El cuarto oscuro y frío era una prisión que apretaba el alma de Sofía como un puño cruel. Acostada sobre el viejo colchón, acariciaba instintivamente su vientre, intentando calmar el pánico que latía en su pecho. El silencio, solo interrumpido por el leve goteo de un grifo lejano, era opresivo. Sabía que su vida y la del bebé que llevaba en su vientre pendían de un hilo.De pronto, un ruido metálico la sacó de su desolación. Se incorporó rápidamente y avanzó hacia la puerta, su corazón golpeando con fuerza. Escuchó voces amortiguadas y luego un golpe seco. La puerta se abrió con brusquedad, y un hombre arrojó a alguien dentro antes de cerrarla de golpe.Sofía retrocedió unos pasos, observando cómo la figura caída se movía lentamente en el suelo. Cuando el cabello rubio de la mujer reflejó la tenue luz de la bombilla, la reconoció.—¿Amanda? —susurró, incrédula.Amanda levantó el rostro, sus ojos llenos de lágrimas y su maquillaje corrido. Se arrastró hasta sentarse, abrazando sus pier
La tensión en el aire era palpable cuando Estuardo y Santiago se acercaron al almacén. A través de las rendijas de un contenedor, vieron a Sofía y Amanda enfrentándose a dos hombres armados que bloqueaban su salida. El peligro era inminente, pero Estuardo no estaba dispuesto a dejar que el miedo lo paralizara.—Es ahora o nunca —susurró Estuardo, echando un vistazo a Santiago.—Estoy contigo —respondió Santiago, asintiendo con determinación.Sin más palabras, ambos hombres se lanzaron al ataque. Santiago derribó al primer guardia con un golpe certero al brazo, haciendo que el arma cayera al suelo con un ruido sordo. Estuardo, por su parte, esquivó el disparo del segundo hombre y lo golpeó con una fuerza que lo dejó inconsciente.—¡Corran! —gritó Santiago mientras Amanda y Sofía miraban con ojos desorbitados la escena que se desarrollaba frente a ellas.Amanda no dudó ni un segundo. Corrió hacia Santiago, quien la recibió en sus brazos con evidente alivio.—¡Estás a salvo! —murmuró él
Sofía llegó a casa de su madre, con el cuerpo cansado y el alma todavía sacudida por los eventos recientes. Apenas abrió la puerta, su madre, Céline, apareció corriendo desde la sala, con el rostro empapado de lágrimas.—¡Sofía! —gritó antes de abrazarla con fuerza, como si nunca fuera a soltarla—. Creí… creí que estabas muerta, hija.Sofía, sintiendo el peso de las emociones contenidas en ese abrazo, comenzó a llorar.—Estoy aquí, mamá… estoy bien, gracias a Estuardo.Céline se apartó ligeramente para mirarla, examinándola como si quisiera asegurarse de que no estuviera herida.—Cuéntame, ¿qué pasó?Sofía tomó aire, intentando organizar sus pensamientos.—Fui secuestrada por Jan Carlo. Él quería… quería matarme, a mí y a mi bebé. Pero Estuardo llegó con Santiago y me rescataron. Ahora Jan Carlo está en el hospital, grave, por dos disparos de Fabio.Céline se llevó una mano al pecho, conmocionada, pero agradecida.—Gracias a Dios estás viva. No puedo ni imaginar el miedo que debiste s
El tic-tac del reloj en la sala de espera del hospital resonaba en los oídos de Estuardo como un martillo. Caminaba de un lado a otro, incapaz de quedarse quieto. Sus manos estaban entrelazadas detrás de su espalda, y sus pensamientos giraban en un torbellino. Aunque Jan Carlo había causado tanto dolor, Estuardo no podía evitar preocuparse por él.La puerta automática de la sala se abrió, y los padres de Estuardo entraron acompañados de Ricardo, su hermano menor. Sus rostros reflejaban la mezcla de confusión y preocupación que sentían.—Estuardo, ¿qué pasó? —preguntó su madre, con la voz temblorosa.Él se detuvo en seco, enfrentándose a sus miradas inquisitivas.—Fabio le disparó —respondió finalmente, con un tono grave.—¿Fabio? —repitió su padre, incrédulo—. ¿Fabio, pero si ha sido el empleado de total confianza de Jan Carlo durante tantos años? Hasta podría decir que confía mucho más en él que nosotros que somos su familia. Estuardo asintió, sus ojos brillando de cansancio.—Sí,
