—Mira esto, Sofía —dijo Celina, sosteniendo un diminuto gorro de lana blanco—. ¿No es adorable?Sofía sonrió, aunque su mente estaba distante. Se encontraban en el centro comercial, comprando algunas prendas para el bebé de Sofía. —Es lindo, mamá. Gracias por acompañarme.Celina dejó el gorro en el carrito y se giró hacia su hija con una sonrisa cálida, pero preocupada.—Por supuesto que estoy aquí, hija. Este bebé es una bendición para nuestra familia. Quiero asegurarme de que todo esté perfecto. Pero... —Celina hizo una pausa, buscando las palabras correctas—. ¿Cómo te sientes tú?Sofía suspiró mientras tomaba un pequeño body color amarillo del perchero.—Estoy... confundida, mamá. A veces siento que no puedo con todo esto. Y luego está Estuardo...Celina le tocó el brazo, animándola a continuar.—¿Qué pasa con Estuardo?—No sé qué hacer con mis sentimientos hacia él —admitió Sofía, evitando la mirada de su madre—. No puedo olvidar lo que pasó, pero tampoco puedo sacarlo de mi cabe
La estación de policía estaba envuelta en una atmósfera densa y fría. La luz blanca de los fluorescentes acentuaba las expresiones tensas de quienes aguardaban respuestas. Sofía y Estuardo cruzaron las puertas, ambos con el corazón latiendo rápidamente, aunque por razones distintas.En el interior, Celina ya estaba allí. Celina caminaba de un lado a otro, —¿Qué está pasando? —preguntó Sofía, deteniéndose frente a ellas.Celina suspiró, deteniéndose en seco para enfrentar la mirada inquisitiva de su hija.—Jan Carlo puso una denuncia contra Carlota.Sofía sintió cómo la tensión se acumulaba en sus hombros.—¿Por qué? ¿De qué la acusan?Un policía, que había estado revisando unos papeles cerca, levantó la vista y se acercó.—La señora Carlota está acusada de la muerte de Fernando Rodríguez. —¡Eso es una mentira! —exclamó Sofía, dando un paso hacia el oficial. Su rostro estaba rojo por la indignación—. Mi madrastra no haría algo así. Matar a mi padre, a su esposo. —Señorita, nosotros
Estuardo llegó a la mansión Ferreti con el corazón latiéndole como un tambor. Su mente era un torbellino de furia y preguntas, todas dirigidas a su tío. Las palabras de Sofía resonaban en su cabeza, cada una más inquietante que la anterior.Entró al vestíbulo de un empujón y subió las escaleras sin mirar atrás, decidido a confrontarlo. Fabio, el guardaespaldas personal de Jan Carlo, lo interceptó antes de que pudiera alcanzar la puerta del despacho.—No puede pasar, señor Estuardo —dijo Fabio con tono firme, bloqueándole el paso.Estuardo apretó los puños.—Quítate del medio, Fabio. Tengo que hablar con mi tío.—Son órdenes del señor Jan Carlo. No puede ser molestado.Estuardo dio un paso hacia él, su mirada ardía con determinación.—Pues dile que voy a entrar, le guste o no. Si no quieres que esto termine mal, hazte a un lado.Fabio lo observó por un momento, sopesando la situación. Finalmente, suspiró y se apartó, permitiéndole el paso.—Bajo su responsabilidad, señor.Estuardo asin
El auto se detuvo frente a la mansión de los Montenegro con un rechinar de neumáticos. Celine salió con prisa, ajustándose el abrigo mientras Jacobo bajaba del lado del conductor. El rostro de ambos mostraba un cansancio evidente, pero también un alivio contenido: habían logrado que Carlota quedara en libertad bajo fianza, al menos por ahora.—Al fin en casa —murmuró Jacobo mientras cerraba la puerta del auto.Celine, sin embargo, no compartía su tranquilidad. Desde que habían llegado, algo la incomodaba. El silencio que los recibió era demasiado profundo, demasiado ajeno para una casa que solía estar llena de voces y movimiento.—¿Dónde están los chicos? —preguntó, mirando a su alrededor mientras cruzaban el umbral.Jacobo frunció el ceño y cerró la puerta tras de sí.—Tal vez están dormidos. Fue un día largo para todos.Celine negó con la cabeza, su instinto maternal haciéndole hervir la sangre.—No, algo no está bien.Sin esperar respuesta, subió las escaleras con pasos rápidos, ll
