Sofía se encontraba en el pequeño apartamento junto a su madrastra Carlota, su hermana Carla y su hermano menor, Pablo. La tensión era palpable en el ambiente. Carlota, con los brazos cruzados y una expresión de severidad en el rostro, miraba a Sofía con desaprobación.—No debiste salir de la mansión de esa forma, Sofía —le dijo Carlota, frunciendo el ceño—. Fue una exageración. ¿De verdad era necesario?Sofía suspiró, sintiéndose incomprendida. Levantó la mirada hacia Carlota y negó con la cabeza, tratando de explicarse una vez más.—¿Exagerada? Carlota, mi vida estaba en peligro. Don Jan Carlo… él quería matarme, lo escuché decirlo. No podía quedarme allí ni un segundo más.Carlota resopló, incrédula.—Un hombre que realmente quiere matarte no te ayuda ni te permite salir de su casa, Sofía. Si realmente tuviera esas intenciones, no lo habría dejado tan claro.—No entiendes, Carlota. —Sofía apretó las manos nerviosamente—. Escuché algo sobre mi madre. Creo que está relacionado con es
Los pasillos del hospital estaban en un inquietante silencio. La luz fría y artificial se extendía sobre las paredes pálidas, mientras Estuardo, cansado y de rostro ojeroso, esperaba fuera de la unidad de cuidados intensivos. Eran tres días desde el accidente de su hermano, tres días en los que no había podido cerrar los ojos ni por un momento, esperando desesperadamente alguna noticia. La desaparición de Sofía solo añadía otro peso a su pecho.De pronto, el médico apareció en el pasillo, su rostro grave y agotado, pero con una leve sonrisa de alivio.—Ricardo ha despertado —anunció, y los murmullos de los familiares presentes llenaron el aire—. Ha pedido ver a su esposa.Nora, que hasta ese momento había estado en una esquina, silenciosa, se puso de pie de inmediato. Su expresión estaba llena de ansiedad, pero también de algo más profundo y secreto. Sin mirar a nadie, comenzó a caminar con paso firme hacia la habitación de Ricardo, dejando atrás a Estuardo y a los demás.Entró en la
La habitación se llenó de un silencio denso y cargado cuando Sofía, inmóvil, contemplaba el rostro de su madre, Celina, quien había estado ausente durante toda su vida. La incredulidad y una mezcla de emociones la abrumaban, dejando a su mente atrapada entre la alegría y la confusión. Su padre siempre le había dicho que su madre había muerto, pero ahora, ahí estaba ella, viva y frente a sus ojos.—¿Cómo es esto posible? —murmuró Sofía, con la voz quebrada, sin apartar los ojos de la mujer que la observaba con una expresión serena y llena de nostalgia.Celina suspiró profundamente, acercándose lentamente hacia su hija.—Sé que es difícil de entender, pero no tuve otra opción. Tuve que huir para protegerlos —explicó, mientras tomaba las manos de Sofía entre las suyas—. Jan Carlo y yo teníamos una relación antes de que yo conociera a tu padre. Nos comprometimos, pero... no podía casarme con él. Mi corazón ya pertenecía a Fernando, tu padre.Sofía la miraba sin pestañear, asimilando cada
La penumbra del bar parecía corresponder perfectamente al ánimo de Estuardo, quien bebía con desesperación, ahogando en cada trago las sombras de una decepción que lo carcomía desde hacía una semana. Desde la firma del divorcio con Sofía, su vida parecía un torbellino de amargura y vacío. El alcohol hacía poco por calmar esa tormenta interna, pero él insistía, buscando en el fondo de cada vaso una forma de adormecer el dolor.En medio de su autocompasión, no se dio cuenta de que alguien había entrado al bar y se acercaba con paso firme. Amanda lo observaba desde la entrada, con una mezcla de preocupación y resignación. —¿Hasta cuándo vas a seguir bebiendo por alguien que nunca te valoró? —dijo Amanda con tono severo mientras pedía ayuda al personal del bar para levantar a Estuardo, quien apenas se mantenía en pie. Con un poco de esfuerzo, lograron sacarlo hasta el auto de Amanda, quien, suspirando, decidió llevarlo a su casa para que descansara.Al llegar, Amanda, con cuidado de no d
