CAPÍTULO 80

El cuarto oscuro y frío era una prisión que apretaba el alma de Sofía como un puño cruel. Acostada sobre el viejo colchón, acariciaba instintivamente su vientre, intentando calmar el pánico que latía en su pecho. El silencio, solo interrumpido por el leve goteo de un grifo lejano, era opresivo. Sabía que su vida y la del bebé que llevaba en su vientre pendían de un hilo.

De pronto, un ruido metálico la sacó de su desolación. Se incorporó rápidamente y avanzó hacia la puerta, su corazón golpeando con fuerza. Escuchó voces amortiguadas y luego un golpe seco. La puerta se abrió con brusquedad, y un hombre arrojó a alguien dentro antes de cerrarla de golpe.

Sofía retrocedió unos pasos, observando cómo la figura caída se movía lentamente en el suelo. Cuando el cabello rubio de la mujer reflejó la tenue luz de la bombilla, la reconoció.

—¿Amanda? —susurró, incrédula.

Amanda levantó el rostro, sus ojos llenos de lágrimas y su maquillaje corrido. Se arrastró hasta sentarse, abrazando sus pier
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