Sentada en el asiento trasero del auto, Sofía miraba las calles pasar en silencio, perdida en sus pensamientos. La última semana había sido una prueba constante; la distancia entre ella y Estuardo parecía insalvable. Apenas cruzaban palabra, y cuando lo hacían, era solo para intercambiar frases triviales o cortantes. Estuardo evitaba su presencia, llegando tarde a casa, y cuando finalmente se dignaba a aparecer, se quedaba dormido en el sillón de la sala o se iba al amanecer antes de que ella despertara. Las dudas sobre su matrimonio se acumulaban, llenándola de incertidumbre y dolor.El auto se detuvo frente a la casa de Carlota, su madrastra. Santiago, quien había permanecido en silencio respetuoso, salió del auto y se apresuró a abrirle la puerta trasera. Sofía bajó, y ambos comenzaron a sacar las bolsas de comida que había comprado para Carlota y su hermano.—Gracias, Santiago —le dijo, mientras él acomodaba las bolsas en sus brazos con cuidado—. Te aviso cuando termine la visita
Sofía subió las escaleras de la mansión Ferreti apresuradamente, aún sin poder creer lo que Priscila le había contado por mensaje. Estuardo había golpeado a Santiago, y ella necesitaba respuestas. Su respiración era rápida, sus pensamientos una maraña de confusión y enojo. Al entrar en su habitación, lo vio de pie junto al espejo, limpiándose el rostro con una toalla. Al notarla, Estuardo dejó la toalla y la miró con frialdad.—¿Te parece normal lo que están diciendo de ti? —su voz era un susurro amenazante—. ¿Cuántas veces te lo dije, Sofía? ¡Pero tú insistes en buscar a ese tipo!Sofía apretó los puños, intentando no dejarse llevar por la frustración.—Todo está fuera de contexto, Estuardo. Me encontré con Santiago de casualidad —explicó con voz temblorosaEstuardo soltó una carcajada amarga.—¿Casualidad? No creo en esas casualidades, Sofía. Esta situación me está cansando —dijo, clavándole una mirada que la hizo retroceder un paso—. Al menos mi tío por fin hizo algo bien y despid
Sofía entró al estudio de don Jan Carlo, el peso de la tensión colgando sobre sus hombros mientras intentaba mantener la calma. La opulencia de la habitación, con sus estanterías de madera oscura y el pesado escritorio de roble, solo acrecentaba la intimidación que sentía. Don Jan Carlo la observaba desde su silla, su mirada helada y penetrante. No hubo preámbulos ni formalidades cuando comenzó a hablar.—Quiero que me expliques —dijo con voz contenida—, por qué no mencionaste antes que Santiago era… tu exnovio.Las palabras parecían un golpe. Sofía sintió que el aire se hacía pesado a su alrededor. Tragó saliva, buscando la manera de explicarse, aunque sabía que no sería sencillo.—Don Jan Carlo, yo… —titubeó, intentando encontrar las palabras correctas—. No lo mencioné porque… Santiago y yo no nos hemos visto en años. Era una relación pasada, de cuando éramos jóvenes. Ni siquiera recordaba cuánto tiempo hacía desde la última vez que hablamos. No quería… complicar las cosas, ni mucho
Sofía intentó subir las escaleras, pero sentía su cuerpo pesado y la vista nublada, como si sus fuerzas la abandonaran en cada paso. La discusión que había escuchado en la bodega entre Estuardo y Nora resonaba en su cabeza, aturdiéndola, y aunque intentaba concentrarse en llegar a la cima, sus piernas tambaleaban con cada escalón.Al llegar casi al final, un mareo súbito la sorprendió, y antes de poder sostenerse, sus pies perdieron apoyo. Cayó hacia atrás, rodando por los escalones, golpeándose con cada impacto en un eco que llenó el vacío de la mansión. Finalmente, su cuerpo quedó tendido en el suelo del vestíbulo, inmóvil.Priscila apareció en el pasillo y se quedó paralizada por un segundo al ver a Sofía tirada al pie de la escalera. Su grito de pánico rompió el silencio, y corrió hacia ella, observando con horror la herida en su frente y el leve hilo de sangre que corría hacia su cabello. Sofía no respondía, sus ojos cerrados y su respiración débil aumentaban la angustia de Prisc
