Sofía se paró frente al espejo, sus dedos rozando el delicado encaje de su sencillo vestido blanco.
La tela se ajustaba a sus curvas con una elegancia discreta, en marcado contraste con la extravagancia que había esperado de una familia como los Ferreti.
Tomó una respiración profunda, intentando calmar el nerviosismo que revoloteaba en su estómago.
En sus cortos veintitrés años, ese era el vestido más fino y elegante que había utilizado.
La puerta chirrió al abrirse, y Sofía se volvió para ver a una de las sirvientas, entrar en la habitación con una jarra de agua y un vaso equilibrado precariamente en una bandeja de plata.
De repente el vaso se le escapó de sus manos, rompiéndose en brillantes fragmentos sobre el pulido suelo de madera.
—¡Oh! ¡Lo siento mucho, señorita! —exclamó esa chica.
—No te preocupes por eso —dijo Sofía suavemente, arrodillándose junto a Priscila para ayudar a recoger los pedazos. Sus manos se rozaron brevemente, y Sofía le ofreció una sonrisa reconfortante.
—Gracias, señorita Sofía —murmuró la sirvienta, sus mejillas enrojecidas de vergüenza.
—Los accidentes pasan —respondió Sofía, colocando el último trozo de vidrio en la bandeja. Al levantarse, se volvió a ver en el espejo, su reflejo ahora acompañado por la mirada ansiosa de la chica.
—Es usted muy bonita, señorita Sofía —dijo ella, su voz apenas un susurro—. Y... hace una excelente pareja con el señor Estuardo.
—Gracias…—contestó Sofía, su voz firme aunque su mente se agitaba con inquietud.
—Soy Priscila —respondió mientras recogía la bandeja y los restos del cristal—. No pensé que el señor Estuardo se casaría, sobre todo por la lista larga de novias, amigas y aman…—se quedó en silencio, al darse cuenta de su impertinencia—. Feliz boda —dijo rápidamente, se dio la vuelta, dejando a Sofía sola una vez más.
La habitación pareció cerrarse a su alrededor, cada detalle del opulento entorno, sirviendo como un recordatorio de la vida en la que estaba a punto de entrar, una vida llena de juegos de poder y motivos ocultos.
Sofía se apartó del espejo, su pulso acelerándose.
No solo se casaba con Estuardo; estaba entrando en un mundo donde cada mirada, cada palabra, tenía capas de significado, donde el peligro acechaba bajo la superficie de las fachadas doradas. Y a través de todo, tendría que encontrar la manera de navegar el laberinto de emociones e intriga que la esperaba.
Fabio llamó suavemente antes de entrar a la habitación, su presencia siendo un contraste reconfortante ante la tormenta de emociones que se agitaban dentro de Sofía.
—Señorita Sofía —dijo con delicadeza—, todo está listo.
—Gracias, Fabio —respondió ella, con un susurro apenas audible.
Se miró una última vez en el espejo, tomando una profunda respiración como si quisiera fortalecerse para los pasos que estaba a punto de dar.
Luego, con manos temblorosas, alisó la tela de su sencillo vestido blanco y siguió a Fabio hacia afuera.
La escalera parecía más larga de lo habitual, cada paso resonaba con su creciente aprensión.
Mientras descendía, los murmullos de la familia Ferreti se volvían más intensos, una sinfonía de riqueza y poder que amenazaba con ahogarla.
Al pie de las escaleras, estaba Don Jan Carlo, sus ojos penetrantes pero amables.
Le ofreció una sonrisa tranquilizadora, un pequeño gesto que hizo poco para calmar sus nervios.
—Bienvenida, Sofía —la saludó cálidamente, su voz cargada con una promesa implícita de protección, o tal vez de control.
—Gracias, Don Jan Carlo —logró responder, forzando una sonrisa.
Estuardo estaba junto a su tío, impecablemente vestido y exudando un aura de confianza sin esfuerzo.
