La sala de rehabilitación estaba en silencio, el único sonido era el leve movimiento de los aparatos y la respiración entrecortada de Ricardo mientras realizaba sus ejercicios. Carla lo observaba, notando el esfuerzo que ponía en cada movimiento, y no pudo evitar sentir admiración por él. A pesar de la traición y las amenazas de su familia, Ricardo estaba ahí, luchando no solo para recuperarse físicamente, sino también para romper con las ataduras que lo habían mantenido atrapado durante años.—He decidido divorciarme de Nora —dijo Ricardo, interrumpiendo el silencio, mientras evitaba mirar directamente a Carla—. Sé que es lo correcto, pero no te imaginas cómo mi tío ha reaccionado. Don Jan Carlo me ha dejado claro que si me atrevo a dar ese paso, me enfrentaría a consecuencias graves.Carla frunció el ceño y se acercó a él, colocándole una mano en el hombro con suavidad. —Ricardo, ya es momento de que dejes de complacer a tu tío —le dijo con una firmeza inesperada—. Has pasado sufic
En el apacible jardín de la mansión Ferreti, Don Jan Carlo caminaba al lado de Fabio, disfrutando del silencio interrumpido solo por el canto de los pájaros. El aire fresco traía un aroma a jazmín que parecía calmar las tensiones acumuladas en los días recientes. Don Jan Carlo llevaba las manos tras la espalda, su postura altiva y mirada calculadora mientras discutía asuntos de negocios con Fabio.De pronto, una de las jóvenes del servicio apareció apresurada, interrumpiendo la conversación.—Señor Ferreti, disculpe la interrupción, pero tiene una visita —dijo la chica, inclinando ligeramente la cabeza.—¿Visita? —Don Jan Carlo frunció el ceño, claramente irritado—. No espero a nadie.La joven, nerviosa, insistió: —Es una señora, señor. Dice que quiere verlo.Fabio lo miró con curiosidad, pero Don Jan Carlo resopló con desdén. —Está bien. Vamos a ver quién es.Ambos caminaron hacia la sala principal, donde Don Jan Carlo detuvo sus pasos abruptamente al cruzar el umbral. Su rostro, si
—¿Cómo pudiste, Carla? —le recriminó Sofía, deteniéndose frente a ella—. ¡Te pedí que no le contaras a Ricardo sobre la amenaza de Don Jan Carlo!Carla alzó las manos en un intento de calmarla. —Sofía, tenía que hacerlo. Ricardo merece saber la verdad, especialmente porque...—¡No me importa lo que Ricardo piense! —interrumpió Sofía, cruzándose de brazos—. Estuardo está comprometido con Amanda. ¿Qué sentido tiene revivir todo esto? Él no me ama como decía.Carla se levantó, mirándola directamente a los ojos. —Estuardo sí te ama, Sofía. Él mismo me lo dijo. Si le dieras una oportunidad...—¡Basta! —Sofía sacudió la cabeza, su voz quebrándose—. No voy a ser el juego de nadie, Carla. Estuardo tomó su decisión, y yo tomé la mía.Sin esperar respuesta, Sofía salió de la habitación, dejando a Carla sola. Caminó por el pasillo hasta llegar al vestíbulo, donde su madre la esperaba, sentada en un elegante sofá. Al verla, la mujer esbozó una sonrisa tranquila.—¿Todo bien, hija? —preguntó su ma
La noche envolvía la ciudad con su manto de tranquilidad, apenas roto por el suave ronroneo del auto que avanzaba por las calles iluminadas. Ricardo y Carla estaban en la parte trasera, separados apenas por unos centímetros, mientras el chofer mantenía la vista fija en el camino. Carla giró la cabeza hacia Ricardo, sus ojos brillando con una mezcla de agradecimiento y algo más que no podía definir.—Gracias por tu ayuda, Ricardo —dijo suavemente, rompiendo el silencio. Sus dedos jugueteaban nerviosamente con el borde de su bolso—. Si no fuera por ti, mi hermana y Estuardo nunca habrían tenido la oportunidad de encontrarse.Ricardo sonrió, un gesto discreto que apenas asomó en la comisura de sus labios.—No tienes que agradecerme, Carla —respondió con calma—. La felicidad de mi hermano es Sofía, y haré lo que sea necesario para que estén juntos.Por un instante, ambos se sumieron en el silencio. Las luces de la ciudad proyectaban sombras en sus rostros, y el ambiente en el auto parecí