El viento susurraba entre los cipreses del cementerio, llevándose consigo el aroma fresco de las flores que adornaban las lápidas. Estuardo se detuvo frente a una sencilla tumba de mármol gris, su rostro una mezcla de emociones difíciles de descifrar. En sus manos llevaba un pequeño ramo de lirios blancos, las flores favoritas de su tío.Se inclinó con cuidado y colocó las flores sobre la lápida, donde el nombre de Jan Carlo Ferreti estaba grabado en letras elegantes. Permaneció en silencio, observando el ramo mientras sus pensamientos lo invadían.—No voy a justificar lo que hiciste, tío —murmuró, su voz apenas un susurro que se perdía en el aire—. Pero no puedo negar que fuiste más que un hombre cegado por la venganza. También fuiste alguien que me enseñó a enfrentar el mundo con determinación.El crujir de unas hojas lo hizo levantar la mirada. Sofía se acercaba lentamente, envuelta en un abrigo de lana que apenas ocultaba el abultado vientre de su embarazo. Al llegar a su lado, l
En una sala discreta de una notaría, Amanda y Santiago firmaban los documentos que sellaban su matrimonio. La simplicidad del acto contrastaba con la profundidad de sus emociones. No había invitados, ni flores, ni una celebración elaborada, solo la presencia de los padres de Amanda, quienes miraban con orgullo y algo de nostalgia a su hija.El abogado les entregó los papeles finales con una sonrisa formal.—Felicidades a ambos. Ahora son oficialmente marido y mujer.Los padres de Amanda se acercaron de inmediato. Su madre la abrazó con lágrimas contenidas, mientras su padre estrechaba la mano de Santiago con firmeza.—Hija, estamos orgullosos de ti —dijo su padre, intentando mantener la voz firme.Amanda les sonrió con calidez y, tras despedirse, salieron del edificio. Afuera, el sol bañaba la calle con una luz cálida, como si el universo les diera su bendición.—¿Cómo te sientes, señora Mendoza? —preguntó Santiago, con una mezcla de nervios y humor en su voz.Amanda se detuvo y lo mi
—Señorita Martínez... —dijo el doctor en un tono suave, pero solemne, dejando que sus palabras flotaran un momento antes de continuar—. Lamento decirle que la situación de su hermano Pablo es más delicada de lo que habíamos pensado.El aire pareció desaparecer de la habitación. Sofía apenas pudo mantener el equilibrio, sintiendo que sus rodillas amenazaban con ceder bajo el peso de las palabras que aún no se habían pronunciado del todo.—¿Qué... qué significa eso? —preguntó, su voz apenas un susurro. Era como si temiera escuchar la respuesta.El doctor la miró con ojos compasivos, pero no se detuvo. Su deber era decir la verdad, y no había manera de suavizarla.—Pablo necesita asistencia para que su corazón siga funcionando. —Hizo una pausa breve, evaluando la reacción de Sofía antes de continuar—. Necesitará aparatos que le ayuden a bombear la sangre hasta que podamos encontrar un donante para un trasplante.Cada palabra del doctor resonaba como un eco en la mente de Sofía, y mientr
—Un… matrimonio. —repitió Sofía, casi atragantándose con su propia saliva—. Ni siquiera me conoce. —Perdone mi insolencia —extendió su mano—. Soy Jan Carlo Ferreti, un multimillonario y usted es…Sofía adivinó que el viejo era rico, pero no se dio cuenta de que se trataba de la familia Ferreti, uno de los tres apellidos más importantes del mundo.—Señorita, mi jefe le está preguntando.Al oír el recordatorio del mayordomo Sofía sólo se despegó del sobresalto.—Sofía…Sofía Martínez… —tomó la mano del anciano. —Señorita Martínez. Tengo una proposición para usted.Sofía se volvió, su corazón latiendo con fuerza, como un peón frente a la reina.—La condición de su hermano es grave —comenzó, su tono medido—, y el equipo médico que necesita está más allá de sus posibilidades financieras. Yo puedo proporcionar los fondos para su operación y los dispositivos que requiere, pero hay una condición.Su respiración se detuvo. La oferta era el salvavidas que tan desesperadamente necesitaba, pero