Sus ojos recorrieron a Sofía, examinando cada detalle de su apariencia. Al acercarse a él, se inclinó hacia su oído, su aliento cálido contra su piel.
—Al menos no pareces una indigente —susurró, con una sonrisa coqueta dibujada en sus labios.
Sofía se tensó, pero se obligó a ignorar su burla. No era el momento de permitir que sus palabras la afectaran.
Necesitaba mantenerse compuesta, por el bien de Pablo, por el bien de su familia.
El abogado aclaró su garganta, señalando el inicio de la ceremonia.
—Damas y caballeros, estamos aquí reunidos hoy...
El resto de sus palabras se desvaneció en el fondo mientras la mente de Sofía corría.
Las cláusulas del contrato matrimonial estaban meticulosamente detalladas, delineando cada aspecto de su unión.
Sintió el peso de la pluma mientras firmaba su nombre junto al de Estuardo, cada trazo sellando su destino.
—Felicidades —declaró el abogado, cerrando su maletín con una contundencia que hizo que un escalofrío recorriera la columna de Sofía—. Ahora están legalmente casados.
—Gracias —respondió Sofía, con una voz distante.
La familia Ferreti, de gestos refinados, pero miradas calculadoras, mantenía su distancia, observando la unión de Sofía y Estuardo con una frialdad que se sentía como un eco en la gran sala de mármol, todos estaban en silencio.
Don Jan Carlo, el anciano patriarca de los Ferreti, se adelantó. Con una elegancia inigualable, su figura alta y esbelta cruzó la sala como un rey que avanza en un tablero de ajedrez, decidido a acercarse a la joven pareja.
Su expresión era la única que irradiaba un genuino afecto. Estiró su mano hacia Estuardo, pero pronto sus ojos se posaron sobre Sofía.
—Mis felicitaciones, querida —dijo Don Jan Carlo, con una sonrisa suave, aunque cansada—. Ahora eres una Ferreti. No temas lo que vendrá. Tienes una fortaleza que muchos aquí subestiman.
Sofía, sintiendo un breve consuelo en sus palabras, le sonrió agradecida, aunque no pudo evitar que sus ojos traicionaran la inquietud que llevaba dentro. Antes de que pudiera responder, Estuardo, con su típica impaciencia, decidió tomar la palabra.
—Gracias, tío —dijo Estuardo con un tono cortés, pero apresurado—. Ahora, querida familia, tengo un anuncio que hacer.
El murmullo de la sala cesó, y todas las miradas se dirigieron hacia Estuardo, quien, como si disfrutara de la atención, extendió las manos en un gesto grandilocuente.
—Para esta noche tan especial, he preparado algo digno de nuestra boda —anunció con voz fuerte—. Sofía y yo pasaremos nuestra primera noche en uno de los hoteles más lujosos de la ciudad. Nada menos que la suite presidencial del "Royal Palace", en la planta más alta.
«¡¿Qué?!»
Sofía se volvió de repente para mirar fijamente a los ojos de su "marido", pero lo único que vio fue la mirada fría.