Sofía estaba recostada en la cama del hospital, el frío de las sábanas contrarrestaba el calor sofocante que sentía en el pecho cada vez que pensaba en Estuardo y Nora. Sabía que tenía que mantener la compostura, pero la realidad se volvía más insoportable con cada segundo. Entonces, un ligero golpeteo en la puerta la hizo alzar la vista. Ricardo asomó su cabeza, sonriendo con una calidez sincera que contrastaba con el mundo enredado de mentiras en el que ambos vivían.—Sofía, ¿cómo te sientes? —preguntó al acercarse y tomar asiento junto a ella—. Me aseguré de revisar tu expediente. El médico dice que tu cuerpo reaccionó así debido a una impresión fuerte. Estuardo ha estado muy preocupado.Sofía le sostuvo la mirada, mordiéndose el labio para contener la mezcla de compasión y pena que sentía. Ricardo era un hombre íntegro, honorable, y aunque sus intenciones siempre habían sido buenas, estaba rodeado de personas que lo traicionaban en secreto, empezando por su propia esposa. El hij
Sofía permaneció en silencio, observando cómo la expresión de Estuardo cambiaba de desconcierto a furia. Sin decir una palabra, él se levantó de la cama y empezó a caminar de un lado a otro, como si buscara una respuesta.—¿Qué se supone que significa esto, Sofía? ¿Que escuchaste algo? ¿Y ya estás convencida de que sabes la verdad? —le espetó, sin detenerse a mirarla.Ella lo miró con una calma que contrastaba con la intensidad de su voz.—No es cuestión de lo que “creo” saber, Estuardo. Yo escuché todo. Te vi con Nora en la bodega, y escuché cuando le dijiste que el hijo que espera es tuyo y no de Ricardo.Estuardo detuvo su paso, y aunque intentó mantener la compostura, su rostro reflejaba el golpe de haber sido descubierto.—Sofía, estás sacando conclusiones de algo que no comprendes del todo. Ese hijo... ni siquiera tengo la certeza de que sea mío. Solo fue... un error, una noche en la que estaba borracho.—¿Un error? —replicó Sofía, la calma en su voz quebrándose en indignación—.
Sofía cerró la puerta de su habitación y se apoyó en la pared, con la respiración entrecortada. Su mente repetía, como un eco que se hacía cada vez más fuerte, las palabras que había escuchado de los labios de don Jan Carlo: quería matarla. La incredulidad la invadía y, al mismo tiempo, un miedo profundo que la paralizaba. A pesar de todo, sentía que debía actuar con rapidez, encontrar una salida antes de que él cumpliera su amenaza.Sus manos temblaban mientras marcaba el número de Jacobo. Al segundo timbre, la familiar voz de su amigo llenó la línea.—Sofía, ¿qué sucede? —preguntó él, percibiendo el temblor en su respiración.—Jacobo… —Sofía hizo una pausa, luchando por contener el pánico que amenazaba con asfixiarla—. Mi vida está en peligro. Don Jan Carlo… él… escuché que planea matarme.Un silencio pesado cayó sobre ellos, como si Jacobo estuviera procesando la gravedad de sus palabras. Finalmente, respondió con un tono firme que intentaba calmarla.—Escucha, Sofía. Necesito que t
En el amplio salón iluminado por los tenues rayos del atardecer, don Jan Carlo observaba con calma a Fabio, quien aguardaba junto a la puerta. Su fiel hombre de confianza mantenía la vista baja, como si reuniera el valor para intentar una vez más convencer a su jefe.—¿Está listo el auto? —preguntó don Jan Carlo, su voz suave pero firme, tan fría como siempre en sus decisiones.Fabio asintió, tomando una breve pausa antes de responder.—Sí, todo está listo, señor —respondió con un tono vacilante. Luego alzó la mirada y se atrevió a hablar—. Pero, señor… aún puede detener esto. Sofía no tiene la culpa, y ya ha sufrido bastante. Quizá…Don Jan Carlo lo miró, y una ligera sonrisa amarga asomó en sus labios.—Fabio, ya hemos hablado de esto. Ella representa una amenaza que no podemos permitir. Su presencia trae consigo recuerdos que no quiero en mi vida… recuerdos de su madre, de ese desprecio hacia esta familia. Además, ella no dudará en hacernos daño en cuanto tenga la oportunidad.Fabi