A la mañana siguiente, Sofía se despertó sintiendo un extraño olor en el aire. Se incorporó lentamente en la cama, sus sentidos aún adormilados, pero el aroma a quemado la hizo fruncir el ceño. Saltó de la cama y, sin pensarlo mucho, se dirigió a la cocina, temiendo lo peor.Cuando llegó, se encontró con una escena de caos. Estuardo, descalzo y con una expresión de pánico, estaba batallando con un sartén del que salía humo. Intentaba apagar el fuego con movimientos torpes, una toalla en mano, mientras el humo se esparcía por la habitación.—¡Estuardo! —gritó Sofía, corriendo hacia él.Juntos, lograron apagar el fuego, moviendo el sartén hacia un lado y cerrando el gas. El silencio que quedó tras la pequeña crisis estaba acompañado solo por el ligero olor a quemado que aún flotaba en el aire. Estuardo la miró, con la cara cubierta de hollín, pero con una sonrisa de disculpa en los labios.—Quería darte una sorpresa —dijo, su tono ligero a pesar de la situación—. Pero parece que fui yo
Estuardo, preocupado por la ropa empapada de Sofía, buscó una toalla grande en uno de los armarios y se acercó a ella, con una sonrisa suave.—Deja que te ayude a secarte —dijo, envolviéndola con la toalla.Sofía lo observó, nerviosa, su corazón latiendo rápidamente en su pecho. La cercanía de Estuardo la inquietaba de una manera que no terminaba de comprender. Él comenzó a secar sus brazos y su cabello con cuidado, pero pronto la tensión entre ellos empezó a intensificarse. Estuardo, en un gesto natural, comenzó a quitarse la ropa mojada, quedando solo en calzoncillos. Sofía lo miró, y aunque una parte de ella quería apartar la vista, no podía evitar seguir cada uno de sus movimientos.Estuardo se acercó a ella con una calma que solo aumentaba su nerviosismo. Sus manos firmes comenzaron a desabrochar la blusa de Sofía, y aunque él se movía con suavidad, sus manos temblaban ligeramente.—¿Estás bien? —le susurró al ver su incomodidad.Sofía asintió, pero su respiración era irregular,
Había sido el viaje más largo para Sofía, cada minuto, cada segundo fue una tortura. Las noticias de su hermana la dejaron helada, tanto así que en todo el camino no pudo pronunciar palabra. Sus ojos derramaban lágrimas sin poder detenerlas. Al llegar al hospital, y ver a Carla y su madrastra en los pasillos, se apresuró hacia ellas. Los ojos de Sofía reflejaban una mezcla de confusión y dolor mientras se acercaba.Las abrazó con fuerza y los llantos no se hicieron esperar. —¿Qué sucedió exactamente? —preguntó con voz entrecortada, su mirada fija en Carlota.Carlota se frotó los brazos, esquivando la intensidad de la mirada de Sofía. Tenía los ojos rojos y el rostro sombrío, pero su voz se mantuvo fría.—No lo sé bien —contestó Carlota, evitando hacer contacto visual—. Tu padre y Pablo estaban en la casa. Parece que tu padre intentó salvarlo, pero… —Su voz se quebró brevemente antes de recomponerse—. Al final… él no lo logró.Sofía sintió cómo se le desgarraba el alma con aquellas p
Amanda observaba desde la distancia el intercambio entre Sofía y Santiago, ambos envueltos en un abrazo que le parecía demasiado íntimo. Apretó los labios, sintiendo cómo la desconfianza se instalaba en su mente. ¿Por qué la esposa de uno de los dueños de la casa recibiría tanto consuelo de un chófer? Sabía que Santiago era nuevo entre los empleados, pero aquel gesto entre él y Sofía no parecía propio de una relación puramente laboral. Las dudas crecían en su interior mientras su mirada no se apartaba de ellos. Y algo en su interior se encendía de forma peligrosa.Con pasos seguros, Amanda recorrió el lugar hasta encontrar a Estuardo, quien estaba de pie junto a su auto, aparentemente sumido en sus pensamientos. Sin previo aviso, Amanda deslizó una mano sobre su hombro, haciéndolo voltear hacia ella. Lo miró a los ojos y, con una sonrisa que intentaba disimular su incomodidad, habló en voz baja:—¿Por qué no aprovechamos que tu esposa estará fuera unos días? —sugirió suavemente, reco
