Sofía estaba recostada en la cama del hospital, el frío de las sábanas contrarrestaba el calor sofocante que sentía en el pecho cada vez que pensaba en Estuardo y Nora. Sabía que tenía que mantener la compostura, pero la realidad se volvía más insoportable con cada segundo. Entonces, un ligero golpeteo en la puerta la hizo alzar la vista. Ricardo asomó su cabeza, sonriendo con una calidez sincera que contrastaba con el mundo enredado de mentiras en el que ambos vivían.—Sofía, ¿cómo te sientes? —preguntó al acercarse y tomar asiento junto a ella—. Me aseguré de revisar tu expediente. El médico dice que tu cuerpo reaccionó así debido a una impresión fuerte. Estuardo ha estado muy preocupado.Sofía le sostuvo la mirada, mordiéndose el labio para contener la mezcla de compasión y pena que sentía. Ricardo era un hombre íntegro, honorable, y aunque sus intenciones siempre habían sido buenas, estaba rodeado de personas que lo traicionaban en secreto, empezando por su propia esposa. El hij
Sofía permaneció en silencio, observando cómo la expresión de Estuardo cambiaba de desconcierto a furia. Sin decir una palabra, él se levantó de la cama y empezó a caminar de un lado a otro, como si buscara una respuesta.—¿Qué se supone que significa esto, Sofía? ¿Que escuchaste algo? ¿Y ya estás convencida de que sabes la verdad? —le espetó, sin detenerse a mirarla.Ella lo miró con una calma que contrastaba con la intensidad de su voz.—No es cuestión de lo que “creo” saber, Estuardo. Yo escuché todo. Te vi con Nora en la bodega, y escuché cuando le dijiste que el hijo que espera es tuyo y no de Ricardo.Estuardo detuvo su paso, y aunque intentó mantener la compostura, su rostro reflejaba el golpe de haber sido descubierto.—Sofía, estás sacando conclusiones de algo que no comprendes del todo. Ese hijo... ni siquiera tengo la certeza de que sea mío. Solo fue... un error, una noche en la que estaba borracho.—¿Un error? —replicó Sofía, la calma en su voz quebrándose en indignación—.
Sofía cerró la puerta de su habitación y se apoyó en la pared, con la respiración entrecortada. Su mente repetía, como un eco que se hacía cada vez más fuerte, las palabras que había escuchado de los labios de don Jan Carlo: quería matarla. La incredulidad la invadía y, al mismo tiempo, un miedo profundo que la paralizaba. A pesar de todo, sentía que debía actuar con rapidez, encontrar una salida antes de que él cumpliera su amenaza.Sus manos temblaban mientras marcaba el número de Jacobo. Al segundo timbre, la familiar voz de su amigo llenó la línea.—Sofía, ¿qué sucede? —preguntó él, percibiendo el temblor en su respiración.—Jacobo… —Sofía hizo una pausa, luchando por contener el pánico que amenazaba con asfixiarla—. Mi vida está en peligro. Don Jan Carlo… él… escuché que planea matarme.Un silencio pesado cayó sobre ellos, como si Jacobo estuviera procesando la gravedad de sus palabras. Finalmente, respondió con un tono firme que intentaba calmarla.—Escucha, Sofía. Necesito que t
En el amplio salón iluminado por los tenues rayos del atardecer, don Jan Carlo observaba con calma a Fabio, quien aguardaba junto a la puerta. Su fiel hombre de confianza mantenía la vista baja, como si reuniera el valor para intentar una vez más convencer a su jefe.—¿Está listo el auto? —preguntó don Jan Carlo, su voz suave pero firme, tan fría como siempre en sus decisiones.Fabio asintió, tomando una breve pausa antes de responder.—Sí, todo está listo, señor —respondió con un tono vacilante. Luego alzó la mirada y se atrevió a hablar—. Pero, señor… aún puede detener esto. Sofía no tiene la culpa, y ya ha sufrido bastante. Quizá…Don Jan Carlo lo miró, y una ligera sonrisa amarga asomó en sus labios.—Fabio, ya hemos hablado de esto. Ella representa una amenaza que no podemos permitir. Su presencia trae consigo recuerdos que no quiero en mi vida… recuerdos de su madre, de ese desprecio hacia esta familia. Además, ella no dudará en hacernos daño en cuanto tenga la oportunidad.Fabi
