—¡Don Jan Carlo! —exclamó mientras lo ayudaba a sentarse con dificultad—. ¿Qué le ha pasado? Jan Carlo respiraba con dificultad, su pecho se movía de manera errática. Levantó la mano débilmente hacia ella y murmuró con voz apenas audible:—El... medicamento... busca mi medicamento...Sofía se puso de pie de inmediato, sus ojos recorrieron frenéticamente la habitación, buscando el pequeño estuche donde sabía que guardaba su medicación. Lo encontró sobre la mesita de noche, un pequeño frasco de vidrio que sacudió con manos temblorosas antes de regresar junto a él. Le entregó las píldoras y ayudó a Jan Carlo a tomarlas con un vaso de agua que estaba a medio llenar en la mesa cercana.Sofía se quedó a su lado, observando con atención cómo la respiración de Jan Carlo poco a poco se normalizaba. Finalmente, él se recostó en el sillón más cercano, claramente aliviado.—Gracias, Sofía —murmuró con gratitud, sus ojos oscuros encontrándose con los de ella—. No sé qué habría hecho si no hubie
Sofía estaba sentada en el borde de la cama cuando escuchó el suave golpeteo en la puerta. Recibió una caja adornada con cintas doradas. Dentro había una tarjeta con el nombre de Mirna, su suegra. Suspiró y, finalmente, retiró la tapa. Dentro, entre hojas de papel de seda, estaba un vestido. Un diseño clásico, elegante y extremadamente caro, pero al sacarlo del empaque, Sofía frunció el ceño. El corte era rígido, anticuado, y aunque el color marfil le hubiera sentado bien a cualquier mujer, no era lo que tenía en mente para la ocasión.Se quedó mirándolo un par de segundos, indecisa, cuando Priscila, la sirvienta, entró en la habitación con pasos silenciosos. Al notar la expresión de Sofía, se detuvo.—¿Algo no está bien, señora Sofía? —preguntó Priscila.Sofía levantó el vestido, mirándolo con desdén.—Es este vestido, Priscila. Mi suegra lo envió, y aunque estoy segura de que tiene las mejores intenciones... no estoy convencida —dijo, dejando caer la tela sobre la cama. Miró a P
Sofía, sentada al lado de Estuardo, apenas tocaba su comida, su mente ocupada con la incómoda presencia de Amanda al otro lado de la mesa.Entre murmullos y disimulados movimientos, Sofía se inclinó hacia Estuardo, su expresión tensa.—¿Qué hace Amanda aquí? —susurró entre dientes, tratando de mantener su compostura mientras fingía sonreír.Estuardo apenas la miró, su atención fija en el plato, pero su voz fue lo suficientemente baja para que sólo ella lo oyera.—Ella sola se invitó. No fue mi idea, te lo aseguro —respondió, con un tono que intentaba cortar la conversación antes de que se descontrolara.Sofía frunció el ceño, desconcertada y molesta. Antes de que pudiera responder, uno de los invitados, un hombre mayor con modales refinados, levantó su copa y miró directamente a Sofía.—Debo decir, Estuardo, que tienes una esposa verdaderamente hermosa —comentó con una sonrisa educada, levantando su copa en un gesto de reconocimiento hacia ella.Sofía sonrió con cortesía, pero antes d
Al día siguiente Sofía despertó sobresaltada al escuchar unos toques suaves en la puerta. Se dio cuenta de que Estuardo no estaba en el sillón, escuchó los sonidos lejanos del agua corriendo en el baño. Se frotó los ojos y se levantó, acercándose a la puerta con paso lento, aún sintiendo el cansancio en su cuerpo tras la tensa noche anterior.Al abrir la puerta, se encontró con Ricardo, el hermano de Estuardo, quien la miraba con una expresión amable pero algo incómoda.—Sofía, lamento molestarte tan temprano —empezó Ricardo, frotándose la nuca—. Quería pedirte disculpas por lo que pasó anoche, por los comentarios de Nora. Ella no tenía derecho a hablarte así.Sofía le dedicó una sonrisa suave, tratando de restarle importancia a las palabras hirientes que aún resonaban en su mente.—No tienes por qué disculparte, Ricardo. No es tu culpa lo que Nora diga o haga. —Aunque su voz sonaba tranquila, por dentro aún ardía el enojo acumulado de la noche anterior.Ricardo asintió, aliviado d
