—¿Cómo pudiste, Carla? —le recriminó Sofía, deteniéndose frente a ella—. ¡Te pedí que no le contaras a Ricardo sobre la amenaza de Don Jan Carlo!Carla alzó las manos en un intento de calmarla. —Sofía, tenía que hacerlo. Ricardo merece saber la verdad, especialmente porque...—¡No me importa lo que Ricardo piense! —interrumpió Sofía, cruzándose de brazos—. Estuardo está comprometido con Amanda. ¿Qué sentido tiene revivir todo esto? Él no me ama como decía.Carla se levantó, mirándola directamente a los ojos. —Estuardo sí te ama, Sofía. Él mismo me lo dijo. Si le dieras una oportunidad...—¡Basta! —Sofía sacudió la cabeza, su voz quebrándose—. No voy a ser el juego de nadie, Carla. Estuardo tomó su decisión, y yo tomé la mía.Sin esperar respuesta, Sofía salió de la habitación, dejando a Carla sola. Caminó por el pasillo hasta llegar al vestíbulo, donde su madre la esperaba, sentada en un elegante sofá. Al verla, la mujer esbozó una sonrisa tranquila.—¿Todo bien, hija? —preguntó su ma
La noche envolvía la ciudad con su manto de tranquilidad, apenas roto por el suave ronroneo del auto que avanzaba por las calles iluminadas. Ricardo y Carla estaban en la parte trasera, separados apenas por unos centímetros, mientras el chofer mantenía la vista fija en el camino. Carla giró la cabeza hacia Ricardo, sus ojos brillando con una mezcla de agradecimiento y algo más que no podía definir.—Gracias por tu ayuda, Ricardo —dijo suavemente, rompiendo el silencio. Sus dedos jugueteaban nerviosamente con el borde de su bolso—. Si no fuera por ti, mi hermana y Estuardo nunca habrían tenido la oportunidad de encontrarse.Ricardo sonrió, un gesto discreto que apenas asomó en la comisura de sus labios.—No tienes que agradecerme, Carla —respondió con calma—. La felicidad de mi hermano es Sofía, y haré lo que sea necesario para que estén juntos.Por un instante, ambos se sumieron en el silencio. Las luces de la ciudad proyectaban sombras en sus rostros, y el ambiente en el auto parecí
—Mira esto, Sofía —dijo Celina, sosteniendo un diminuto gorro de lana blanco—. ¿No es adorable?Sofía sonrió, aunque su mente estaba distante. Se encontraban en el centro comercial, comprando algunas prendas para el bebé de Sofía. —Es lindo, mamá. Gracias por acompañarme.Celina dejó el gorro en el carrito y se giró hacia su hija con una sonrisa cálida, pero preocupada.—Por supuesto que estoy aquí, hija. Este bebé es una bendición para nuestra familia. Quiero asegurarme de que todo esté perfecto. Pero... —Celina hizo una pausa, buscando las palabras correctas—. ¿Cómo te sientes tú?Sofía suspiró mientras tomaba un pequeño body color amarillo del perchero.—Estoy... confundida, mamá. A veces siento que no puedo con todo esto. Y luego está Estuardo...Celina le tocó el brazo, animándola a continuar.—¿Qué pasa con Estuardo?—No sé qué hacer con mis sentimientos hacia él —admitió Sofía, evitando la mirada de su madre—. No puedo olvidar lo que pasó, pero tampoco puedo sacarlo de mi cabe
La estación de policía estaba envuelta en una atmósfera densa y fría. La luz blanca de los fluorescentes acentuaba las expresiones tensas de quienes aguardaban respuestas. Sofía y Estuardo cruzaron las puertas, ambos con el corazón latiendo rápidamente, aunque por razones distintas.En el interior, Celina ya estaba allí. Celina caminaba de un lado a otro, —¿Qué está pasando? —preguntó Sofía, deteniéndose frente a ellas.Celina suspiró, deteniéndose en seco para enfrentar la mirada inquisitiva de su hija.—Jan Carlo puso una denuncia contra Carlota.Sofía sintió cómo la tensión se acumulaba en sus hombros.—¿Por qué? ¿De qué la acusan?Un policía, que había estado revisando unos papeles cerca, levantó la vista y se acercó.—La señora Carlota está acusada de la muerte de Fernando Rodríguez. —¡Eso es una mentira! —exclamó Sofía, dando un paso hacia el oficial. Su rostro estaba rojo por la indignación—. Mi madrastra no haría algo así. Matar a mi padre, a su esposo. —Señorita, nosotros
