Don Jan Carlo, siempre elegante y con una presencia imponente, estaba sentado a la cabecera del comedor, bebiendo su café con calma antes de dirigir su atención a Sofía.—He estado pensando, Sofía —dijo en su tono usual—. Quiero que te sientas cómoda aquí, en esta casa, y también que te preocupes lo menos posible por tu hermano. Así que he decidido contratar un chofer, exclusivamente para ti. Podrá llevarte a ver a tu familia o a Pablo cada vez que lo necesites.Sofía, sorprendida, pero agradecida, sonrió con gentileza.—De verdad, don Jan Carlo, es muy amable de su parte, pero no quiero causarle molestias. Puedo tomar un taxi, no es necesario que se preocupe por mí.Él agitó una mano, restando importancia a su objeción.—No es ninguna molestia. Estás en nuestra familia ahora, y quiero que te sientas respaldada. Acepta el chofer, será más cómodo para ti.Sofía sabía que discutir con él era inútil. Don Jan Carlo era alguien acostumbrado a tomar decisiones y que todos a su alrededor las
Sofía corrió, envolviendo a su padre en un abrazo cálido.—¡Papá! ¡Me alegra tanto que estén aquí! —exclamó con emoción.El hombre se sorprendió por un momento, porque sintió que había una brecha entre ellos dos desde que su hija se casó.Pero ahora finalmente entiende que una vez que algo sucede, no se puede cambiar, así que acéptalo.Tosió un par de veces.—Fue difícil convencerlo, pero ya estamos aquí. —mencionó Carla. Sofía intercambió una sonrisa cómplice, y luego se dirigió a Pablo—¿Cómo te sientes, Pablo? Me tenías tan preocupada.—Mucho mejor, hermana. Ya me siento como nuevo —bromeó, aunque sus ojos delataban el cansancio de la enfermedad.Catalina, su madrastra, se acercó detrás de ellos. Sus ojos se movían rápidamente, inspeccionando cada detalle.—Sofía, querida, esta casa es impresionante —dijo Catalina, con un tono de cortesía—. Debo decir que Don Jan Carlo ha sido muy generoso en invitarnos. Estamos muy agradecidos.—Vamos, entren. Los presentaré a la familia —dijo Sof
Sofía caminaba por los pasillos de la casa con pasos lentos y una sensación de vacío en el pecho. Estuardo no había regresado a la habitación desde que la dejó sola, lo cual, aunque debería haberle causado alivio, solo profundizaba la herida que ella misma se había negado a admitir por tanto tiempo. Sacó su teléfono y le escribió un mensaje a su hermana Carla, pidiéndole que se encontraran afuera. Necesitaba hablar con alguien, necesitaba aire, y sobre todo, necesitaba escapar de la opresión que sentía en esa casa.Mientras caminaba, observaba el jardín a través de los amplios ventanales, sin embargo, algo llamó su atención entre los árboles, en un rincón semioculto del jardín. Allí, entre las sombras verdes, estaban Estuardo y Amanda, demasiado cerca, demasiado íntimos.Los labios de Estuardo estaban sobre los de Amanda, sus cuerpos entrelazados en una postura que no dejaba lugar a dudas. Se quedó quieta, paralizada, sin saber cómo reaccionar, —Son unos pervertidos. —dijo así misma
Amanda caminaba rápidamente por los largos pasillos de la casa de campo, sus tacones resonando con cada paso apresurado. Estaba furiosa, su cabello alborotado y el labio aún un poco hinchado tras el altercado con Carla. Finalmente, llegó a la sala donde Estuardo se encontraba revisando unos documentos, aparentemente despreocupado. Sin dudarlo, Amanda abrió la puerta de golpe, lo que hizo que Estuardo levantara la mirada.—¡No puedo creerlo! —exclamó Amanda, su voz aguda reflejando el enojo que llevaba dentro—. ¡Tu cuñadita me golpeó!Estuardo dejó los papeles a un lado y la observó, levantando una ceja, ligeramente sorprendido pero sin perder la compostura.—¿Qué pasó? —preguntó con tono frío, tratando de mantener la calma.Amanda se acercó rápidamente, sus manos temblando de rabia mientras señalaba su rostro, que aún mostraba señales del enfrentamiento.—¡Esa tal Carla! —dijo con veneno en la voz—. Se atrevió a atacarme, me empujó, me golpeó, todo porque Sofía le fue con el chisme
