—Fabio —la voz de Don Jan Carlo cortó el silencio, fría y afilada—. Tenías una tarea. Una simple tarea.—Don Jan Carlo, yo... —comenzó Fabio, su voz temblando mientras se movía incómodo.—¡No! —La mano del hombre mayor golpeó el escritorio de caoba, haciendo que los papeles volaran. Sus ojos, oscuros pozos de furia, se clavaron en Fabio—. No me digas que fallaste porque “no te veías muy bien”.—No estaba sola —continuó Fabio, la desesperación colándose en su tono—. El chofer estaba con ella. No pude acercarme sin ser visto.—¡Excusas! —escupió Don Jan Carlo, levantándose de su silla con una gracia que desmentía su edad. Paseaba por la habitación, cada paso medido, preciso. El tablero de ajedrez sobre la mesa atrapaba la luz, sus piezas congeladas a mitad de partida, reflejando la intrincada trama que se desarrollaba en su mente—. Sofía Martínez debería estar muerta ya. Es la única forma de vengar lo que su madre me hizo.—Señor, esto no se trata solo de usted —imploró Fabio, avanzando
—Gracias por todo don Jan Carlo. —agradeció Carlota. —No tienen nada que agradecer, todo lo contrario reciban una disculpa de la familia Ferreti por el incidente con Sofía, pero les prometo que el culpable pagará por su impertinencia. —Confiamos en usted, ¿no es así Fernando? —inquirió Carlota hacia su esposo, quien desde el disparo a Sofía estaba inquieto y se sentía culpable, ya que su hija se sacrificó porque él no tenía el dinero suficiente para la operación de Pablo. —Sí, sí, así es. —Fernando se acercó a su hija y la abrazó con fuerza. —Cuídate mucho, hija. Cualquier cosa, nos llamas.Sofía abrazó a Pablo, su hermano menor y por último a su hermana Carla. —Por favor no dejes que nadie te intimide, date tu lugar como la esposa de Estuardo. —le susurró al oído a Sofía. Sofía asintió con una sonrisa forzada. Su familia subió a uno de los autos y se alejaron de la casa. Sus pensamientos ya dispersos por la inevitable confrontación que sabía estaba por llegar. Amanda, siempre a
—¡Sofía! —susurró, mientras el propio alcohol en su cuerpo se evaporaba instantáneamente al correr hacia ella. Su corazón latía con una urgencia que le resultaba desconocida, pero irresistible. Se arrodilló, levantando su delicada figura en sus brazos con una inesperada ternura que contrastaba con su habitual arrogancia.Su piel estaba fría y pegajosa contra sus dedos, sus respiraciones eran superficiales e irregulares. Al recostarla, los ojos de Sofía se abrieron, verdes y vidriosos, mostrando una vulnerabilidad que le tironeó algo profundo dentro de él. Antes de que pudiera hablar, ella lo alcanzó, su mano se enroscó alrededor de su cuello, atrayéndolo hacia ella. Sus labios se encontraron en un beso febril, uno que hablaba de desesperación y anhelo.—Sofía —murmuró contra su boca, pero las palabras se disolvieron, perdidas en el calor del momento. El sabor de ella lo envolvía, embriagante de una manera que ningún licor jamás lo había sido.Impulsado por una fuerza que no comprend
Sofía y Estuardo entraron apresuradamente en el bullicioso hospital, las duras luces fluorescentes iluminando la preocupación grabada en sus rostros. Catalina y Fernando se acercaron corriendo, abrazando a Sofía con fuerza.—Mija, ¿estás bien? Tu brazo... —Catalina tocó suavemente la venda, sus cejas fruncidas con inquietud.—Estoy bien, Mamá. ¿Cómo está Pablo? ¿Han sabido algo? —preguntó Sofía con la respiración entrecortada, su corazón latiendo con fuerza.Fernando suspiró pesadamente. —Ya lo han ingresado. Ahora solo tenemos que esperar a los doctores.Estuardo colocó una mano reconfortante en la espalda de Sofía. —Vamos a hablar con Ricardo. Él puede darnos una actualización. —La guió por el pasillo estéril.Cuando se acercaban a la oficina de Ricardo, el teléfono de Estuardo sonó. Miró la pantalla y frunció el ceño. —Tengo que atender esto. Ve tú adelante, ya voy.Sofía asintió y entró sola en la pequeña oficina. Ricardo levantó la vista desde su escritorio, sus amables ojos llen