El anuncio provocó exclamaciones de sorpresa entre la familia Ferreti. Sin embargo, Sofía, aunque trató de sonreír, sintió cómo su corazón latía más rápido. La palabra "noche de bodas" retumbaba en su cabeza como un eco que no podía acallar. Don Jan Carlo, observándola con sus ojos sabios, se inclinó levemente hacia ella.—No temas, Sofía —dijo suavemente—. Todo estará bien. Eres fuerte y más capaz de lo que crees.Sofía asintió, tratando de aferrarse a esas palabras como a una tabla de salvación en medio de una tormenta. Mientras tanto, Estuardo, aparentemente ajeno a sus emociones, ya estaba tomando su teléfono y llamando al chofer para que preparara el auto.El viaje al hotel fue largo, o al menos así lo sintió Sofía. Sentada en el asiento de cuero del lujoso auto, sus manos temblaban ligeramente mientras observaba la ciudad pasar por la ventanilla. A su lado, Estuardo estaba completamente absorto en su teléfono, enviando mensajes. El silencio entre ellos era espeso, cada kilóm
Estuardo estaba en el centro de la habitación, tambaleándose, con los ojos desorbitados y desenfocados. Estaba tirando objetos—jarrones, almohadas, cualquier cosa a su alcance—al suelo en un ataque de furia alcohólica.—¡Estuardo, para! —la voz de Sofía era temblorosa, pero firme mientras se acercaba cautelosamente—. Cálmate, por favor.—¿Calmarme? —balbuceó, sus palabras impregnadas de veneno—. Tú, ¿¡Le dijiste a ese viejo que Amanda estaba aquí!?Estuardo apretó el cuello de Sofía y la empujó contra la pared.—Yo… No entiendo de qué hablas. ¡Suéltame!—¡Tú me obligaste a este matrimonio de mentira! La empujó con más fuerza y, por primera vez, Sofía se sintió asfixiada.Pero no podía morir, mordió el dorso de la mano de Estuardo tan fuerte como pudo.Él le soltó la mano con dolor y Sofía cayó al suelo sin apoyo.—ESCUCHA ESTUARDO ¡Yo no te obligué! Fue tu tío...—¡No lo metas en esto! —caminó tambaleándose hacia ella, su aliento apestando a alcohol, sus ojos ardiendo de furia—. Ere
Navegando por los pasillos laberínticos, Sofía sintió cómo su ansiedad aumentaba con cada paso. Finalmente, se encontró en la cima de una gran escalera, el suave tintineo de los cubiertos, guiándola hacia el comedor abajo.Respirando hondo, descendió, su mente llena de incertidumbres sobre lo que le esperaba.Los pasos de Sofía resonaban sobre el suelo de mármol mientras se acercaba al comedor, su corazón latiendo al compás de cada paso. Las imponentes puertas dobles estaban entreabiertas, revelando destellos de la familia Ferreti ya sentada. Tragó con fuerza y empujó la puerta un poco más, entrando en la habitación. a.—Ah, ahí estás —la voz de Don Jan Carlo cortó el suave murmullo de la conversación como un cuchillo. Estaba sentado en la cabecera de la mesa, su presencia imponente a pesar de su apariencia frágil. A su lado estaba Estuardo, desaliñado y apenas despierto, y alrededor de ellos, el resto de la familia la observaba con miradas que variaban entre el interés y el desp
—¿Siempre invades la privacidad de las personas de esta manera? —balbuceó Sofía, tratando de mantener sus ojos fijos firmemente en su rostro.—Acostúmbrate —dijo él, con una voz baja y suave que se deslizó sobre su piel como terciopelo—. Si vamos a pasar un año juntos, más vale que empecemos a construir confianza.—La confianza no se construye con apariciones sorpresivas a medio vestir —replicó ella, aunque su voz carecía de la convicción que deseaba tener.—Tal vez no —concedió él, con una sonrisa burlona en los labios—, pero es un comienzo. —Se enderezó, acercándose a ella, con el aroma de su colonia mezclándose con el vapor que aún quedaba de su ducha—. Ahora, cámbiate. Vamos a salir.—¿Salir? —Su ceño se frunció, confundida—. No quiero ir a ningún lado.—Eso no es una opción —respondió Estuardo, con un tono más firme—. Vamos a un bar cercano. Es hora de que empecemos a actuar como una verdadera pareja.—Pero yo...—No discutas, Sofía —la interrumpió, con una orden tan casual como
