Sofía y Estuardo llegaron al edificio de la empresa después de lo que había sido un exitoso desayuno de negocios. Estuardo estaba de buen humor, su sonrisa era evidente mientras bajaba del auto y guiaba a Sofía hacia la entrada principal. El desayuno había sido un éxito. Ella lo seguía, observando la imponente fachada de la compañía. Las enormes ventanas de vidrio reflejaban la luz del sol, y el nombre de la empresa relucía en letras doradas sobre el mármol blanco.—Te va a encantar mi oficina —le dijo Estuardo con un aire de autosuficiencia mientras caminaban hacia el ascensor—. Aunque claro, esto es solo una pequeña parte de lo que manejo.Sofía, aún impresionada por el ambiente tan elegante y profesional, no dijo nada. Simplemente lo observaba con atención, preguntándose si ese hombre que tan fácilmente la hacía enfurecer en privado era el mismo que manejaba con destreza el mundo de los negocios. La oficina de Estuardo era algo sacado de una revista de lujo. El gran ventanal que
Sofía y Estuardo llegaron al hospital con rapidez, sus pasos resonando en los fríos pasillos. Al ingresar al área de espera, se encontraron con su hermana Carla, su padre y su madrastra, todos con rostros desencajados por la preocupación. Carla corrió hacia Sofía, su rostro pálido y sus ojos rojos por el llanto.—¿Qué pasó? —preguntó Sofía con voz entrecortada, el miedo atravesándole el pecho como un cuchillo.—Es Pablo… —dijo Carla, tomando las manos de Sofía. Su voz temblaba—. Algo malo le pasó, pero no nos dicen nada claro.—¿Cómo que no les dicen nada? —Estuardo intervino, con el ceño fruncido, dirigiéndose al padre de Sofía y su madrastra.—Solo nos dijeron que… —el padre de Sofía se detuvo, tratando de contener las lágrimas— que tuvo una emergencia, pero no sabemos qué.—Voy a buscar a alguien que nos explique —dijo Estuardo, su tono decidido, alejándose sin esperar una respuesta.Sofía se sentó junto a Carla, quien no dejaba de sollozar, mientras su madrastra, Mirna, miraba e
—¿Cómo estás, Sofía? —dijo Santiago, con una sonrisa torcida que no lograba ocultar la sorpresa en sus ojos.Sofía se quedó helada, su mente tambaleándose entre el asombro y el desconcierto. Las palabras se le escapaban, mientras una mezcla de emociones la inundaba. Había esperado muchas cosas ese día, pero reencontrarse con Santiago… eso nunca lo hubiera imaginado.—¿Qué haces aquí? ¿Cómo… cómo terminaste trabajando para los Ferreti? —preguntó, su voz temblorosa, aún en shock.Santiago soltó una risa breve y sin humor.—Como te dije, me contrataron hoy por la mañana. No tenía idea de que eras tú, Sofía. Me dijeron que sería el chófer personal de la esposa del sobrino del dueño. No me esperaba que tú fueras esa esposa —respondió él, su mirada ahora fija en ella, con una mezcla de curiosidad y algo que parecía nostalgia.El corazón de Sofía empezó a latir con fuerza, acelerándose más de lo que esperaba. Se sentía atrapada en una situación irreal.—Esto no puede estar pasando —susurró,
Don Jan Carlo, siempre elegante y con una presencia imponente, estaba sentado a la cabecera del comedor, bebiendo su café con calma antes de dirigir su atención a Sofía.—He estado pensando, Sofía —dijo en su tono usual—. Quiero que te sientas cómoda aquí, en esta casa, y también que te preocupes lo menos posible por tu hermano. Así que he decidido contratar un chofer, exclusivamente para ti. Podrá llevarte a ver a tu familia o a Pablo cada vez que lo necesites.Sofía, sorprendida, pero agradecida, sonrió con gentileza.—De verdad, don Jan Carlo, es muy amable de su parte, pero no quiero causarle molestias. Puedo tomar un taxi, no es necesario que se preocupe por mí.Él agitó una mano, restando importancia a su objeción.—No es ninguna molestia. Estás en nuestra familia ahora, y quiero que te sientas respaldada. Acepta el chofer, será más cómodo para ti.Sofía sabía que discutir con él era inútil. Don Jan Carlo era alguien acostumbrado a tomar decisiones y que todos a su alrededor las