Sofía caminaba a paso rápido, con la respiración entrecortada, buscando refugio en la soledad del bosque. Trataba de escapar de la presencia de su esposo. Lo que más la avergonzaba era el beso. La escena se repetía una y otra vez en su cabeza, el momento en que se dejó arrastrar por la cercanía de su esposo, incluso cuando sus sentimientos estaban enredados. La brisa nocturna acariciaba su piel, y el sonido de las hojas bajo sus pies le brindaba un momento de consuelo. "Solo caminaré hasta que sea hora de dormir", pensó, buscando una excusa para retrasar cualquier confrontación con Estuardo. El simple hecho de estar lejos de él aliviaba la tensión que le oprimía el pecho.De repente, una figura conocida emergió entre los árboles. Santiago. Él estaba inclinado sobre un tronco caído, como si también estuviera buscando algún tipo de escape en la naturaleza. Cuando la vio, sus ojos brillaron con sorpresa y una especie de nostalgia.—Sofía, no esperaba encontrarte aquí —dijo Santiago, le
—Fabio —la voz de Don Jan Carlo cortó el silencio, fría y afilada—. Tenías una tarea. Una simple tarea.—Don Jan Carlo, yo... —comenzó Fabio, su voz temblando mientras se movía incómodo.—¡No! —La mano del hombre mayor golpeó el escritorio de caoba, haciendo que los papeles volaran. Sus ojos, oscuros pozos de furia, se clavaron en Fabio—. No me digas que fallaste porque “no te veías muy bien”.—No estaba sola —continuó Fabio, la desesperación colándose en su tono—. El chofer estaba con ella. No pude acercarme sin ser visto.—¡Excusas! —escupió Don Jan Carlo, levantándose de su silla con una gracia que desmentía su edad. Paseaba por la habitación, cada paso medido, preciso. El tablero de ajedrez sobre la mesa atrapaba la luz, sus piezas congeladas a mitad de partida, reflejando la intrincada trama que se desarrollaba en su mente—. Sofía Martínez debería estar muerta ya. Es la única forma de vengar lo que su madre me hizo.—Señor, esto no se trata solo de usted —imploró Fabio, avanzando
—Gracias por todo don Jan Carlo. —agradeció Carlota. —No tienen nada que agradecer, todo lo contrario reciban una disculpa de la familia Ferreti por el incidente con Sofía, pero les prometo que el culpable pagará por su impertinencia. —Confiamos en usted, ¿no es así Fernando? —inquirió Carlota hacia su esposo, quien desde el disparo a Sofía estaba inquieto y se sentía culpable, ya que su hija se sacrificó porque él no tenía el dinero suficiente para la operación de Pablo. —Sí, sí, así es. —Fernando se acercó a su hija y la abrazó con fuerza. —Cuídate mucho, hija. Cualquier cosa, nos llamas.Sofía abrazó a Pablo, su hermano menor y por último a su hermana Carla. —Por favor no dejes que nadie te intimide, date tu lugar como la esposa de Estuardo. —le susurró al oído a Sofía. Sofía asintió con una sonrisa forzada. Su familia subió a uno de los autos y se alejaron de la casa. Sus pensamientos ya dispersos por la inevitable confrontación que sabía estaba por llegar. Amanda, siempre a
—¡Sofía! —susurró, mientras el propio alcohol en su cuerpo se evaporaba instantáneamente al correr hacia ella. Su corazón latía con una urgencia que le resultaba desconocida, pero irresistible. Se arrodilló, levantando su delicada figura en sus brazos con una inesperada ternura que contrastaba con su habitual arrogancia.Su piel estaba fría y pegajosa contra sus dedos, sus respiraciones eran superficiales e irregulares. Al recostarla, los ojos de Sofía se abrieron, verdes y vidriosos, mostrando una vulnerabilidad que le tironeó algo profundo dentro de él. Antes de que pudiera hablar, ella lo alcanzó, su mano se enroscó alrededor de su cuello, atrayéndolo hacia ella. Sus labios se encontraron en un beso febril, uno que hablaba de desesperación y anhelo.—Sofía —murmuró contra su boca, pero las palabras se disolvieron, perdidas en el calor del momento. El sabor de ella lo envolvía, embriagante de una manera que ningún licor jamás lo había sido.Impulsado por una fuerza que no comprend