Carla cerró la puerta de su casa con un leve temblor en las manos. La confesión de Ricardo en la clínica aún resonaba en su mente como un eco que no lograba callar. "Sofía está embarazada". La frase la había tomado completamente desprevenida, y ahora, al cruzar el umbral de su hogar, se sentía dividida entre el impulso de contar la verdad y la confusión que le provocaba enfrentar una realidad tan inesperada.Al entrar, notó que había un inusual ajetreo en la sala. Los rostros de su familia reflejaban preocupación, y un médico estaba hablando en voz baja con Carlota. Carla se acercó, inquieta, y fue entonces cuando Carlota giró hacia ella con los ojos llenos de nerviosismo.—Sofía ha estado sintiéndose mal estos días, y hoy empeoró. El médico está aquí para revisarla —explicó con voz temblorosa.Carla sintió un nudo en el estómago. ¿Podría ser que lo que Ricardo había dicho fuese cierto? Su respiración se aceleró, y antes de que el médico pudiera pronunciar palabra, Carla no pudo evita
El hospital estaba sumido en un silencio opresivo, solo interrumpido por los murmullos discretos de la familia Ferreti, cada uno en su rincón de la sala de espera, lidiando a su manera con la incertidumbre. Ricardo se mantenía apartado, en un rincón oscuro, su rostro rígido y su cuerpo inmóvil en la silla de ruedas, con los ojos fijos en el suelo como si toda su energía estuviera concentrada en no ceder a la marea de pensamientos que le inundaba.De pronto, la puerta de la sala se abrió, y el médico entró con el rostro grave. La familia contuvo la respiración. Todos se miraron expectantes, temiendo la noticia que ya parecía obvia. El médico tomó aire antes de hablar:—Lamento informarles —dijo, con una voz pesada de compasión profesional— que Nora perdió al bebé.Estuardo decidió acercarse a su hermano, el único que aún permanecía completamente inmóvil, su semblante impenetrable, pero con los ojos encendidos de una intensidad que Estuardo rara vez había visto.—Ricardo, lo siento muc
La sala de rehabilitación estaba en silencio, el único sonido era el leve movimiento de los aparatos y la respiración entrecortada de Ricardo mientras realizaba sus ejercicios. Carla lo observaba, notando el esfuerzo que ponía en cada movimiento, y no pudo evitar sentir admiración por él. A pesar de la traición y las amenazas de su familia, Ricardo estaba ahí, luchando no solo para recuperarse físicamente, sino también para romper con las ataduras que lo habían mantenido atrapado durante años.—He decidido divorciarme de Nora —dijo Ricardo, interrumpiendo el silencio, mientras evitaba mirar directamente a Carla—. Sé que es lo correcto, pero no te imaginas cómo mi tío ha reaccionado. Don Jan Carlo me ha dejado claro que si me atrevo a dar ese paso, me enfrentaría a consecuencias graves.Carla frunció el ceño y se acercó a él, colocándole una mano en el hombro con suavidad. —Ricardo, ya es momento de que dejes de complacer a tu tío —le dijo con una firmeza inesperada—. Has pasado sufic
En el apacible jardín de la mansión Ferreti, Don Jan Carlo caminaba al lado de Fabio, disfrutando del silencio interrumpido solo por el canto de los pájaros. El aire fresco traía un aroma a jazmín que parecía calmar las tensiones acumuladas en los días recientes. Don Jan Carlo llevaba las manos tras la espalda, su postura altiva y mirada calculadora mientras discutía asuntos de negocios con Fabio.De pronto, una de las jóvenes del servicio apareció apresurada, interrumpiendo la conversación.—Señor Ferreti, disculpe la interrupción, pero tiene una visita —dijo la chica, inclinando ligeramente la cabeza.—¿Visita? —Don Jan Carlo frunció el ceño, claramente irritado—. No espero a nadie.La joven, nerviosa, insistió: —Es una señora, señor. Dice que quiere verlo.Fabio lo miró con curiosidad, pero Don Jan Carlo resopló con desdén. —Está bien. Vamos a ver quién es.Ambos caminaron hacia la sala principal, donde Don Jan Carlo detuvo sus pasos abruptamente al cruzar el umbral. Su rostro, si