Sofie Vang siempre supo que Mathias Lund, su jefe y el poderoso CEO de Lund Farma, estaba totalmente fuera de su alcance. ¡A pesar de su atracción! Él era un hombre meticuloso, implacable y adicto al control, alguien con la vida planeada al milímetro. Pero una noche de consuelo y debilidad acabó con una inesperada despedida… y un secreto que Sofie guardaría durante cinco largos años. Ahora, enfrentando una devastadora noticia de salud, Sofie se ve obligada a hacer lo impensable: dejar a sus tres pequeños hijos al cuidado de Mathias… el hombre que nunca supo que era padre. Cuando un mensajero le entrega el inesperado «paquete» de trillizos, el mundo perfectamente controlado de Mathias se desmorona. Todo su equilibrio se tambalea al descubrir que esos tres niños —fruto de aquella noche de vulnerabilidad— son suyos. ¿Podrá el implacable CEO abrir su corazón a sus hijos… y, quizás, al amor?
Leer másDos días después del incidente en el club, la rutina en la mansión parecía haber vuelto a la normalidad que se había instalado desde que la llegada de los niños a la vida de Mathias.Mathias, sentado en la sala, repasaba al detalle una serie de documentos, mientras esperaba a Lukas, quien se encontraba encerrado en su despacho.Irritado, dado que los niños estaban a punto de bajar a desayunar, listos para su primer día de clases, Mathias dejó los papeles a un lado, y se encaminó a la improvisada oficina de su hermano.Al abrir la puerta, tal y como se temía, se encontró con Lukas frente a su estación de trabajo con los cinco monitores que le había conseguido, parpadeando a su alrededor. Lukas tecleaba frenéticamente, con el ceño fruncido, el cual, por momentos, era sustituido por una intrigante sonrisa.Suspirando, Mathias se acercó a su hermano menor, y, con tono firme, dijo:—Lukas, ¿en qué momento piensas salir de aquí? Te recuerdo que este no es tu único trabajo. Necesito hablar c
Después de una larga noche, Mathias y Lukas finalmente fueron liberados de la comisaría y ambos llegaron a la mansión. Afuera, la madrugada era implacable, y la mansión, envuelta en un gran silencio. Anna, el ama de llaves, quien se había quedado con los niños, probablemente estaría dormida, confiada en que los pequeños no despertarían hasta la mañana siguiente.Lukas, con el labio partido y una ceja abierta, se dejó caer en el sofá de cuero negro de la sala, soltando un profundo suspiro que mezclaba irritación y agotamiento. Mathias lo observó con el ceño fruncido y se paró frente a él, cruzándose de brazos.—Lukas, ¿en qué rayos estabas pensando? —exigió saber, rompiendo el silencio, con una voz que denotaba la falta de sueño—. ¿En serio te pareció que era buena idea meterte en una pelea en un club? ¿Sabes lo que pensarán los niños cuando te vean en ese estado deplorable?Lukas alzó la cabeza y esbozó una sonrisa cargada de sarcasmo, mientras se tocaba con cuidado la zona magullada
Sofie sintió cómo su corazón comenzaba a latir con más fuerza. El tiempo se había congelado por completo, mientras Mathias la observaba con una escalofriante intensidad. Sintiendo la garganta reseca, tragó saliva, y buscó a Freja con la mirada. Para su fortuna, la mujer ya se había adentrado en el club, lo que le permitía no tener que dar nuevas explicaciones.Mientras pensaba en esto, Mathias comenzó a avanzar hacia ella, con los ojos entrecerrados y una expresión que mezclaba sorpresa y algo que rozaba la incredulidad.Sofie lo miró, y vio un destello de dolor en sus ojos azules.—¿Sofie? —volvió a decir, esta vez en un murmullo, como si decir su nombre pudiera detonar una bomba.Sofie inspiró profundamente, y, con un grandísimo esfuerzo, se obligó a adoptar una expresión desconcierto, fingiendo no reconocerlo.—Lo siento, señor —dijo con un tono bajo y vacilante, aunque mantenía la compostura. No podía delatarse—. Creo que me está confundiendo.Sin decir nada, Mathias continuó obse
Sofie salió corriendo hacia la puerta del club, mientras Freja la seguía.—Eylin, espera, ¡no salgas! —intentó detenerla Freja, pero Sofie ya estaba fuera, enfrentándose a la fría noche.Al llegar a la acera, se encontró con una caótica escena: dos hombres enzarzados en una brutal pelea, bajo el tenue brillo de las farolas. Los golpes secos se mezclaban con los jadeos ahogados y los gruñidos. Sofie apenas logró enfocar la escena cuando sintió una mezcla de rabia y pánico, al reconocer a uno de los hombres, Ole, el esposo de su mejor amiga. Mientras el otro, un muchacho de no más de veinticinco años, tenía el rostro cubierto de sangre y barro, con el ceño fruncido, con los ojos llenos de rabia.—No eres quién para decirme qué hacer —gritó el muchacho, intentando limpiarse la sangre con la manga de su chaqueta.Pero Ole no dejaba de lanzar un golpe tras otro, cada uno con más fuerza que el anterior y que asestaba sin problemas a pesar de su estado de ebriedad. No obstante, el otro tampo
