CAPÍTULO 83

El tic-tac del reloj en la sala de espera del hospital resonaba en los oídos de Estuardo como un martillo. Caminaba de un lado a otro, incapaz de quedarse quieto.

Sus manos estaban entrelazadas detrás de su espalda, y sus pensamientos giraban en un torbellino. Aunque Jan Carlo había causado tanto dolor, Estuardo no podía evitar preocuparse por él.

La puerta automática de la sala se abrió, y los padres de Estuardo entraron acompañados de Ricardo, su hermano menor. Sus rostros reflejaban la mezcla de confusión y preocupación que sentían.

—Estuardo, ¿qué pasó? —preguntó su madre, con la voz temblorosa.

Él se detuvo en seco, enfrentándose a sus miradas inquisitivas.

—Fabio le disparó —respondió finalmente, con un tono grave.

—¿Fabio? —repitió su padre, incrédulo—. ¿Fabio, pero si ha sido el empleado de total confianza de Jan Carlo durante tantos años? Hasta podría decir que confía mucho más en él que nosotros que somos su familia.

Estuardo asintió, sus ojos brillando de cansancio.

—Sí,
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