Sofía llegó a casa de su madre, con el cuerpo cansado y el alma todavía sacudida por los eventos recientes. Apenas abrió la puerta, su madre, Céline, apareció corriendo desde la sala, con el rostro empapado de lágrimas.—¡Sofía! —gritó antes de abrazarla con fuerza, como si nunca fuera a soltarla—. Creí… creí que estabas muerta, hija.Sofía, sintiendo el peso de las emociones contenidas en ese abrazo, comenzó a llorar.—Estoy aquí, mamá… estoy bien, gracias a Estuardo.Céline se apartó ligeramente para mirarla, examinándola como si quisiera asegurarse de que no estuviera herida.—Cuéntame, ¿qué pasó?Sofía tomó aire, intentando organizar sus pensamientos.—Fui secuestrada por Jan Carlo. Él quería… quería matarme, a mí y a mi bebé. Pero Estuardo llegó con Santiago y me rescataron. Ahora Jan Carlo está en el hospital, grave, por dos disparos de Fabio.Céline se llevó una mano al pecho, conmocionada, pero agradecida.—Gracias a Dios estás viva. No puedo ni imaginar el miedo que debiste s
El tic-tac del reloj en la sala de espera del hospital resonaba en los oídos de Estuardo como un martillo. Caminaba de un lado a otro, incapaz de quedarse quieto. Sus manos estaban entrelazadas detrás de su espalda, y sus pensamientos giraban en un torbellino. Aunque Jan Carlo había causado tanto dolor, Estuardo no podía evitar preocuparse por él.La puerta automática de la sala se abrió, y los padres de Estuardo entraron acompañados de Ricardo, su hermano menor. Sus rostros reflejaban la mezcla de confusión y preocupación que sentían.—Estuardo, ¿qué pasó? —preguntó su madre, con la voz temblorosa.Él se detuvo en seco, enfrentándose a sus miradas inquisitivas.—Fabio le disparó —respondió finalmente, con un tono grave.—¿Fabio? —repitió su padre, incrédulo—. ¿Fabio, pero si ha sido el empleado de total confianza de Jan Carlo durante tantos años? Hasta podría decir que confía mucho más en él que nosotros que somos su familia. Estuardo asintió, sus ojos brillando de cansancio.—Sí,
El viento susurraba entre los cipreses del cementerio, llevándose consigo el aroma fresco de las flores que adornaban las lápidas. Estuardo se detuvo frente a una sencilla tumba de mármol gris, su rostro una mezcla de emociones difíciles de descifrar. En sus manos llevaba un pequeño ramo de lirios blancos, las flores favoritas de su tío.Se inclinó con cuidado y colocó las flores sobre la lápida, donde el nombre de Jan Carlo Ferreti estaba grabado en letras elegantes. Permaneció en silencio, observando el ramo mientras sus pensamientos lo invadían.—No voy a justificar lo que hiciste, tío —murmuró, su voz apenas un susurro que se perdía en el aire—. Pero no puedo negar que fuiste más que un hombre cegado por la venganza. También fuiste alguien que me enseñó a enfrentar el mundo con determinación.El crujir de unas hojas lo hizo levantar la mirada. Sofía se acercaba lentamente, envuelta en un abrigo de lana que apenas ocultaba el abultado vientre de su embarazo. Al llegar a su lado, l
En una sala discreta de una notaría, Amanda y Santiago firmaban los documentos que sellaban su matrimonio. La simplicidad del acto contrastaba con la profundidad de sus emociones. No había invitados, ni flores, ni una celebración elaborada, solo la presencia de los padres de Amanda, quienes miraban con orgullo y algo de nostalgia a su hija.El abogado les entregó los papeles finales con una sonrisa formal.—Felicidades a ambos. Ahora son oficialmente marido y mujer.Los padres de Amanda se acercaron de inmediato. Su madre la abrazó con lágrimas contenidas, mientras su padre estrechaba la mano de Santiago con firmeza.—Hija, estamos orgullosos de ti —dijo su padre, intentando mantener la voz firme.Amanda les sonrió con calidez y, tras despedirse, salieron del edificio. Afuera, el sol bañaba la calle con una luz cálida, como si el universo les diera su bendición.—¿Cómo te sientes, señora Mendoza? —preguntó Santiago, con una mezcla de nervios y humor en su voz.Amanda se detuvo y lo mi
