—¡Espera!Sin previo aviso, una mano desconocida se aferró a su brazo, sacándola de sus pensamientos. Sus ojos verdes se alzaron para encontrarse con los del extraño: un hombre de aspecto desaliñado y una mirada que hablaba de demasiadas copas y muy poco respeto.—Ven, baila conmigo —balbuceó él, tirando de ella hacia él.—Suéltame —dijo Sofía con firmeza, tratando de liberar su brazo. Su corazón latía con una mezcla de miedo e ira.—No seas así —insistió él, apretando su agarre. La presión de sus dedos se clavaba en su piel.—Que. Me. Sueltes. —Esta vez, su voz fue como un latigazo en el aire cargado de humo. Cuando él la ignoró y tiró con más fuerza, algo se rompió dentro de ella. Con toda la fuerza que pudo reunir, levantó la mano y lo abofeteó en la cara. El sonido resonó, una aguda puntuación en la música amortiguada.Luego el hombre tambaleó hacia atrás, pero no por la bofetada de Sofía. Se desplomó en el suelo, revelando a Estuardo detrás de él, con los puños apretados, la fu
—¿Qué demonios haces aquí, Nora? —gruñó Estuardo, tratando de mantener su voz baja para no despertar a Sofía. Su mirada recorría con desagrado el atuendo de su cuñada, un camisón sensual, sabiendo perfectamente que ella había elegido vestirse así con un propósito.Nora levantó una ceja, claramente disfrutando de su incomodidad. Se recostó despreocupadamente contra el marco de la puerta, como si estuviera completamente en su derecho de estar allí.—¿Es así como recibes a una visita? —respondió ella, burlona, mientras sus ojos se paseaban por la habitación, deteniéndose un momento en la figura de Sofía dormida—. Oh, pero qué sorpresa... tu esposa sigue dormida. No sabía que se había mudado al sillón. —Nora rió suavemente, una risa que era más un filo de cuchillo que una muestra de diversión—. Estuardo, ya hueles a pordiosero, pero no puedo evitarlo... —agregó, inclinándose un poco hacia él, su voz un susurro cargado de insinuaciones—¡Vete de aquí Nora! —le exigió Estuardo. —Aún me g
Estuardo descendió la gran escalera de la mansión Ferreti, cada paso resonando con el eco de su frustración. —Buenos días, Estuardo —lo saludó Don Jan Carlo, sentado en la cabecera de la mesa, con un periódico extendido frente a él. Sus ojos, tan agudos como siempre, se alzaron para encontrarse con la tormentosa mirada de Estuardo.—¿Dónde está Sofía? —demandó Estuardo, sin molestarse en fingir cortesía. Despertó en la mañana encontrándose solo y pensó que se encontraría en la mesa con el resto de la familia. —Fue al hospital con Ricardo a ver a su hermano —respondió Jan Carlo con calma, doblando su periódico con una lentitud deliberada.—Se fue sin decirme nada —refunfuñó Estuardo, sacando una silla y dejándose caer en ella—. Es como si no existiera.—¿Celoso, acaso? —la voz de Nora cortó el aire como un cuchillo, su risa ligera y burlona—. ¿De tu propio hermano, nada menos?—Basta, Nora —la voz de Jan Carlo era un gruñido bajo, cargado de autoridad. Volvió su severa mirada hacia E
—¿Qué haces aquí? —preguntó Sofía.Sus ojos lo recorrieron, buscando algún indicio de la razón detrás de su repentina visita.Estuardo sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos. —Soy tu esposo, ¿no? —respondió él con calma, aunque había un matiz frío en su voz que Sofía no pudo ignorar—. Debería estar aquí.Antes de que ella pudiera responder, la puerta del hospital se volvió a abrir, y la familia de Sofía hizo su aparición. Su hermana menor entró primero, seguida de cerca por su madrastra, ambas con expresiones que denotaban asombro al ver a Estuardo de pie junto a la cama.—Sofía…—exclamó, corriendo hacia ella y abrazándola con fuerza.—¿Este es tu esposo? —preguntó su hermana con admiración apenas disimulada, sus ojos grandes recorriendo a Estuardo de arriba abajo como si fuera un modelo salido de una revista.Sofía sintió que un nudo se le formaba en la garganta. No había esperado tener que hacer presentaciones, mucho menos en un lugar como este, pero no le quedaba otra opció
