—Un… matrimonio. —repitió Sofía, casi atragantándose con su propia saliva—. Ni siquiera me conoce.
—Perdone mi insolencia —extendió su mano—. Soy Jan Carlo Ferreti, un multimillonario y usted es…
Sofía adivinó que el viejo era rico, pero no se dio cuenta de que se trataba de la familia Ferreti, uno de los tres apellidos más importantes del mundo.
—Señorita, mi jefe le está preguntando.
Al oír el recordatorio del mayordomo Sofía sólo se despegó del sobresalto.
—Sofía…Sofía Martínez… —tomó la mano del anciano.
—Señorita Martínez. Tengo una proposición para usted.
Sofía se volvió, su corazón latiendo con fuerza, como un peón frente a la reina.
—La condición de su hermano es grave —comenzó, su tono medido—, y el equipo médico que necesita está más allá de sus posibilidades financieras. Yo puedo proporcionar los fondos para su operación y los dispositivos que requiere, pero hay una condición.
Su respiración se detuvo. La oferta era el salvavidas que tan desesperadamente necesitaba, pero las cuerdas adjuntas se sentían como un nudo que se apretaba alrededor de su cuello.
—¿Qué condición?
—Cásese con mi sobrino Estuardo Ferreti —dijo, cada palabra deliberada—, por un año. Enséñele a cambiar, a convertirse en el hombre que debe ser. A cambio, me aseguraré de que su hermano reciba la mejor atención médica que el dinero pueda comprar.
La mente de Sofía corría a toda velocidad.
—Pero sí, usted acaba de describirlo, como una de las peores personas.
—Pero, necesitas que hagas esto.
—¿Por qué yo? —preguntó, su voz temblorosa.
—Porque usted tiene lo que a otros les falta —respondió Don Jan Carlo, su mirada firme—. Un sentido de justicia, una capacidad de sacrificio. Usted puede llegar a él de maneras que nadie más puede.
Quería protestar, rechazar lo absurdo de la propuesta, pero la imagen de su hermano, frágil y luchando por cada respiro, dominaba su mente. Estaba atrapada entre la torre y el caballo, sin un camino claro hacia la seguridad.
—Yo…yo…—tartamudeó
—Tómese su tiempo para considerarlo —dijo Don Jan Carlo, entregándole una tarjeta blanca y elegante, grabada con letras doradas—. Llámeme cuando haya tomado una decisión.
Cuando él se fue, Sofía aferró la tarjeta, cuyos bordes afilados se sentían como una advertencia contra su piel.
Volvió a mirar por la ventana, la ciudad abajo ahora un laberinto de posibilidades y trampas.
Su vida se había convertido de repente en un juego de estrategia, cada decisión un riesgo calculado.
Se quedó allí, perdida en sus pensamientos, con el peso del mundo asentándose sobre sus hombros.
La lluvia comenzó a caer, suave e implacable, reflejando el caos que llevaba por dentro.
El reloj seguía avanzando, cada segundo un recordatorio de la urgencia de su elección.
(...)
—¡Catalina! ¡Papá! —Sofía irrumpió por la puerta de su modesta casa, su voz era una tormenta de desesperación.
La tarjeta de Don Jan Carlo parecía una tiza ardiendo en su bolsillo.
Catalina levantó la vista de la mesa de la cocina y entrecerró los ojos al ver la confusión grabada en el rostro de Sofía. —¿Qué pasó, Sofía? ¿Qué noticias traes?
—El doctor dice que necesita una operación urgente... y hay unos dispositivos muy caros que podrían salvarlo.
Fernando, sentado junto a la ventana con un periódico que no había leído en años, lo bajó lentamente.
Sus ojos, normalmente suaves y distantes, ahora se clavaban en los de su hija con una intensidad que podría cortar el cristal.
—¿Y cómo vamos a pagar eso, hija? Apenas tenemos para comer.
