El cielo estaba cubierto de nubes grises cuando Sofía descendió del taxi, dejando que el aire fresco de la tarde acariciara su rostro. Decidió caminar las últimas cuadras hacia la mansión Ferreti; necesitaba tiempo para pensar, para aclarar la tormenta de emociones que se desataba dentro de ella. Estuardo, el hombre con el que había compartido tantas promesas las últimas semanas, parecía dispuesto a poner su historia con Amanda por encima de su matrimonio. No podía entender cómo él se aferraba a un pasado que ya no debía tener lugar en sus vidas.Mientras avanzaba, los sonidos de la ciudad parecían desvanecerse, dejando solo sus pensamientos resonando en su mente. El peso de la situación se volvía más palpable a cada paso, y el recuerdo de su discusión con Estuardo aún ardía en su interior. “Solo unos meses más”, pensó, recordando el contrato matrimonial que los unía. Divorciarse antes de tiempo implicaría pagar cada centavo que Don Jan Carlo había invertido en su familia, y su fami
Estuardo detuvo el auto frente al edificio de Amanda y apagó el motor, soltando un suspiro pesado mientras miraba hacia la entrada. Durante todo el trayecto, había repetido en su mente lo que planeaba decirle: que lo suyo nunca iba a suceder, que amaba a Sofía y estaba dispuesto a luchar por ella. Se lo debía a su matrimonio, y sobre todo, a sí mismo. Que no podría cumplirle la promesa de casarse con ella y sobre todo que no iba a interferir en su relación con Jacobo o con algún otro hombre. Había enviado un mensaje a Amanda para avisarle que iba en camino, pero hasta ahora no había recibido respuesta, algo que comenzó a inquietarlo.Tras unos minutos de duda, salió del auto y caminó hacia la entrada. Subió al tercer piso y llegó a la puerta del apartamento de Amanda. La puerta, extrañamente, estaba entreabierta. Estuardo se detuvo un segundo, confundido, y luego decidió entrar, llamándola con cautela.—¿Amanda? ¿Estás aquí?El apartamento estaba en penumbra, y un escalofrío le reco
La luz del amanecer se filtraba suavemente por las cortinas de la habitación de Sofía, iluminando el espacio con una claridad pálida que contrastaba con la inquietud que sentía al despertar. Al palpar el lado de la cama donde Estuardo debería estar, sintió un vacío gélido. Él no había regresado a casa. El peso de la sospecha la invadió de inmediato, como un veneno silencioso: ¿habría pasado la noche con Amanda? La idea le revolvió el estómago, pero trató de apartarla mientras se levantaba, aunque su mente no dejaba de insistir en la misma dirección.Sofía se vistió, tratando de armarse de serenidad antes de bajar al comedor. Al llegar, se encontró con la familia reunida alrededor de la mesa, disfrutando del desayuno. La atmósfera de la mansión Ferreti siempre le parecía un tanto opresiva, pero aquella mañana sentía el peso de las miradas más que nunca. Don Jan Carlo, sentado en la cabecera, le dirigió una mirada afable y le sonrió con una aparente cordialidad.—Sofía, hija —la salud
Sentada en el asiento trasero del auto, Sofía miraba las calles pasar en silencio, perdida en sus pensamientos. La última semana había sido una prueba constante; la distancia entre ella y Estuardo parecía insalvable. Apenas cruzaban palabra, y cuando lo hacían, era solo para intercambiar frases triviales o cortantes. Estuardo evitaba su presencia, llegando tarde a casa, y cuando finalmente se dignaba a aparecer, se quedaba dormido en el sillón de la sala o se iba al amanecer antes de que ella despertara. Las dudas sobre su matrimonio se acumulaban, llenándola de incertidumbre y dolor.El auto se detuvo frente a la casa de Carlota, su madrastra. Santiago, quien había permanecido en silencio respetuoso, salió del auto y se apresuró a abrirle la puerta trasera. Sofía bajó, y ambos comenzaron a sacar las bolsas de comida que había comprado para Carlota y su hermano.—Gracias, Santiago —le dijo, mientras él acomodaba las bolsas en sus brazos con cuidado—. Te aviso cuando termine la visita
