Sofie Vang siempre supo que Mathias Lund, su jefe y el poderoso CEO de Lund Farma, estaba totalmente fuera de su alcance. ¡A pesar de su atracción! Él era un hombre meticuloso, implacable y adicto al control, alguien con la vida planeada al milímetro. Pero una noche de consuelo y debilidad acabó con una inesperada despedida… y un secreto que Sofie guardaría durante cinco largos años. Ahora, enfrentando una devastadora noticia de salud, Sofie se ve obligada a hacer lo impensable: dejar a sus tres pequeños hijos al cuidado de Mathias… el hombre que nunca supo que era padre. Cuando un mensajero le entrega el inesperado «paquete» de trillizos, el mundo perfectamente controlado de Mathias se desmorona. Todo su equilibrio se tambalea al descubrir que esos tres niños —fruto de aquella noche de vulnerabilidad— son suyos. ¿Podrá el implacable CEO abrir su corazón a sus hijos… y, quizás, al amor?
Leer másLa sala del hospital se encontraba en penumbras, iluminada tan solo por el tenue resplandor del monitor cardíaco que emitía un constante pitido. Sofie yacía en la cama, inmóvil, su piel tan pálida como las sábanas que la cubrían. A pesar de los sedantes que le habían administrado, su rostro no mostraba paz, sino una fatiga que parecía provenir de algo más profundo que el cansancio físico.Mathias se hallaba de pie junto a la ventana, con las manos en los bolsillos y la mirada perdida en el horizonte. El hospital era moderno, silencioso, eficiente, pero esa frialdad lo hacía aún más opresivo. Sus pensamientos giraban en espiral desde que el médico le había dado el diagnóstico.Sofie tenía cáncer.Pero no era tan simple. Estaba avanzado; era metastásico, terminal. La palabra seguía retumbando en su cabeza, un eco implacable que lo golpeaba, una y otra vez.¿Cómo era posible que Sofie hubiese soportado aquello sin decirle nada?Cuando finalmente se giró hacia la cama, se encontró con los
El parque se encontraba desierto a esa hora de la tarde, con el sol del otoño ocultándose lentamente detrás de los edificios. Las ramas de los árboles, las cuales comenzaban a quedar desnudas, crujían bajo el viento helado, proyectando largas y retorcidas sombras sobre la gravilla.Katrine empujaba la silla de ruedas de Lars, mientras Sofie caminaba junto a ella y el globo que Emma había insistido en llevar ondeaba suavemente con cada ráfaga, atado a la muñeca de Sofie como un símbolo de alegría que contrastaba con el invisible peso que parecía hundirla.—Es un buen sitio. Es tranquilo —comentó Katrine, viendo cómo Emma y Jens corrían por el césped reseco, turnándose para empujar un carrito de juguete, mientras reían sin parar.—Sí —respondió Sofie, en apenas un murmullo, esbozando una sonrisa que no alcanzó sus ojos.Katrine la miró, con el ceño ligeramente fruncido.—Sofie, ¿todo bien?—Sí —asintió Sofie sin apartar la vista de los niños—. Solo… estoy un poco cansada.Katrine la eva
La oficina central de Lund Farma tenía un aire sofisticado, minimalista, y Kaja Lønn había estado allí muchas veces, pero esta vez era por un motivo diferente. Mientras caminaba por el brillante vestíbulo de mármol, su sonrisa habitual fue sustituida por una expresión fría y calculadora. El sobre en su mano parecía arder, pero no por el contenido, sino por lo que significaba. Helge Andersen, el investigador privado que había contratado un par de días atrás, había hecho un excelente trabajo, proporcionándole lo que ella necesitaba: la verdad sobre quién era la madre de los niños. Sofie Vang. Ese nombre le resonaba, y no fue hasta que vio que había sido asistente personal de Mathias, durante la época en la que ellos habían tenido una relación, que comprendió quién era realmente.Sin pensarlo mucho, entró en la sala de juntas sin pedir permiso. Los altos ventanales dejaban entrar la luz del mediodía, y Mathias estaba de pie junto a una pantalla táctil, revisando un esquema estratégico.