—Hay una forma… —Sofía vaciló, las palabras se enredaron en su garganta como un nudo que no podía desatar—. Un hombre, Don Jan Carlo Ferreti, me ofreció el dinero. Pero... hay una condición".
—¿Qué condición? —El interés de Catalina se despertó y su mente calculadora ya estaba avanzando.
—Quiere que me case con su sobrino, Estuardo. Solo por un año —La voz de Sofía tembló al exponer la propuesta—. Dice que es temporal, para enseñarle a cambiar.
—¡Ay, mija! Eso es perfecto. Acepta. Por el bien de todos. —Los ojos de Catalina brillaron al ver no solo la salvación de Pablo, sino una oportunidad de oro para ella.
—¡¿Perfecto?! —Estalló Fernando levantándose de su silla con una ira que Sofía nunca antes había visto—. ¡Eso es prostituirte! ¡No lo permitiré!
—Papá, por favor, escúchame —suplicó Sofía, con lágrimas corriendo por sus mejillas—. Esto podría salvar a Pablo. No tenemos otra opción.
—¡Nunca! —La voz de Fernando era atronadora—. ¡Si no sobrevive, es su vida!
—¡No! ¡No lo aceptaré! —Sofía sacó del bolsillo la tarjeta de Don Juan para llamar, pero su padre se la arrebató, la rompió y la tiró a la papelera—. ¡¡¡No!!!... ¿Papá por qué hizo eso? Fue tu culpa que mamá muriera, ¿y ahora quieres matar a tu hijo también?
—¡Cállate!
En un instante, su mano se movió, golpeando a Sofía en la cara.
La bofetada resonó por toda la pequeña casa, un sonido de inocencia destrozada.
Sofía retrocedió tambaleándose, atónita y desconsolada.
—¡Nunca te perdonaré!
Sofía se dio la vuelta, sus lágrimas mezclándose con la determinación en su rostro. Al caer la noche, un nuevo golpe en la puerta la hizo levantar la vista.
—Sofía, querida, tenemos noticias del hospital —dijo Catalina, con una suavidad que contrastaba con la frialdad de la noche.
Sofía corrió hacia la puerta, abriéndola con una rapidez que mostraba la urgencia de su situación.
—Necesitan una respuesta rápida…—dijo su madrastra, con la expresión grave—. No podemos perder más tiempo —recogió la mano de Sofía y le entregó la tarjeta—. Hazlo, mija.
Había un rayo de esperanza en los ojos de Sofía, pero rápidamente volvió a apagarse.
—Pero Papá...
—Trataré de persuadirlo. Solo no pude pensar con claridad por un tiempo. No te preocupes.
Esa noche, mientras la lluvia golpeaba suavemente las ventanas, Sofía marcó el número de la tarjeta.
Cada timbre sonaba como una cuenta regresiva, llevándola más hacia el laberinto del diseño de Don Jan Carlo.
Cuando se conectó la llamada, respiró hondo, lista para dar el siguiente paso.
—Don Jan Carlo —dijo, con voz firme, a pesar de la tormenta interna—. Acepto su propuesta.
