CAPÍTULO 26

—Fabio —la voz de Don Jan Carlo cortó el silencio, fría y afilada—. Tenías una tarea. Una simple tarea.

—Don Jan Carlo, yo... —comenzó Fabio, su voz temblando mientras se movía incómodo.

—¡No! —La mano del hombre mayor golpeó el escritorio de caoba, haciendo que los papeles volaran. Sus ojos, oscuros pozos de furia, se clavaron en Fabio—. No me digas que fallaste porque “no te veías muy bien”.

—No estaba sola —continuó Fabio, la desesperación colándose en su tono—. El chofer estaba con ella. No pude acercarme sin ser visto.

—¡Excusas! —escupió Don Jan Carlo, levantándose de su silla con una gracia que desmentía su edad. Paseaba por la habitación, cada paso medido, preciso. El tablero de ajedrez sobre la mesa atrapaba la luz, sus piezas congeladas a mitad de partida, reflejando la intrincada trama que se desarrollaba en su mente—. Sofía Martínez debería estar muerta ya. Es la única forma de vengar lo que su madre me hizo.

—Señor, esto no se trata solo de usted —imploró Fabio, avanzando
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