El reloj en la oficina marcaba las tres de la tarde, y Estuardo apenas había hecho un avance en el interminable trabajo que lo rodeaba. Las pilas de documentos apilados en su escritorio parecían haber crecido desde la mañana, y el zumbido constante de su teléfono lo tenía al borde del agotamiento.Pero, por más que intentara concentrarse en el trabajo, su mente volvía invariablemente a Sofía, a su esposa, y a la inestabilidad que marcaba su matrimonio. Se sentía decidido a arreglar las cosas, a convertir su matrimonio en algo genuino, y recuperar la cercanía que parecía haberse desvanecido entre ellos.De repente, el sonido insistente de su teléfono lo sacó de sus pensamientos. Miró la pantalla, donde el nombre de Nora parpadeaba. Estuardo exhaló, cansado. No quería hablar con ella, mucho menos ahora que había decidido enfocarse en su matrimonio. Sin dudar, apagó el teléfono, cortando la llamada.No bien había vuelto a sus documentos, Amanda, ingresó a su oficina. Él levantó la vista
Sofía se encontraba en el pequeño apartamento junto a su madrastra Carlota, su hermana Carla y su hermano menor, Pablo. La tensión era palpable en el ambiente. Carlota, con los brazos cruzados y una expresión de severidad en el rostro, miraba a Sofía con desaprobación.—No debiste salir de la mansión de esa forma, Sofía —le dijo Carlota, frunciendo el ceño—. Fue una exageración. ¿De verdad era necesario?Sofía suspiró, sintiéndose incomprendida. Levantó la mirada hacia Carlota y negó con la cabeza, tratando de explicarse una vez más.—¿Exagerada? Carlota, mi vida estaba en peligro. Don Jan Carlo… él quería matarme, lo escuché decirlo. No podía quedarme allí ni un segundo más.Carlota resopló, incrédula.—Un hombre que realmente quiere matarte no te ayuda ni te permite salir de su casa, Sofía. Si realmente tuviera esas intenciones, no lo habría dejado tan claro.—No entiendes, Carlota. —Sofía apretó las manos nerviosamente—. Escuché algo sobre mi madre. Creo que está relacionado con es
Los pasillos del hospital estaban en un inquietante silencio. La luz fría y artificial se extendía sobre las paredes pálidas, mientras Estuardo, cansado y de rostro ojeroso, esperaba fuera de la unidad de cuidados intensivos. Eran tres días desde el accidente de su hermano, tres días en los que no había podido cerrar los ojos ni por un momento, esperando desesperadamente alguna noticia. La desaparición de Sofía solo añadía otro peso a su pecho.De pronto, el médico apareció en el pasillo, su rostro grave y agotado, pero con una leve sonrisa de alivio.—Ricardo ha despertado —anunció, y los murmullos de los familiares presentes llenaron el aire—. Ha pedido ver a su esposa.Nora, que hasta ese momento había estado en una esquina, silenciosa, se puso de pie de inmediato. Su expresión estaba llena de ansiedad, pero también de algo más profundo y secreto. Sin mirar a nadie, comenzó a caminar con paso firme hacia la habitación de Ricardo, dejando atrás a Estuardo y a los demás.Entró en la
La habitación se llenó de un silencio denso y cargado cuando Sofía, inmóvil, contemplaba el rostro de su madre, Celina, quien había estado ausente durante toda su vida. La incredulidad y una mezcla de emociones la abrumaban, dejando a su mente atrapada entre la alegría y la confusión. Su padre siempre le había dicho que su madre había muerto, pero ahora, ahí estaba ella, viva y frente a sus ojos.—¿Cómo es esto posible? —murmuró Sofía, con la voz quebrada, sin apartar los ojos de la mujer que la observaba con una expresión serena y llena de nostalgia.Celina suspiró profundamente, acercándose lentamente hacia su hija.—Sé que es difícil de entender, pero no tuve otra opción. Tuve que huir para protegerlos —explicó, mientras tomaba las manos de Sofía entre las suyas—. Jan Carlo y yo teníamos una relación antes de que yo conociera a tu padre. Nos comprometimos, pero... no podía casarme con él. Mi corazón ya pertenecía a Fernando, tu padre.Sofía la miraba sin pestañear, asimilando cada