—¿Estás segura? Niña.—Sí, señor.—No te arrepentirás —dijo colgando la llamada. Se giró hacia su mayordomo—. Prepara todo, Fabio. Que mi sobrino sea el peón en este tablero, y que entienda lo que es estar al borde del jaque mate. Haré que sienta en carne propia lo que es la desesperación, lo que es depender de los demás.—Señor…. ¿Seguro de esto? —le preguntó su amigo Fabio—. La pobre chica no tiene la culpa.—A veces tenemos que pagar las consecuencias de nuestros padres. **Dos días después**Sofía estaba parada en la acera, su aliento visible en el aire fresco de la mañana. Los rayos del sol asomaban tímidamente sobre el horizonte, proyectando largas sombras en la calle vacía. Se acercaba el día de la boda y nunca imaginó que sería uno de los días más tristes de su vida, pero entendía que su sacrificio valía la pena. Su padre no apareció, sólo vinieron a despedirla su madrastra y su hermanastra Carla.—Mija —comenzó Catalina, su voz cargada de arrepentimiento—, tu padre… qué pe
Sofía se paró frente al espejo, sus dedos rozando el delicado encaje de su sencillo vestido blanco. La tela se ajustaba a sus curvas con una elegancia discreta, en marcado contraste con la extravagancia que había esperado de una familia como los Ferreti. Tomó una respiración profunda, intentando calmar el nerviosismo que revoloteaba en su estómago.En sus cortos veintitrés años, ese era el vestido más fino y elegante que había utilizado. La puerta chirrió al abrirse, y Sofía se volvió para ver a una de las sirvientas, entrar en la habitación con una jarra de agua y un vaso equilibrado precariamente en una bandeja de plata.De repente el vaso se le escapó de sus manos, rompiéndose en brillantes fragmentos sobre el pulido suelo de madera.—¡Oh! ¡Lo siento mucho, señorita! —exclamó esa chica.—No te preocupes por eso —dijo Sofía suavemente, arrodillándose junto a Priscila para ayudar a recoger los pedazos. Sus manos se rozaron brevemente, y Sofía le ofreció una sonrisa reconfortante.
El anuncio provocó exclamaciones de sorpresa entre la familia Ferreti. Sin embargo, Sofía, aunque trató de sonreír, sintió cómo su corazón latía más rápido. La palabra "noche de bodas" retumbaba en su cabeza como un eco que no podía acallar. Don Jan Carlo, observándola con sus ojos sabios, se inclinó levemente hacia ella.—No temas, Sofía —dijo suavemente—. Todo estará bien. Eres fuerte y más capaz de lo que crees.Sofía asintió, tratando de aferrarse a esas palabras como a una tabla de salvación en medio de una tormenta. Mientras tanto, Estuardo, aparentemente ajeno a sus emociones, ya estaba tomando su teléfono y llamando al chofer para que preparara el auto.El viaje al hotel fue largo, o al menos así lo sintió Sofía. Sentada en el asiento de cuero del lujoso auto, sus manos temblaban ligeramente mientras observaba la ciudad pasar por la ventanilla. A su lado, Estuardo estaba completamente absorto en su teléfono, enviando mensajes. El silencio entre ellos era espeso, cada kilóm
Estuardo estaba en el centro de la habitación, tambaleándose, con los ojos desorbitados y desenfocados. Estaba tirando objetos—jarrones, almohadas, cualquier cosa a su alcance—al suelo en un ataque de furia alcohólica.—¡Estuardo, para! —la voz de Sofía era temblorosa, pero firme mientras se acercaba cautelosamente—. Cálmate, por favor.—¿Calmarme? —balbuceó, sus palabras impregnadas de veneno—. Tú, ¿¡Le dijiste a ese viejo que Amanda estaba aquí!?Estuardo apretó el cuello de Sofía y la empujó contra la pared.—Yo… No entiendo de qué hablas. ¡Suéltame!—¡Tú me obligaste a este matrimonio de mentira! La empujó con más fuerza y, por primera vez, Sofía se sintió asfixiada.Pero no podía morir, mordió el dorso de la mano de Estuardo tan fuerte como pudo.Él le soltó la mano con dolor y Sofía cayó al suelo sin apoyo.—ESCUCHA ESTUARDO ¡Yo no te obligué! Fue tu tío...—¡No lo metas en esto! —caminó tambaleándose hacia ella, su aliento apestando a alcohol, sus ojos ardiendo de furia—. Ere