Sofía subió las escaleras de la mansión Ferreti apresuradamente, aún sin poder creer lo que Priscila le había contado por mensaje. Estuardo había golpeado a Santiago, y ella necesitaba respuestas. Su respiración era rápida, sus pensamientos una maraña de confusión y enojo. Al entrar en su habitación, lo vio de pie junto al espejo, limpiándose el rostro con una toalla. Al notarla, Estuardo dejó la toalla y la miró con frialdad.—¿Te parece normal lo que están diciendo de ti? —su voz era un susurro amenazante—. ¿Cuántas veces te lo dije, Sofía? ¡Pero tú insistes en buscar a ese tipo!Sofía apretó los puños, intentando no dejarse llevar por la frustración.—Todo está fuera de contexto, Estuardo. Me encontré con Santiago de casualidad —explicó con voz temblorosaEstuardo soltó una carcajada amarga.—¿Casualidad? No creo en esas casualidades, Sofía. Esta situación me está cansando —dijo, clavándole una mirada que la hizo retroceder un paso—. Al menos mi tío por fin hizo algo bien y despid
Sofía entró al estudio de don Jan Carlo, el peso de la tensión colgando sobre sus hombros mientras intentaba mantener la calma. La opulencia de la habitación, con sus estanterías de madera oscura y el pesado escritorio de roble, solo acrecentaba la intimidación que sentía. Don Jan Carlo la observaba desde su silla, su mirada helada y penetrante. No hubo preámbulos ni formalidades cuando comenzó a hablar.—Quiero que me expliques —dijo con voz contenida—, por qué no mencionaste antes que Santiago era… tu exnovio.Las palabras parecían un golpe. Sofía sintió que el aire se hacía pesado a su alrededor. Tragó saliva, buscando la manera de explicarse, aunque sabía que no sería sencillo.—Don Jan Carlo, yo… —titubeó, intentando encontrar las palabras correctas—. No lo mencioné porque… Santiago y yo no nos hemos visto en años. Era una relación pasada, de cuando éramos jóvenes. Ni siquiera recordaba cuánto tiempo hacía desde la última vez que hablamos. No quería… complicar las cosas, ni mucho
Sofía intentó subir las escaleras, pero sentía su cuerpo pesado y la vista nublada, como si sus fuerzas la abandonaran en cada paso. La discusión que había escuchado en la bodega entre Estuardo y Nora resonaba en su cabeza, aturdiéndola, y aunque intentaba concentrarse en llegar a la cima, sus piernas tambaleaban con cada escalón.Al llegar casi al final, un mareo súbito la sorprendió, y antes de poder sostenerse, sus pies perdieron apoyo. Cayó hacia atrás, rodando por los escalones, golpeándose con cada impacto en un eco que llenó el vacío de la mansión. Finalmente, su cuerpo quedó tendido en el suelo del vestíbulo, inmóvil.Priscila apareció en el pasillo y se quedó paralizada por un segundo al ver a Sofía tirada al pie de la escalera. Su grito de pánico rompió el silencio, y corrió hacia ella, observando con horror la herida en su frente y el leve hilo de sangre que corría hacia su cabello. Sofía no respondía, sus ojos cerrados y su respiración débil aumentaban la angustia de Prisc
Sofía estaba recostada en la cama del hospital, el frío de las sábanas contrarrestaba el calor sofocante que sentía en el pecho cada vez que pensaba en Estuardo y Nora. Sabía que tenía que mantener la compostura, pero la realidad se volvía más insoportable con cada segundo. Entonces, un ligero golpeteo en la puerta la hizo alzar la vista. Ricardo asomó su cabeza, sonriendo con una calidez sincera que contrastaba con el mundo enredado de mentiras en el que ambos vivían.—Sofía, ¿cómo te sientes? —preguntó al acercarse y tomar asiento junto a ella—. Me aseguré de revisar tu expediente. El médico dice que tu cuerpo reaccionó así debido a una impresión fuerte. Estuardo ha estado muy preocupado.Sofía le sostuvo la mirada, mordiéndose el labio para contener la mezcla de compasión y pena que sentía. Ricardo era un hombre íntegro, honorable, y aunque sus intenciones siempre habían sido buenas, estaba rodeado de personas que lo traicionaban en secreto, empezando por su propia esposa. El hij