Estuardo llegó a la mansión Ferreti con el corazón latiéndole como un tambor. Su mente era un torbellino de furia y preguntas, todas dirigidas a su tío. Las palabras de Sofía resonaban en su cabeza, cada una más inquietante que la anterior.Entró al vestíbulo de un empujón y subió las escaleras sin mirar atrás, decidido a confrontarlo. Fabio, el guardaespaldas personal de Jan Carlo, lo interceptó antes de que pudiera alcanzar la puerta del despacho.—No puede pasar, señor Estuardo —dijo Fabio con tono firme, bloqueándole el paso.Estuardo apretó los puños.—Quítate del medio, Fabio. Tengo que hablar con mi tío.—Son órdenes del señor Jan Carlo. No puede ser molestado.Estuardo dio un paso hacia él, su mirada ardía con determinación.—Pues dile que voy a entrar, le guste o no. Si no quieres que esto termine mal, hazte a un lado.Fabio lo observó por un momento, sopesando la situación. Finalmente, suspiró y se apartó, permitiéndole el paso.—Bajo su responsabilidad, señor.Estuardo asin
El auto se detuvo frente a la mansión de los Montenegro con un rechinar de neumáticos. Celine salió con prisa, ajustándose el abrigo mientras Jacobo bajaba del lado del conductor. El rostro de ambos mostraba un cansancio evidente, pero también un alivio contenido: habían logrado que Carlota quedara en libertad bajo fianza, al menos por ahora.—Al fin en casa —murmuró Jacobo mientras cerraba la puerta del auto.Celine, sin embargo, no compartía su tranquilidad. Desde que habían llegado, algo la incomodaba. El silencio que los recibió era demasiado profundo, demasiado ajeno para una casa que solía estar llena de voces y movimiento.—¿Dónde están los chicos? —preguntó, mirando a su alrededor mientras cruzaban el umbral.Jacobo frunció el ceño y cerró la puerta tras de sí.—Tal vez están dormidos. Fue un día largo para todos.Celine negó con la cabeza, su instinto maternal haciéndole hervir la sangre.—No, algo no está bien.Sin esperar respuesta, subió las escaleras con pasos rápidos, ll
La tensión seguía siendo palpable en el salón principal de la mansión Ferreti. Celine, con el arma aún apuntando a Jan Carlo, temblaba de rabia contenida mientras Estuardo intentaba razonar con ambos.—¡Dilo de una vez! —exigió Estuardo, acercándose a su tío—. Si tienes algo que ver con el secuestro de Sofía, será mejor que hables ahora, porque si descubro que eres culpable, no voy a descansar hasta acabar contigo.Jan Carlo se mantuvo inmutable, su mirada gélida no revelaba ni miedo ni culpa.—No me amenaces, Estuardo. Deberías pensar mejor en tus palabras antes de traicionar a tu familia. ¿De verdad crees en las mentiras de esa mujer antes que en mí?—¡Esto no se trata de creencias, Jan Carlo! —gritó Estuardo, furioso—. Se trata de encontrar a Sofía, y si resulta que tienes algo que ver...Antes de que pudiera terminar, el sonido de sirenas a lo lejos rompió el silencio. Las luces azules y rojas se reflejaron a través de los ventanales, y la tensión en el ambiente se intensificó.Ja
—¡Mamá! —Carla corrió hacia ella, envolviéndola en un abrazo que parecía contener todo el miedo y la incertidumbre de los últimos días.Pablo, más reservado, se acercó después, abrazándola con fuerza.—Te extrañamos tanto, mamá —dijo con voz baja, pero cargada de emoción.Carlota sonrió, tratando de contener las lágrimas mientras acariciaba sus cabellos.—Yo también los extrañé, mis amores. Pero ya estoy aquí, y no pienso separarme de ustedes.Carla intercambió una mirada con Pablo, la alegría en su rostro empañada por la preocupación. Carlota notó el cambio en sus expresiones.—¿Qué ocurre? —preguntó, sus ojos recorriendo sus rostros con inquietud.—Es Sofía —respondió Carla, su voz temblando—. Fue secuestrada. Pero Celine ya está buscando la manera de encontrarla.Carlota sintió que el suelo se abría bajo sus pies.—¿Qué? ¿Quién se la llevó?—No lo sabemos —intervino Pablo—, pero Celine está haciendo todo lo posible.Sin pensarlo dos veces, Carlota se dirigió al estudio de Celine, s