con Ricardo a ver a su hermano —respondió Jan Carlo con calma, doblando su periódico con una lentitud deliberada.

—Se fue sin decirme nada —refunfuñó Estuardo, sacando una silla y dejándose caer en ella—. Es como si no existiera.

—¿Celoso, acaso? —la voz de Nora cortó el aire como un cuchillo, su risa ligera y burlona—. ¿De tu propio hermano, nada menos?

—Basta, Nora —la voz de Jan Carlo era un gruñido bajo, cargado de autoridad. Volvió su severa mirada hacia E
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