Sofía recorrió la casa de su familia por última vez, dejando que la mirada se posara sobre cada rincón, cada mueble y cada pequeño detalle. Sus recuerdos parecían entrelazarse con cada rincón de ese hogar que, desde la muerte de su padre, se había vuelto un lugar triste y desolador. Pablo, su hermano menor, se acercó y la abrazó fuerte, sin decir palabra alguna. La despedida fue silenciosa, pero Sofía sintió que no necesitaba de más palabras. Pablo la miraba con ojos tristes, intentando aparentar fuerza, aunque su expresión lo delataba.Luego, se acercó a Carla, quien evitaba el contacto visual, atrapada en una mezcla de sentimientos encontrados. Sofía intentó rodearla con los brazos, pero Carla se mantuvo rígida, como si el luto le hubiera endurecido el corazón. Por último, se despidió de su madrastra Carlota, que lucía tan tranquila y apacible que Sofía sintió una punzada de desconcierto. Desde la muerte de su padre, Carlota había mostrado una extraña serenidad que la hacía parece
La seda de la venda acariciaba la piel de Sofía como una promesa, suave y ligera, mientras Estuardo la guiaba lentamente al interior de la habitación. Sus manos, firmes y cálidas sobre sus hombros, transmitían una seguridad que, después de tantas desilusiones, le parecía casi inalcanzable. El aroma a rosas y vainilla llenaba el aire, envolviéndola en una fragancia delicada, mientras que el toque terroso que emanaba del traje de Estuardo añadía una nota masculina, familiar, que hacía palpitar su corazón. Cuando él le quitó la venda, Sofía abrió los ojos y sintió un leve escalofrío de asombro recorrer su cuerpo.Ante ella, cientos de velas titilaban como estrellas en miniatura, bañando la lujosa suite del hotel en un cálido resplandor dorado que parecía creado solo para ellos. Pétalos de rosa estaban esparcidos sobre el edredón de felpa y dibujaban un camino hacia una mesa delicadamente dispuesta con champán y fresas cubiertas de chocolate. Sofía sintió cómo sus ojos se humedecían, si
La noche era clara y silenciosa mientras Estuardo y Sofía subían al auto. La luz tenue del vehículo iluminaba sus rostros, reflejando la paz que ambos parecían sentir tras unas semanas de relativa calma. Estuardo sonrió mientras giraba la llave de encendido y el motor cobraba vida suavemente.—Han sido las mejores semanas, ¿sabes? —dijo Estuardo, mirándola con una mezcla de ternura y algo que apenas empezaba a reconocer como amor verdadero—. Tenerte a mi lado me hace sentir que todo está en su lugar.Sofía lo observó, sus ojos reflejaban una felicidad que no recordaba haber sentido en mucho tiempo. Después de la tragedia de la muerte de su padre y la incertidumbre que la envolvía, sentir ese apoyo, esa seguridad junto a Estuardo, la ayudaba a recomponer sus propios pedazos.—Yo también me he sentido en paz estos días, pero… —bajó la mirada un instante— necesito ver a mi familia. Mis hermanos y Carlota… aunque todo es complicado, quiero estar cerca de ellos.Estuardo le tomó la mano, a
Sofía se encontraba en el salón principal de la casa de su madrastra Carlota, contemplando una fotografía enmarcada de su padre. Sus ojos se detuvieron en la imagen, recordando el amor y la calidez con los que él siempre la había arropado. La herida de su partida seguía abierta, y, aunque intentaba ser fuerte, las olas de tristeza la embargaban de vez en cuando.Carlota entró en la habitación y, al notar la expresión de Sofía, le habló con suavidad.—Sofía, hija, he estado pensando… —empezó, con voz mesurada—. Tal vez podrías hablar con Estuardo y pedirle que me permitan irme contigo a la casa. Sería una gran ayuda para mí y, bueno, para ustedes también.Sofía suspiró, apartando la mirada de la fotografía y girándose hacia Carlota.—No puedo hacer eso, Carlota. Don Jan Carlo ya ha hecho demasiado por nuestra familia. Pagó la operación de Pablo, los estudios de Carla… incluso el funeral de papá. No quiero seguir pidiendo favores, especialmente cuando ya nos han dado tanto.Carlota la m