La tensión seguía siendo palpable en el salón principal de la mansión Ferreti. Celine, con el arma aún apuntando a Jan Carlo, temblaba de rabia contenida mientras Estuardo intentaba razonar con ambos.—¡Dilo de una vez! —exigió Estuardo, acercándose a su tío—. Si tienes algo que ver con el secuestro de Sofía, será mejor que hables ahora, porque si descubro que eres culpable, no voy a descansar hasta acabar contigo.Jan Carlo se mantuvo inmutable, su mirada gélida no revelaba ni miedo ni culpa.—No me amenaces, Estuardo. Deberías pensar mejor en tus palabras antes de traicionar a tu familia. ¿De verdad crees en las mentiras de esa mujer antes que en mí?—¡Esto no se trata de creencias, Jan Carlo! —gritó Estuardo, furioso—. Se trata de encontrar a Sofía, y si resulta que tienes algo que ver...Antes de que pudiera terminar, el sonido de sirenas a lo lejos rompió el silencio. Las luces azules y rojas se reflejaron a través de los ventanales, y la tensión en el ambiente se intensificó.Ja
—¡Mamá! —Carla corrió hacia ella, envolviéndola en un abrazo que parecía contener todo el miedo y la incertidumbre de los últimos días.Pablo, más reservado, se acercó después, abrazándola con fuerza.—Te extrañamos tanto, mamá —dijo con voz baja, pero cargada de emoción.Carlota sonrió, tratando de contener las lágrimas mientras acariciaba sus cabellos.—Yo también los extrañé, mis amores. Pero ya estoy aquí, y no pienso separarme de ustedes.Carla intercambió una mirada con Pablo, la alegría en su rostro empañada por la preocupación. Carlota notó el cambio en sus expresiones.—¿Qué ocurre? —preguntó, sus ojos recorriendo sus rostros con inquietud.—Es Sofía —respondió Carla, su voz temblando—. Fue secuestrada. Pero Celine ya está buscando la manera de encontrarla.Carlota sintió que el suelo se abría bajo sus pies.—¿Qué? ¿Quién se la llevó?—No lo sabemos —intervino Pablo—, pero Celine está haciendo todo lo posible.Sin pensarlo dos veces, Carlota se dirigió al estudio de Celine, s
La habitación estaba sumida en penumbras cuando Sofía abrió los ojos. Su cabeza palpitaba con un dolor sordo, y por un momento, no pudo recordar cómo había llegado allí. Al sentarse en la cama, un escalofrío recorrió su espalda al notar la frialdad del lugar.Miró a su alrededor, intentando ubicarse. Era un cuarto pequeño, con paredes de cemento desnudo y un mobiliario escaso: una cama de hierro y una mesita desgastada. No había ventanas, solo una puerta de madera que parecía maciza y cerrada con llave.Su mente comenzó a reconstruir los fragmentos del caos anterior. Recordó a sus hermanos atados, los gritos desesperados de Carla, el rostro de Pablo lleno de miedo. Su corazón comenzó a latir con fuerza.—¿Dónde estoy? —susurró para sí misma mientras se levantaba de la cama.Caminó hacia la puerta y probó el pomo, pero estaba cerrada. Golpeó la madera con sus puños.—¡Hola! ¿Hay alguien ahí? ¡Déjenme salir! —gritó, pero solo el eco de su voz respondió.La desesperación comenzó a apoder
El motor del auto rugía suavemente mientras Amanda miraba por la ventana, su mente llena de pensamientos caóticos. A su lado, Santiago conducía con una mezcla de tensión y resignación en su rostro. Durante todo el trayecto, había intentado convencerla de no hacer lo que estaba a punto de hacer, pero Amanda era conocida por su terquedad.—No entiendo por qué insistes en seguir con esto, Amanda —dijo finalmente, rompiendo el incómodo silencio—. Esa relación con Estuardo solo te está dañando.Amanda giró la cabeza hacia él, con una sonrisa cargada de cinismo.—¿Y qué sugieres, Santiago? ¿Que deje todo así? ¿Que acepte que fui utilizada y humillada?Santiago apretó el volante con fuerza, su frustración evidente.—No, pero tampoco puedes seguir engañándote. Tú mereces algo mejor, alguien que te valore…Amanda lo interrumpió, soltando una carcajada amarga.—¿Te refieres a ti? —Lo miró con una mezcla de burla y frialdad—. Santiago, lo que pasó entre nosotros no significa nada. Solo eres un p