Sofía y Estuardo llegaron al edificio de la empresa después de lo que había sido un exitoso desayuno de negocios. Estuardo estaba de buen humor, su sonrisa era evidente mientras bajaba del auto y guiaba a Sofía hacia la entrada principal. El desayuno había sido un éxito. Ella lo seguía, observando la imponente fachada de la compañía. Las enormes ventanas de vidrio reflejaban la luz del sol, y el nombre de la empresa relucía en letras doradas sobre el mármol blanco.—Te va a encantar mi oficina —le dijo Estuardo con un aire de autosuficiencia mientras caminaban hacia el ascensor—. Aunque claro, esto es solo una pequeña parte de lo que manejo.Sofía, aún impresionada por el ambiente tan elegante y profesional, no dijo nada. Simplemente lo observaba con atención, preguntándose si ese hombre que tan fácilmente la hacía enfurecer en privado era el mismo que manejaba con destreza el mundo de los negocios. La oficina de Estuardo era algo sacado de una revista de lujo. El gran ventanal que
Sofía y Estuardo llegaron al hospital con rapidez, sus pasos resonando en los fríos pasillos. Al ingresar al área de espera, se encontraron con su hermana Carla, su padre y su madrastra, todos con rostros desencajados por la preocupación. Carla corrió hacia Sofía, su rostro pálido y sus ojos rojos por el llanto.—¿Qué pasó? —preguntó Sofía con voz entrecortada, el miedo atravesándole el pecho como un cuchillo.—Es Pablo… —dijo Carla, tomando las manos de Sofía. Su voz temblaba—. Algo malo le pasó, pero no nos dicen nada claro.—¿Cómo que no les dicen nada? —Estuardo intervino, con el ceño fruncido, dirigiéndose al padre de Sofía y su madrastra.—Solo nos dijeron que… —el padre de Sofía se detuvo, tratando de contener las lágrimas— que tuvo una emergencia, pero no sabemos qué.—Voy a buscar a alguien que nos explique —dijo Estuardo, su tono decidido, alejándose sin esperar una respuesta.Sofía se sentó junto a Carla, quien no dejaba de sollozar, mientras su madrastra, Mirna, miraba e
—¿Cómo estás, Sofía? —dijo Santiago, con una sonrisa torcida que no lograba ocultar la sorpresa en sus ojos.Sofía se quedó helada, su mente tambaleándose entre el asombro y el desconcierto. Las palabras se le escapaban, mientras una mezcla de emociones la inundaba. Había esperado muchas cosas ese día, pero reencontrarse con Santiago… eso nunca lo hubiera imaginado.—¿Qué haces aquí? ¿Cómo… cómo terminaste trabajando para los Ferreti? —preguntó, su voz temblorosa, aún en shock.Santiago soltó una risa breve y sin humor.—Como te dije, me contrataron hoy por la mañana. No tenía idea de que eras tú, Sofía. Me dijeron que sería el chófer personal de la esposa del sobrino del dueño. No me esperaba que tú fueras esa esposa —respondió él, su mirada ahora fija en ella, con una mezcla de curiosidad y algo que parecía nostalgia.El corazón de Sofía empezó a latir con fuerza, acelerándose más de lo que esperaba. Se sentía atrapada en una situación irreal.—Esto no puede estar pasando —susurró,
Don Jan Carlo, siempre elegante y con una presencia imponente, estaba sentado a la cabecera del comedor, bebiendo su café con calma antes de dirigir su atención a Sofía.—He estado pensando, Sofía —dijo en su tono usual—. Quiero que te sientas cómoda aquí, en esta casa, y también que te preocupes lo menos posible por tu hermano. Así que he decidido contratar un chofer, exclusivamente para ti. Podrá llevarte a ver a tu familia o a Pablo cada vez que lo necesites.Sofía, sorprendida, pero agradecida, sonrió con gentileza.—De verdad, don Jan Carlo, es muy amable de su parte, pero no quiero causarle molestias. Puedo tomar un taxi, no es necesario que se preocupe por mí.Él agitó una mano, restando importancia a su objeción.—No es ninguna molestia. Estás en nuestra familia ahora, y quiero que te sientas respaldada. Acepta el chofer, será más cómodo para ti.Sofía sabía que discutir con él era inútil. Don Jan Carlo era alguien acostumbrado a tomar decisiones y que todos a su alrededor las