CAPÍTULO 52

La luz del amanecer se filtraba suavemente por las cortinas de la habitación de Sofía, iluminando el espacio con una claridad pálida que contrastaba con la inquietud que sentía al despertar. Al palpar el lado de la cama donde Estuardo debería estar, sintió un vacío gélido. Él no había regresado a casa.

El peso de la sospecha la invadió de inmediato, como un veneno silencioso: ¿habría pasado la noche con Amanda? La idea le revolvió el estómago, pero trató de apartarla mientras se levantaba, aunque su mente no dejaba de insistir en la misma dirección.

Sofía se vistió, tratando de armarse de serenidad antes de bajar al comedor. Al llegar, se encontró con la familia reunida alrededor de la mesa, disfrutando del desayuno. La atmósfera de la mansión Ferreti siempre le parecía un tanto opresiva, pero aquella mañana sentía el peso de las miradas más que nunca.

Don Jan Carlo, sentado en la cabecera, le dirigió una mirada afable y le sonrió con una aparente cordialidad.

—Sofía, hija —la salud
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