Sofía corrió, envolviendo a su padre en un abrazo cálido.—¡Papá! ¡Me alegra tanto que estén aquí! —exclamó con emoción.El hombre se sorprendió por un momento, porque sintió que había una brecha entre ellos dos desde que su hija se casó.Pero ahora finalmente entiende que una vez que algo sucede, no se puede cambiar, así que acéptalo.Tosió un par de veces.—Fue difícil convencerlo, pero ya estamos aquí. —mencionó Carla. Sofía intercambió una sonrisa cómplice, y luego se dirigió a Pablo—¿Cómo te sientes, Pablo? Me tenías tan preocupada.—Mucho mejor, hermana. Ya me siento como nuevo —bromeó, aunque sus ojos delataban el cansancio de la enfermedad.Catalina, su madrastra, se acercó detrás de ellos. Sus ojos se movían rápidamente, inspeccionando cada detalle.—Sofía, querida, esta casa es impresionante —dijo Catalina, con un tono de cortesía—. Debo decir que Don Jan Carlo ha sido muy generoso en invitarnos. Estamos muy agradecidos.—Vamos, entren. Los presentaré a la familia —dijo Sof
Sofía caminaba por los pasillos de la casa con pasos lentos y una sensación de vacío en el pecho. Estuardo no había regresado a la habitación desde que la dejó sola, lo cual, aunque debería haberle causado alivio, solo profundizaba la herida que ella misma se había negado a admitir por tanto tiempo. Sacó su teléfono y le escribió un mensaje a su hermana Carla, pidiéndole que se encontraran afuera. Necesitaba hablar con alguien, necesitaba aire, y sobre todo, necesitaba escapar de la opresión que sentía en esa casa.Mientras caminaba, observaba el jardín a través de los amplios ventanales, sin embargo, algo llamó su atención entre los árboles, en un rincón semioculto del jardín. Allí, entre las sombras verdes, estaban Estuardo y Amanda, demasiado cerca, demasiado íntimos.Los labios de Estuardo estaban sobre los de Amanda, sus cuerpos entrelazados en una postura que no dejaba lugar a dudas. Se quedó quieta, paralizada, sin saber cómo reaccionar, —Son unos pervertidos. —dijo así misma
Amanda caminaba rápidamente por los largos pasillos de la casa de campo, sus tacones resonando con cada paso apresurado. Estaba furiosa, su cabello alborotado y el labio aún un poco hinchado tras el altercado con Carla. Finalmente, llegó a la sala donde Estuardo se encontraba revisando unos documentos, aparentemente despreocupado. Sin dudarlo, Amanda abrió la puerta de golpe, lo que hizo que Estuardo levantara la mirada.—¡No puedo creerlo! —exclamó Amanda, su voz aguda reflejando el enojo que llevaba dentro—. ¡Tu cuñadita me golpeó!Estuardo dejó los papeles a un lado y la observó, levantando una ceja, ligeramente sorprendido pero sin perder la compostura.—¿Qué pasó? —preguntó con tono frío, tratando de mantener la calma.Amanda se acercó rápidamente, sus manos temblando de rabia mientras señalaba su rostro, que aún mostraba señales del enfrentamiento.—¡Esa tal Carla! —dijo con veneno en la voz—. Se atrevió a atacarme, me empujó, me golpeó, todo porque Sofía le fue con el chisme
Sofía caminaba a paso rápido, con la respiración entrecortada, buscando refugio en la soledad del bosque. Trataba de escapar de la presencia de su esposo. Lo que más la avergonzaba era el beso. La escena se repetía una y otra vez en su cabeza, el momento en que se dejó arrastrar por la cercanía de su esposo, incluso cuando sus sentimientos estaban enredados. La brisa nocturna acariciaba su piel, y el sonido de las hojas bajo sus pies le brindaba un momento de consuelo. "Solo caminaré hasta que sea hora de dormir", pensó, buscando una excusa para retrasar cualquier confrontación con Estuardo. El simple hecho de estar lejos de él aliviaba la tensión que le oprimía el pecho.De repente, una figura conocida emergió entre los árboles. Santiago. Él estaba inclinado sobre un tronco caído, como si también estuviera buscando algún tipo de escape en la naturaleza. Cuando la vio, sus ojos brillaron con sorpresa y una especie de nostalgia.—Sofía, no esperaba encontrarte aquí —dijo Santiago, le