—Está celoso, Sofía. Estuardo tiene sentimientos por ti, no hay duda de eso.Sofía negó con la cabeza, su largo cabello negro balanceándose con el movimiento.—No, te equivocas. Me dejó perfectamente claro que no le importo —sus ojos verdes brillaron con una mezcla de enojo y dolor. Sobre todo al recordar las palabras crueles de Estuardo. —Solo está tratando de ocultar sus sentimientos —insistió Carla, colocando una mano reconfortante en el hombro de su hermana—. Deja de pelear con él. Trátalo mejor y lo verás.Un suspiro escapó de los labios de Sofía.—Estás loca, Carla. Conoces a Amanda, es una mujer elegante, hermosa…—Y también es ruin, superficial —continuó Carla. —No quiero arruinar esta noche, hablando de ellos dos. —dijo Sofía, menestras se costaba en la cama. —Tienes razón hermana, pero quiero saber que estarás bien sobre todo…porque me voy pronto. Sofía se levantó de la cama impresionada por lo que su hermana pronunciaba. —¿A dónde te vas? —A la escuela de enfermería,
Los dedos de Sofía temblaban mientras abrochaba el último botón de su blusa. La luz temprana de la mañana se filtraba a través de las cortinas, bañando su rostro con un cálido resplandor, pero no lograba aliviar el nudo de ansiedad en su estómago. Al bajar la gran escalera de la mansión Ferreti, sus ojos esmeralda se abrieron con sorpresa al ver a Estuardo esperándola al pie de la escalera.—Buenos días, Sofía —dijo él, su voz suave como la seda—. Pensé que podríamos desayunar juntos antes de ir al hospital.Ella vaciló, sorprendida por su inesperado gesto.—Yo... eso es muy amable de tu parte, Estuardo. Pero realmente debería ir con Pablo lo antes posible.—Por favor —insistió él, sus ojos grises intensos—. Solo un bocado rápido. Prometo que no tardará mucho.Sofía buscó en su rostro, tratando de discernir sus motivos. A pesar de sus reservas, se encontró asintiendo.—Está bien, gracias.Mientras descendían juntos por las escaleras, la imponente figura de Don Jan Carlo apareció en e
—Vaya, qué linda escena. El hechizo se rompió. —Hola, Nora. —saludó Estuardo. Mientras que Sofía solo giró su rostro, para evitar su mirada. —Vaya, vaya, si no son los recién casados —ronroneó Nora, con una voz cargada de sarcasmo—. ¿Disfrutando de su farsa de matrimonio?Estuardo apretó la mandíbula, obligándose a esbozar una sonrisa educada.—Nora, qué sorpresa inesperada. ¿Qué te trae por aquí esta noche? —Mi esposo está de nuevo jugando a ser el salvador en el hospital. Haciendo sus pequeñas cirugías de caridad —sus labios se torcieron en una mueca—. Una esposa tiene necesidades, ¿sabes? A veces necesito... divertirme un poco.Sofía se tensó, sintiendo cómo el calor subía a sus mejillas.—Si te refieres a la operación de mi hermano, te haré saber que...—Suficiente charla —la interrumpió Nora con un gesto despectivo de la mano—. Estoy lista para irme de este lugar. Sé un amor y llévame a la mansión, ¿quieres? No me apetece rebajarme tomando un taxi esta noche.Estuardo miró a
—Esta noche tendremos una cena con la familia Bianco —anunció de manera solemne, como si aquello fuera un simple detalle más—. Es hora de fortalecer alianzas.El silencio cayó sobre la mesa. Estuardo, quien ya había empezado a mostrar signos de incomodidad desde que su tío comenzó a hablar, dejó caer su tenedor con fuerza sobre el plato. Su mandíbula se tensó, y sus ojos se volvieron fríos como el acero.—¿Los Bianco? —repitió, con un tono cargado de incredulidad—. ¿Con ellos quieres fortalecer alianzas? Son enemigos. No puedo creer que ni siquiera estés considerando esta cena, Jan Carlo. ¡Ellos no son de confianza!El aire en la habitación se volvió denso, y las miradas de todos los presentes se dirigieron hacia Estuardo. Estaba visiblemente alterado, el color subiendo por su cuello, su temperamento a punto de explotar.—Cálmate, Estuardo —dijo Don Jan Carlo, su voz calmada, pero con una autoridad que no admitía réplica—. Las cosas han cambiado. Es una oportunidad que debemos aprovec