—Señorita Martínez... —dijo el doctor en un tono suave, pero solemne, dejando que sus palabras flotaran un momento antes de continuar—. Lamento decirle que la situación de su hermano Pablo es más delicada de lo que habíamos pensado.El aire pareció desaparecer de la habitación. Sofía apenas pudo mantener el equilibrio, sintiendo que sus rodillas amenazaban con ceder bajo el peso de las palabras que aún no se habían pronunciado del todo.—¿Qué... qué significa eso? —preguntó, su voz apenas un susurro. Era como si temiera escuchar la respuesta.El doctor la miró con ojos compasivos, pero no se detuvo. Su deber era decir la verdad, y no había manera de suavizarla.—Pablo necesita asistencia para que su corazón siga funcionando. —Hizo una pausa breve, evaluando la reacción de Sofía antes de continuar—. Necesitará aparatos que le ayuden a bombear la sangre hasta que podamos encontrar un donante para un trasplante.Cada palabra del doctor resonaba como un eco en la mente de Sofía, y mientr
—Un… matrimonio. —repitió Sofía, casi atragantándose con su propia saliva—. Ni siquiera me conoce. —Perdone mi insolencia —extendió su mano—. Soy Jan Carlo Ferreti, un multimillonario y usted es…Sofía adivinó que el viejo era rico, pero no se dio cuenta de que se trataba de la familia Ferreti, uno de los tres apellidos más importantes del mundo.—Señorita, mi jefe le está preguntando.Al oír el recordatorio del mayordomo Sofía sólo se despegó del sobresalto.—Sofía…Sofía Martínez… —tomó la mano del anciano. —Señorita Martínez. Tengo una proposición para usted.Sofía se volvió, su corazón latiendo con fuerza, como un peón frente a la reina.—La condición de su hermano es grave —comenzó, su tono medido—, y el equipo médico que necesita está más allá de sus posibilidades financieras. Yo puedo proporcionar los fondos para su operación y los dispositivos que requiere, pero hay una condición.Su respiración se detuvo. La oferta era el salvavidas que tan desesperadamente necesitaba, pero
—¿Estás segura? Niña.—Sí, señor.—No te arrepentirás —dijo colgando la llamada. Se giró hacia su mayordomo—. Prepara todo, Fabio. Que mi sobrino sea el peón en este tablero, y que entienda lo que es estar al borde del jaque mate. Haré que sienta en carne propia lo que es la desesperación, lo que es depender de los demás.—Señor…. ¿Seguro de esto? —le preguntó su amigo Fabio—. La pobre chica no tiene la culpa.—A veces tenemos que pagar las consecuencias de nuestros padres. **Dos días después**Sofía estaba parada en la acera, su aliento visible en el aire fresco de la mañana. Los rayos del sol asomaban tímidamente sobre el horizonte, proyectando largas sombras en la calle vacía. Se acercaba el día de la boda y nunca imaginó que sería uno de los días más tristes de su vida, pero entendía que su sacrificio valía la pena. Su padre no apareció, sólo vinieron a despedirla su madrastra y su hermanastra Carla.—Mija —comenzó Catalina, su voz cargada de arrepentimiento—, tu padre… qué pe
Sofía se paró frente al espejo, sus dedos rozando el delicado encaje de su sencillo vestido blanco. La tela se ajustaba a sus curvas con una elegancia discreta, en marcado contraste con la extravagancia que había esperado de una familia como los Ferreti. Tomó una respiración profunda, intentando calmar el nerviosismo que revoloteaba en su estómago.En sus cortos veintitrés años, ese era el vestido más fino y elegante que había utilizado. La puerta chirrió al abrirse, y Sofía se volvió para ver a una de las sirvientas, entrar en la habitación con una jarra de agua y un vaso equilibrado precariamente en una bandeja de plata.De repente el vaso se le escapó de sus manos, rompiéndose en brillantes fragmentos sobre el pulido suelo de madera.—¡Oh! ¡Lo siento mucho, señorita! —exclamó esa chica.—No te preocupes por eso —dijo Sofía suavemente, arrodillándose junto a Priscila para ayudar a recoger los pedazos. Sus manos se rozaron brevemente, y Sofía le ofreció una sonrisa reconfortante.