CAPÍTULO 04

Sofía se paró frente al espejo, sus dedos rozando el delicado encaje de su sencillo vestido blanco. 

La tela se ajustaba a sus curvas con una elegancia discreta, en marcado contraste con la extravagancia que había esperado de una familia como los Ferreti. 

Tomó una respiración profunda, intentando calmar el nerviosismo que revoloteaba en su estómago.

En sus cortos veintitrés años, ese era el vestido más fino y elegante que había utilizado. 

La puerta chirrió al abrirse, y Sofía se volvió para ver a una de las sirvientas, entrar en la habitación con una jarra de agua y un vaso equilibrado precariamente en una bandeja de plata.

De repente el vaso se le escapó de sus manos, rompiéndose en brillantes fragmentos sobre el pulido suelo de madera.

—¡Oh! ¡Lo siento mucho, señorita! —exclamó esa chica.

—No te preocupes por eso —dijo Sofía suavemente, arrodillándose junto a Priscila para ayudar a recoger los pedazos. Sus manos se rozaron brevemente, y Sofía le ofreció una sonrisa reconfortante.

—Gracias, señorita Sofía —murmuró la sirvienta, sus mejillas enrojecidas de vergüenza.

—Los accidentes pasan —respondió Sofía, colocando el último trozo de vidrio en la bandeja. Al levantarse, se volvió a ver en el espejo, su reflejo ahora acompañado por la mirada ansiosa de la chica.

—Es usted muy bonita, señorita Sofía —dijo ella, su voz apenas un susurro—. Y... hace una excelente pareja con el señor Estuardo.

—Gracias…—contestó Sofía, su voz firme aunque su mente se agitaba con inquietud.

—Soy Priscila —respondió mientras recogía la bandeja y los restos del cristal—. No pensé que el señor Estuardo se casaría, sobre todo por la lista larga de novias, amigas y aman…—se quedó en silencio, al darse cuenta de su impertinencia—. Feliz boda —dijo rápidamente, se dio la vuelta, dejando a Sofía sola una vez más. 

La habitación pareció cerrarse a su alrededor, cada detalle del opulento entorno, sirviendo como un recordatorio de la vida en la que estaba a punto de entrar, una vida llena de juegos de poder y motivos ocultos.

Sofía se apartó del espejo, su pulso acelerándose. 

No solo se casaba con Estuardo; estaba entrando en un mundo donde cada mirada, cada palabra, tenía capas de significado, donde el peligro acechaba bajo la superficie de las fachadas doradas. Y a través de todo, tendría que encontrar la manera de navegar el laberinto de emociones e intriga que la esperaba.

Fabio llamó suavemente antes de entrar a la habitación, su presencia siendo un contraste reconfortante ante la tormenta de emociones que se agitaban dentro de Sofía.

—Señorita Sofía —dijo con delicadeza—, todo está listo.

—Gracias, Fabio —respondió ella, con un susurro apenas audible. 

Se miró una última vez en el espejo, tomando una profunda respiración como si quisiera fortalecerse para los pasos que estaba a punto de dar. 

Luego, con manos temblorosas, alisó la tela de su sencillo vestido blanco y siguió a Fabio hacia afuera.

La escalera parecía más larga de lo habitual, cada paso resonaba con su creciente aprensión. 

Mientras descendía, los murmullos de la familia Ferreti se volvían más intensos, una sinfonía de riqueza y poder que amenazaba con ahogarla. 

Al pie de las escaleras, estaba Don Jan Carlo, sus ojos penetrantes pero amables. 

Le ofreció una sonrisa tranquilizadora, un pequeño gesto que hizo poco para calmar sus nervios.

—Bienvenida, Sofía —la saludó cálidamente, su voz cargada con una promesa implícita de protección, o tal vez de control.

—Gracias, Don Jan Carlo —logró responder, forzando una sonrisa.

Estuardo estaba junto a su tío, impecablemente vestido y exudando un aura de confianza sin esfuerzo. 

Sus ojos recorrieron a Sofía, examinando cada detalle de su apariencia. Al acercarse a él, se inclinó hacia su oído, su aliento cálido contra su piel.

—Al menos no pareces una indigente —susurró, con una sonrisa coqueta dibujada en sus labios.

Sofía se tensó, pero se obligó a ignorar su burla. No era el momento de permitir que sus palabras la afectaran. 

Necesitaba mantenerse compuesta, por el bien de Pablo, por el bien de su familia.

El abogado aclaró su garganta, señalando el inicio de la ceremonia.

—Damas y caballeros, estamos aquí reunidos hoy...

El resto de sus palabras se desvaneció en el fondo mientras la mente de Sofía corría. 

Las cláusulas del contrato matrimonial estaban meticulosamente detalladas, delineando cada aspecto de su unión. 

Sintió el peso de la pluma mientras firmaba su nombre junto al de Estuardo, cada trazo sellando su destino.

—Felicidades —declaró el abogado, cerrando su maletín con una contundencia que hizo que un escalofrío recorriera la columna de Sofía—. Ahora están legalmente casados.

—Gracias —respondió Sofía, con una voz distante.

La familia Ferreti, de gestos refinados, pero miradas calculadoras, mantenía su distancia, observando la unión de Sofía y Estuardo con una frialdad que se sentía como un eco en la gran sala de mármol, todos estaban en silencio. 

Don Jan Carlo, el anciano patriarca de los Ferreti, se adelantó. Con una elegancia inigualable, su figura alta y esbelta cruzó la sala como un rey que avanza en un tablero de ajedrez, decidido a acercarse a la joven pareja. 

Su expresión era la única que irradiaba un genuino afecto. Estiró su mano hacia Estuardo, pero pronto sus ojos se posaron sobre Sofía.

—Mis felicitaciones, querida —dijo Don Jan Carlo, con una sonrisa suave, aunque cansada—. Ahora eres una Ferreti. No temas lo que vendrá. Tienes una fortaleza que muchos aquí subestiman.

Sofía, sintiendo un breve consuelo en sus palabras, le sonrió agradecida, aunque no pudo evitar que sus ojos traicionaran la inquietud que llevaba dentro. Antes de que pudiera responder, Estuardo, con su típica impaciencia, decidió tomar la palabra.

—Gracias, tío —dijo Estuardo con un tono cortés, pero apresurado—. Ahora, querida familia, tengo un anuncio que hacer.

El murmullo de la sala cesó, y todas las miradas se dirigieron hacia Estuardo, quien, como si disfrutara de la atención, extendió las manos en un gesto grandilocuente.

—Para esta noche tan especial, he preparado algo digno de nuestra boda —anunció con voz fuerte—. Sofía y yo pasaremos nuestra primera noche en uno de los hoteles más lujosos de la ciudad. Nada menos que la suite presidencial del "Royal Palace", en la planta más alta.

«¡¿Qué?!»

Sofía se volvió de repente para mirar fijamente a los ojos de su "marido", pero lo único que vio fue la mirada fría.

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