—¡Espera!Sin previo aviso, una mano desconocida se aferró a su brazo, sacándola de sus pensamientos. Sus ojos verdes se alzaron para encontrarse con los del extraño: un hombre de aspecto desaliñado y una mirada que hablaba de demasiadas copas y muy poco respeto.—Ven, baila conmigo —balbuceó él, tirando de ella hacia él.—Suéltame —dijo Sofía con firmeza, tratando de liberar su brazo. Su corazón latía con una mezcla de miedo e ira.—No seas así —insistió él, apretando su agarre. La presión de sus dedos se clavaba en su piel.—Que. Me. Sueltes. —Esta vez, su voz fue como un latigazo en el aire cargado de humo. Cuando él la ignoró y tiró con más fuerza, algo se rompió dentro de ella. Con toda la fuerza que pudo reunir, levantó la mano y lo abofeteó en la cara. El sonido resonó, una aguda puntuación en la música amortiguada.Luego el hombre tambaleó hacia atrás, pero no por la bofetada de Sofía. Se desplomó en el suelo, revelando a Estuardo detrás de él, con los puños apretados, la fu
—¿Qué demonios haces aquí, Nora? —gruñó Estuardo, tratando de mantener su voz baja para no despertar a Sofía. Su mirada recorría con desagrado el atuendo de su cuñada, un camisón sensual, sabiendo perfectamente que ella había elegido vestirse así con un propósito.Nora levantó una ceja, claramente disfrutando de su incomodidad. Se recostó despreocupadamente contra el marco de la puerta, como si estuviera completamente en su derecho de estar allí.—¿Es así como recibes a una visita? —respondió ella, burlona, mientras sus ojos se paseaban por la habitación, deteniéndose un momento en la figura de Sofía dormida—. Oh, pero qué sorpresa... tu esposa sigue dormida. No sabía que se había mudado al sillón. —Nora rió suavemente, una risa que era más un filo de cuchillo que una muestra de diversión—. Estuardo, ya hueles a pordiosero, pero no puedo evitarlo... —agregó, inclinándose un poco hacia él, su voz un susurro cargado de insinuaciones—¡Vete de aquí Nora! —le exigió Estuardo. —Aún me g
Estuardo descendió la gran escalera de la mansión Ferreti, cada paso resonando con el eco de su frustración. —Buenos días, Estuardo —lo saludó Don Jan Carlo, sentado en la cabecera de la mesa, con un periódico extendido frente a él. Sus ojos, tan agudos como siempre, se alzaron para encontrarse con la tormentosa mirada de Estuardo.—¿Dónde está Sofía? —demandó Estuardo, sin molestarse en fingir cortesía. Despertó en la mañana encontrándose solo y pensó que se encontraría en la mesa con el resto de la familia. —Fue al hospital con Ricardo a ver a su hermano —respondió Jan Carlo con calma, doblando su periódico con una lentitud deliberada.—Se fue sin decirme nada —refunfuñó Estuardo, sacando una silla y dejándose caer en ella—. Es como si no existiera.—¿Celoso, acaso? —la voz de Nora cortó el aire como un cuchillo, su risa ligera y burlona—. ¿De tu propio hermano, nada menos?—Basta, Nora —la voz de Jan Carlo era un gruñido bajo, cargado de autoridad. Volvió su severa mirada hacia E
—¿Qué haces aquí? —preguntó Sofía.Sus ojos lo recorrieron, buscando algún indicio de la razón detrás de su repentina visita.Estuardo sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos. —Soy tu esposo, ¿no? —respondió él con calma, aunque había un matiz frío en su voz que Sofía no pudo ignorar—. Debería estar aquí.Antes de que ella pudiera responder, la puerta del hospital se volvió a abrir, y la familia de Sofía hizo su aparición. Su hermana menor entró primero, seguida de cerca por su madrastra, ambas con expresiones que denotaban asombro al ver a Estuardo de pie junto a la cama.—Sofía…—exclamó, corriendo hacia ella y abrazándola con fuerza.—¿Este es tu esposo? —preguntó su hermana con admiración apenas disimulada, sus ojos grandes recorriendo a Estuardo de arriba abajo como si fuera un modelo salido de una revista.Sofía sintió que un nudo se le formaba en la garganta. No había esperado tener que hacer presentaciones, mucho menos en un lugar como este, pero no le quedaba otra opció