Sofie inspiró profundo e intentó escabullirse por entre las mesas y perderse de vista entre la multitud. Sin embargo, Erik se adelantó con una sorprendente rapidez para alguien bajo los efectos del alcohol, y, sin mediar palabra, la tomó del brazo y la obligó a voltearse, acercándose tanto que el acre hedor del alcohol mezclado con su loción barata le revolvió el estómago. Los ojos de Sofie, abiertos de par en par, reflejaban el asombro: Erik, su exprometido, se encontraba allí, frente a ella, en su primer día de trabajo.—Espera un momento… —balbuceó él, enfocando su mirada vidriosa en su rostro, sin soltarla—. ¡Te pareces tanto a…! —dijo, titubeante, mientras su expresión oscilaba entre la confusión y la duda. Cerró los ojos y la señaló con el dedo, tambaleándose—. Me recuerdas tanto a esa maldita… S-Sofie. Esa ingrata…El corazón de Sofie latía con fuerza; temiendo que, a pesar del maquillaje y del atuendo, él pudiera reconocerla y armara un escándalo. Sin embargo, los ojos de Erik
—¿Estás segura, nena? —preguntó Katrine, viendo a Sofie preparar su bolso con el uniforme y lo que creía que necesitaría aquella noche.—No, pero no tengo opciones. Tomaré esto mientras aparece algo más… decente. No me juzgues, ¿sí? —respondió Sofie, revisando que no se olvidara de nada.Katrine soltó un suspiro, y la miró por un momento, antes de asentir.—Jamás lo haría, pero, aun así, no puedo evitar preocuparme por ti.—En serio, estaré bien. Iré esta noche, y, de acuerdo a la experiencia, decidiré qué hacer. No te preocupes.Katrine volvió a asentir, con una sonrisa apenada, mientras Sofie se colgaba el bolso al hombro y se encaminaba hacia la entrada.—Cuídate, ¿sí?—Sí, tú también. Nos vemos. No me esperes despierta.—Como si pudiera —bufó Katrine, sonriendo. Desde hacía tiempo, sus noches en vela eran una constante, siempre frente al ordenador, temiendo la hora en que Ole llegara ebrio.Tras un breve abrazo, Sofie salió de la vivienda y rápidamente se subió el coche que había
Al llegar a la mansión, tras un largo día en la empresa, Mathias se dejó caer en el sofá. Se sentía completamente exhausto. Todo era un caos: la empresa, los niños y la falta de noticias de Sofie lo tenían al borde de un colapso nervioso.Mientras se frotaba los ojos, intentando relajarse un poco, los niños corrían y reían a su alrededor. ¿Es que nunca se les agotaba la batería?Pensando en esto, suspiró, a punto de llamar a Anna para que preparara la cena antes del horario habitual, mientras los niños se perdían en la pequeña habitación de juegos que les había mandado a instalar, cuando la puerta de la mansión se abrió y se cerró de golpe.—¿Qué hay, hermano? —saludó Lukas, sentándose a su lado con total desparpajo.—¿Tienes alguna noticia de Sofie? —inquirió Mathias, en un tono tajante, sin molestarse con formalismos.—Oye, hermano, cálmate —repuso Lukas, alzando las manos, como si fuera un asalto, mientras sonreía de lado—. No tengo nada todavía. He estado vigilando la casa de Katr
Mathias se ajustó la corbata. Había pasado una nueva mala noche y apenas había logrado prepararse para el día, mientras Anna les preparaba el desayuno. Aún estaba aprendiendo a manejar el caos de aquella vida que, hasta hacía poco, no incluía escuchar a dos niños pelearse ni mucho menos peinar a una niña a las siete de la mañana.La situación, para colmo de males, empeoraba cuando llegaba a la oficina. Intentaba mantener su fachada de CEO imperturbable, pero, sin nadie que cuidara a Emma, Lars y Jens durante el día, se había visto forzado a llevarlos con él a la empresa.Las miradas de los empleados, llenas de incredulidad y de sorpresa, iban y venían, cada vez que lo veían cruzar por la recepción, seguido de los tres niños tras de él, como un papá pato en un mundo de tiburones.Al llegar aquel día, la recepcionista se puso de pie, esbozando la mejor de sus sonrisas, aunque apenas logró disimular la mirada de incomodidad cuando los trillizos se adelantaron para abrir la oficina de Mat
Tras varios intentos fallidos, una inesperada llamada interrumpió su mediodía.—Hola, Sofie. Hemos revisado tu solicitud, y estamos interesados en tu perfil. Necesitamos a alguien dispuesto a trabajar en un ambiente dinámico y lleno de vida. Requiere de un código de vestimenta, al cual nuestros clientes están acostumbrados. —Hizo una pausa, y, con un tono intencionalmente neutral, añadió—: Es esencial que las empleadas vistan con ropa algo… atrevida. Eso ayuda a atraer al público, y, por supuesto, garantiza que complementes tu paga con unas excelentes propinas.Sofie sintió un nudo en el estómago, y, automáticamente, apretó el teléfono, mientras su mano libre temblaba ligeramente. La idea de trabajar en un sitio como ese la hacía sentirse expuesta, vulnerable, e, incluso, ridícula. Pensando en esto, no pudo evitar recordar los días en los que tenía un empleo en una oficina y lo bien que se sentía al llegar a casa con la cabeza en alto.Sin embargo, el costo del tratamiento que tal vez