Navegando por los pasillos laberínticos, Sofía sintió cómo su ansiedad aumentaba con cada paso. Finalmente, se encontró en la cima de una gran escalera, el suave tintineo de los cubiertos, guiándola hacia el comedor abajo.Respirando hondo, descendió, su mente llena de incertidumbres sobre lo que le esperaba.Los pasos de Sofía resonaban sobre el suelo de mármol mientras se acercaba al comedor, su corazón latiendo al compás de cada paso. Las imponentes puertas dobles estaban entreabiertas, revelando destellos de la familia Ferreti ya sentada. Tragó con fuerza y empujó la puerta un poco más, entrando en la habitación. a.—Ah, ahí estás —la voz de Don Jan Carlo cortó el suave murmullo de la conversación como un cuchillo. Estaba sentado en la cabecera de la mesa, su presencia imponente a pesar de su apariencia frágil. A su lado estaba Estuardo, desaliñado y apenas despierto, y alrededor de ellos, el resto de la familia la observaba con miradas que variaban entre el interés y el desp
—¿Siempre invades la privacidad de las personas de esta manera? —balbuceó Sofía, tratando de mantener sus ojos fijos firmemente en su rostro.—Acostúmbrate —dijo él, con una voz baja y suave que se deslizó sobre su piel como terciopelo—. Si vamos a pasar un año juntos, más vale que empecemos a construir confianza.—La confianza no se construye con apariciones sorpresivas a medio vestir —replicó ella, aunque su voz carecía de la convicción que deseaba tener.—Tal vez no —concedió él, con una sonrisa burlona en los labios—, pero es un comienzo. —Se enderezó, acercándose a ella, con el aroma de su colonia mezclándose con el vapor que aún quedaba de su ducha—. Ahora, cámbiate. Vamos a salir.—¿Salir? —Su ceño se frunció, confundida—. No quiero ir a ningún lado.—Eso no es una opción —respondió Estuardo, con un tono más firme—. Vamos a un bar cercano. Es hora de que empecemos a actuar como una verdadera pareja.—Pero yo...—No discutas, Sofía —la interrumpió, con una orden tan casual como
—¡Espera!Sin previo aviso, una mano desconocida se aferró a su brazo, sacándola de sus pensamientos. Sus ojos verdes se alzaron para encontrarse con los del extraño: un hombre de aspecto desaliñado y una mirada que hablaba de demasiadas copas y muy poco respeto.—Ven, baila conmigo —balbuceó él, tirando de ella hacia él.—Suéltame —dijo Sofía con firmeza, tratando de liberar su brazo. Su corazón latía con una mezcla de miedo e ira.—No seas así —insistió él, apretando su agarre. La presión de sus dedos se clavaba en su piel.—Que. Me. Sueltes. —Esta vez, su voz fue como un latigazo en el aire cargado de humo. Cuando él la ignoró y tiró con más fuerza, algo se rompió dentro de ella. Con toda la fuerza que pudo reunir, levantó la mano y lo abofeteó en la cara. El sonido resonó, una aguda puntuación en la música amortiguada.Luego el hombre tambaleó hacia atrás, pero no por la bofetada de Sofía. Se desplomó en el suelo, revelando a Estuardo detrás de él, con los puños apretados, la fu
—¿Qué demonios haces aquí, Nora? —gruñó Estuardo, tratando de mantener su voz baja para no despertar a Sofía. Su mirada recorría con desagrado el atuendo de su cuñada, un camisón sensual, sabiendo perfectamente que ella había elegido vestirse así con un propósito.Nora levantó una ceja, claramente disfrutando de su incomodidad. Se recostó despreocupadamente contra el marco de la puerta, como si estuviera completamente en su derecho de estar allí.—¿Es así como recibes a una visita? —respondió ella, burlona, mientras sus ojos se paseaban por la habitación, deteniéndose un momento en la figura de Sofía dormida—. Oh, pero qué sorpresa... tu esposa sigue dormida. No sabía que se había mudado al sillón. —Nora rió suavemente, una risa que era más un filo de cuchillo que una muestra de diversión—. Estuardo, ya hueles a pordiosero, pero no puedo evitarlo... —agregó, inclinándose un poco hacia él, su voz un susurro cargado de insinuaciones—¡Vete de aquí Nora! —le exigió Estuardo. —Aún me g