—Hay un paparazzi. Nos están vigilando.Sofía entrecerró los ojos, buscando alguna señal de que él estuviera mintiendo, de que esto fuera solo otra de sus manipulaciones. Sin embargo, cuando giró la cabeza levemente, vislumbró a lo lejos la figura de un hombre con una cámara, oculto parcialmente detrás de una columna.—Tienes que subir tus manos a mi cuello —continuó Estuardo, su tono suave, pero firme—. Hazlo parecer que estamos besándonos.Sofía lo miró incrédula, sacudiendo la cabeza.—No voy a hacer eso —respondió con firmeza, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. Sentía una mezcla de humillación e impotencia. No quería ser parte de ese teatro absurdo.—Hazlo —repitió Estuardo, su mirada penetrante mientras sus manos rozaban suavemente los costados de ella, casi como una amenaza sutil—. Solo serán unos segundos, pero si no lo hacemos, nos van a arruinar. Y te garantizo que el escándalo no va a ser bonito para ninguno de los dos.Con un suspiro resignado, levantó lentamente
—¡Don Jan Carlo! —exclamó mientras lo ayudaba a sentarse con dificultad—. ¿Qué le ha pasado? Jan Carlo respiraba con dificultad, su pecho se movía de manera errática. Levantó la mano débilmente hacia ella y murmuró con voz apenas audible:—El... medicamento... busca mi medicamento...Sofía se puso de pie de inmediato, sus ojos recorrieron frenéticamente la habitación, buscando el pequeño estuche donde sabía que guardaba su medicación. Lo encontró sobre la mesita de noche, un pequeño frasco de vidrio que sacudió con manos temblorosas antes de regresar junto a él. Le entregó las píldoras y ayudó a Jan Carlo a tomarlas con un vaso de agua que estaba a medio llenar en la mesa cercana.Sofía se quedó a su lado, observando con atención cómo la respiración de Jan Carlo poco a poco se normalizaba. Finalmente, él se recostó en el sillón más cercano, claramente aliviado.—Gracias, Sofía —murmuró con gratitud, sus ojos oscuros encontrándose con los de ella—. No sé qué habría hecho si no hubie
Sofía estaba sentada en el borde de la cama cuando escuchó el suave golpeteo en la puerta. Recibió una caja adornada con cintas doradas. Dentro había una tarjeta con el nombre de Mirna, su suegra. Suspiró y, finalmente, retiró la tapa. Dentro, entre hojas de papel de seda, estaba un vestido. Un diseño clásico, elegante y extremadamente caro, pero al sacarlo del empaque, Sofía frunció el ceño. El corte era rígido, anticuado, y aunque el color marfil le hubiera sentado bien a cualquier mujer, no era lo que tenía en mente para la ocasión.Se quedó mirándolo un par de segundos, indecisa, cuando Priscila, la sirvienta, entró en la habitación con pasos silenciosos. Al notar la expresión de Sofía, se detuvo.—¿Algo no está bien, señora Sofía? —preguntó Priscila.Sofía levantó el vestido, mirándolo con desdén.—Es este vestido, Priscila. Mi suegra lo envió, y aunque estoy segura de que tiene las mejores intenciones... no estoy convencida —dijo, dejando caer la tela sobre la cama. Miró a P
Sofía, sentada al lado de Estuardo, apenas tocaba su comida, su mente ocupada con la incómoda presencia de Amanda al otro lado de la mesa.Entre murmullos y disimulados movimientos, Sofía se inclinó hacia Estuardo, su expresión tensa.—¿Qué hace Amanda aquí? —susurró entre dientes, tratando de mantener su compostura mientras fingía sonreír.Estuardo apenas la miró, su atención fija en el plato, pero su voz fue lo suficientemente baja para que sólo ella lo oyera.—Ella sola se invitó. No fue mi idea, te lo aseguro —respondió, con un tono que intentaba cortar la conversación antes de que se descontrolara.Sofía frunció el ceño, desconcertada y molesta. Antes de que pudiera responder, uno de los invitados, un hombre mayor con modales refinados, levantó su copa y miró directamente a Sofía.—Debo decir, Estuardo, que tienes una esposa verdaderamente hermosa —comentó con una sonrisa educada, levantando su copa en un gesto de reconocimiento hacia ella.Sofía sonrió con cortesía, pero antes d