El vestíbulo, tan amplio y elegante como opresivo, parecía haberse encogido en cuestión de segundos. Cada palabra de Sonja había caído como un martillo sobre la mente de Mathias:«Es obvio que están juntos de nuevo».Las paredes, antes una barrera segura entre él y el mundo exterior, se sentían ahora como una prisión. El aire era denso, irrespirable. Mathias tensó los hombros, cada músculo de su cuerpo luchando por no ceder a la rabia contenida.—Mamá, basta —espetó finalmente, con un tono helado que cortó el aire como un cuchillo.Sonja no pareció inmutarse. Su sonrisa permanecía intacta, una obra maestra de cinismo que solo ella podía manejar con tanta perfección.—¿Basta? ¿De qué, hijo? —replicó Sonja, ladeando la cabeza y alzando las cejas en un fingido gesto de inocencia—. No tienes por qué fingir frente a mí. Siempre he sabido que tú y Kaja estaban destinados a estar juntos. Es el curso natural de las cosas.Kaja, siempre dispuesta a entrar en escena, colocó una mano en el brazo
El despacho de Mathias estaba inundado de una luz grisácea que se filtraba por los grandes ventanales, difusa por las nubes bajas que parecían haberse instalado de forma permanente sobre la mansión. Los contratos esparcidos frente a él permanecían casi intactos, a pesar de sus esfuerzos por concentrarse. El eco de los últimos días seguía retumbando en su mente: los gritos, el crujido de algo invisible rompiéndose en el aire entre él y Lukas, y luego el silencio. Un silencio que había envuelto a Sofie como un manto.Mathias se pasó una mano por el cabello, con la mandíbula tensa. Había intentado hablar con Sofie, pero cada intento lo había dejado con un vacío más profundo. Ella lo rechazaba con una frialdad glacial, una barrera que él no sabía si era orgullo herido o puro miedo. Y, en el fondo, la pregunta que lo atormentaba: ¿Qué me ocultas, Sofie?Estaba inmerso en esos pensamientos cuando un golpe seco en la puerta lo sacó de su ensimismamiento. Alzó la vista, con el ceño fruncido.
Cuando Sofie llegó a la mansión, lo hizo con una opresiva carga en su pecho. A pesar de las buenas noticias de su tratamiento, no podía evitar sentir que su mente era un campo de batalla.En cuanto cruzó el umbral de la puerta principal, buscó a Mathias con la mirada, consciente de que a esa hora ya debería de haber llegado a casa.—Sofie… —la saludó Lukas, con un leve asentimiento de cabeza, mientras se encaminaba hacia su estudio.—Lukas, espera —lo detuvo, y él se giró hacia ella con las cejas en alto—. ¿Los niños…?—Están con Beate en la sala de juegos.—Bien… Esto… —dudó—. ¿Mathias no ha llegado todavía?—No, aún no ha llegado. Me llamó hace un momento para decirme que llegará en una hora —respondió, alzando una ceja.Sofie asintió con lentitud. A pesar de que una hora no era demasiado, al menos le daría un poco de tiempo para mentalizarse y pensar bien en cómo lo enfrentaría.—¿Por qué preguntabas? —inquirió Lukas, cortando el flujo de sus pensamientos, mientras se cruzaba de br
El amanecer se presentaba como una mezcla extraña de calma y tensión, como si las mismas paredes de la mansión contuvieran el aliento. Sofie se levantó temprano, Pero no pudo evitar demorarse un rato frente al espejo, intentando calmar el torrente de emociones que se agitaban en su interior.Ese era el día de la nueva cita con la doctora Bergström, el día en el que por fin sabría si el tratamiento estaba funcionando o no.Con la ansiedad y los nervios a flor de piel, Sofie bajó las escaleras, de camino a la cocina.Al llegar, la encontró un poco más recurrida de lo que esperaba a esa hora de la mañana. Lukas y Katrine estaban allí, sentados a la mesa, ligeramente inclinados el uno hacia el otro, hablando en susurros.Sofie se detuvo por un momento, observándolos. A pesar de saber que los nervios y la ansiedad habían acompañado a Katrine por demasiado tiempo, y seguían haciéndolo, no podía negar que en ese momento con Lukas exudaba una calma que hacía mucho que no veía en ella. Por su
La oscuridad se había cernido sobre la imponente mansión, como un manto opresivo, mientras Katrine, sentada en el amplio sofá de la sala, miraba la nada, con una taza de té entre las manos, intentando relajarse. Sin embargo, era en vano. La ansiedad parecía no querer remitir. Por el contrario, era como si, con cada segundo, se aferrara a su pecho con más fuerza.Los últimos días habían sido una tormenta constante de pensamientos oscuros y preocupación. Intentaba mantenerse firme, sobre todo por Sofie. No quería que ella perdiera el enfoque de su tratamiento ni que la tensión la afectara, pero el simple hecho de no saber dónde estaba Ole hacía que cada segundo fuera una agonía. El comisario que había llevado su caso desde que denunció a Ole la mantenía informada de los avances, pero estos eran prácticamente inexistentes. Ole estaba desaparecido, como si hubiera borrado su rastro del mundo. Esa incertidumbre la carcomía por dentro. Apenas podía dormir por las noches, y durante el día,
Berlín, Alemania. Una semana después…El silencio que reinaba en la habitación únicamente era roto por el leve zumbido del portátil que se encontraba frente a Mathias, en donde leía los últimos documentos del trato, comprobando que todo estuviera en regla, cerrando así, de manera exitosa, la semana de arduo trabajo en Alemania.Desde lo profesional, aquello había sido una completa victoria. El nuevo tratamiento que estaban por introducir en Lund Farma prometía revolucionar el mercado. Sin embargo, la sensación de triunfo no se extendía por su interior. Mientras revisaba los detalles, un pensamiento rondaba su cabeza sin descanso: Dinamarca. No era solo su lugar en el mundo, sino el sitio en el que estaban los niños… y Sofie. Y esa última idea era lo que lo inquietaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. —Es impresionante lo que hemos logrado juntos —dijo Kaja, irrumpiendo en la habitación con una copa de vino en la mano. Mathias alzó la mirada, con su rostro imperturbable. Au