—Mira esto, Sofía —dijo Celina, sosteniendo un diminuto gorro de lana blanco—. ¿No es adorable?Sofía sonrió, aunque su mente estaba distante. Se encontraban en el centro comercial, comprando algunas prendas para el bebé de Sofía. —Es lindo, mamá. Gracias por acompañarme.Celina dejó el gorro en el carrito y se giró hacia su hija con una sonrisa cálida, pero preocupada.—Por supuesto que estoy aquí, hija. Este bebé es una bendición para nuestra familia. Quiero asegurarme de que todo esté perfecto. Pero... —Celina hizo una pausa, buscando las palabras correctas—. ¿Cómo te sientes tú?Sofía suspiró mientras tomaba un pequeño body color amarillo del perchero.—Estoy... confundida, mamá. A veces siento que no puedo con todo esto. Y luego está Estuardo...Celina le tocó el brazo, animándola a continuar.—¿Qué pasa con Estuardo?—No sé qué hacer con mis sentimientos hacia él —admitió Sofía, evitando la mirada de su madre—. No puedo olvidar lo que pasó, pero tampoco puedo sacarlo de mi cabe
—Señorita Martínez... —dijo el doctor en un tono suave, pero solemne, dejando que sus palabras flotaran un momento antes de continuar—. Lamento decirle que la situación de su hermano Pablo es más delicada de lo que habíamos pensado.El aire pareció desaparecer de la habitación. Sofía apenas pudo mantener el equilibrio, sintiendo que sus rodillas amenazaban con ceder bajo el peso de las palabras que aún no se habían pronunciado del todo.—¿Qué... qué significa eso? —preguntó, su voz apenas un susurro. Era como si temiera escuchar la respuesta.El doctor la miró con ojos compasivos, pero no se detuvo. Su deber era decir la verdad, y no había manera de suavizarla.—Pablo necesita asistencia para que su corazón siga funcionando. —Hizo una pausa breve, evaluando la reacción de Sofía antes de continuar—. Necesitará aparatos que le ayuden a bombear la sangre hasta que podamos encontrar un donante para un trasplante.Cada palabra del doctor resonaba como un eco en la mente de Sofía, y mientr
—Un… matrimonio. —repitió Sofía, casi atragantándose con su propia saliva—. Ni siquiera me conoce. —Perdone mi insolencia —extendió su mano—. Soy Jan Carlo Ferreti, un multimillonario y usted es…Sofía adivinó que el viejo era rico, pero no se dio cuenta de que se trataba de la familia Ferreti, uno de los tres apellidos más importantes del mundo.—Señorita, mi jefe le está preguntando.Al oír el recordatorio del mayordomo Sofía sólo se despegó del sobresalto.—Sofía…Sofía Martínez… —tomó la mano del anciano. —Señorita Martínez. Tengo una proposición para usted.Sofía se volvió, su corazón latiendo con fuerza, como un peón frente a la reina.—La condición de su hermano es grave —comenzó, su tono medido—, y el equipo médico que necesita está más allá de sus posibilidades financieras. Yo puedo proporcionar los fondos para su operación y los dispositivos que requiere, pero hay una condición.Su respiración se detuvo. La oferta era el salvavidas que tan desesperadamente necesitaba, pero
—¿Estás segura? Niña.—Sí, señor.—No te arrepentirás —dijo colgando la llamada. Se giró hacia su mayordomo—. Prepara todo, Fabio. Que mi sobrino sea el peón en este tablero, y que entienda lo que es estar al borde del jaque mate. Haré que sienta en carne propia lo que es la desesperación, lo que es depender de los demás.—Señor…. ¿Seguro de esto? —le preguntó su amigo Fabio—. La pobre chica no tiene la culpa.—A veces tenemos que pagar las consecuencias de nuestros padres. **Dos días después**Sofía estaba parada en la acera, su aliento visible en el aire fresco de la mañana. Los rayos del sol asomaban tímidamente sobre el horizonte, proyectando largas sombras en la calle vacía. Se acercaba el día de la boda y nunca imaginó que sería uno de los días más tristes de su vida, pero entendía que su sacrificio valía la pena. Su padre no apareció, sólo vinieron a despedirla su madrastra y su hermanastra Carla.—Mija —comenzó Catalina, su voz cargada de arrepentimiento—, tu padre… qué pe