CAPÍTULO 42

Estuardo, preocupado por la ropa empapada de Sofía, buscó una toalla grande en uno de los armarios y se acercó a ella, con una sonrisa suave.

—Deja que te ayude a secarte —dijo, envolviéndola con la toalla.

Sofía lo observó, nerviosa, su corazón latiendo rápidamente en su pecho. La cercanía de Estuardo la inquietaba de una manera que no terminaba de comprender. Él comenzó a secar sus brazos y su cabello con cuidado, pero pronto la tensión entre ellos empezó a intensificarse.

Estuardo, en un gesto natural, comenzó a quitarse la ropa mojada, quedando solo en calzoncillos. Sofía lo miró, y aunque una parte de ella quería apartar la vista, no podía evitar seguir cada uno de sus movimientos.

Estuardo se acercó a ella con una calma que solo aumentaba su nerviosismo. Sus manos firmes comenzaron a desabrochar la blusa de Sofía, y aunque él se movía con suavidad, sus manos temblaban ligeramente.

—¿Estás bien? —le susurró al ver su incomodidad.

Sofía asintió, pero su respiración era irregular,
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