La carretera serpenteaba bajo el cielo encapotado. Las gotas golpeaban el parabrisas, mientras Mathias conducía en silencio, completamente tenso. Lukas, en el asiento del copiloto, jugueteaba con el móvil, aunque su atención estaba puesta en el rostro de su hermano.En el asiento trasero, los niños tenían sus caritas pegadas a la ventanilla, observando el paisaje, con una evidente emoción.—Lars, Jens, ¿recuerdan ese puente? —preguntó Emma, señalando con entusiasmo.Lars sonrió y asintió, mientras Jens se limitaba a mirar sin decir nada.—Siempre pasábamos por ahí cuando mamá nos llevaba al parque —añadió Emma, riendo suavemente.Mathias frunció el ceño, sintiendo como aquellas referencias a la vida que habían llevado con Sofie lo hacían sentir como un completo intruso.—¡Es por ahí, papá! —exclamó Lars, señalando una curva—. Ese es el camino…La tensión en el coche aumentó, y Lukas miró a su hermano, notando que la expresión de Mathias se había endurecido.—¿Estás seguro? —preguntó L
Tras la respuesta de Mathias, el silencio en el portero se volvió tan denso que casi podía sentirlo en el aire, antes de que un seco clic le indicara que se había cortado la comunicación.Mathias inspiró profundamente, cerró los ojos por un instante y trató de contener la frustración, aunque sus músculos se tensaron al máximo. Acto seguido, abrió los ojos y presionó el botón repetidas veces, sin obtener ni la más mínima respuesta, lo que no hizo más que aumentar el estrés que ya sentía.Estaba a punto de golpear el telefonillo con la palma de su mano, cuando la puerta principal del edificio se abrió con un golpe. Un hombre, más bajo que él, con el cabello rubio y ojos de un verde apagado, salió con el rostro desfigurado por la rabia.—¿Qué diablos haces aquí? —rugió Erik, caminando con pasos rápidos, los hombros tensos y los puños apretados.Mathias no se movió, sino que permaneció erguido como una pared de hielo, sin que su mirada de acero reflejara emoción alguna. Ni siquiera parpad
La tormenta no amainaba, mientras el coche avanzaba por las calles de Copenhague. Mathias apretaba el volante, intentando concentrarse en la conducción y en las indicaciones que los niños le daban desde el asiento trasero.—Aquí, papá, gira por esta calle y luego sube el puente —le decía Lars, con la mirada atenta, señalando el camino—. Así íbamos a casa de Katrine con mamá.No obstante, Emma, contrario a hacía unos minutos, se encontraba en silencio, con la mirada vidriosa fija en la ventana y su peluche apretado contra el pecho. Mientras Mathias seguía las indicaciones de Lars, miró a su hija por el retrovisor, intrigado por su silencio.Lukas, quien también iba extrañamente silencioso, miró a Mathias con complicidad, y, rompiendo su mutismo, en voz baja, comentó:—Parece que Emma se ha dado cuenta de lo que está pasando…Mathias apartó los ojos del espejo retrovisor por un momento, pensativo. Si era como decía Lukas, lidiar con eso sería mucho más complejo que cualquier negociación
Diez minutos después, Mathias aparcó el coche frente a la vivienda que Jens le había indicado y miró la fachada, por un momento. Lukas observaba atentamente a su hermano, mientras Emma permanecía en silencio, recostada en el asiento trasero, y Lars intentaba animarla sin éxito.—Quédate con los niños, yo te llamaré si hace falta —dijo Mathias, en un tono mucho más serio y frío que de costumbre, sin apartar la mirada de la fachada de la casa que había a un lado.Lukas asintió, encogiéndose de hombros, tras lo cual Mathias se bajó del coche y se acercó a la puerta, en donde llamó al timbre, hasta que escuchó pasos apresurados al otro lado.Un minuto después, Katrine abrió la puerta, mostrando una calculada sorpresa.—¿Señor Lund? ¿A qué debo el honor de su visita? —preguntó con un tono que pretendía ser amable, pero que no logró ocultar del todo su incomodidad. No temió reconocerlo, después de todo, quien no conociera a Mathias Lund, aunque solo fuera por las noticias, había vivido deba
Cuando Sofie llegó al hospital, lo hizo con pasos lentos, intentando calmarse. La llamada de la doctora Bergström la había llenado de ansiedad, aunque no imaginaba nada peor que el diagnóstico que había recibido.¿Qué más podía haber más allá de la certeza de que estaba muriendo? ¿Qué más podía decirle?Con estas preguntas en mente, inspiró profundamente, y cruzó la sala de espera, sin mirar a nada ni a nadie.«Tranquila, Sofie. Nada puede ser peor… Nada», se dijo a sí misma, buscando creerlo, aunque el corazón le pesaba como una losa.Casi mecánicamente, continuó avanzando, sintiendo que los pies apenas le respondían y el corazón le martilleaba en las costillas.Sin embargo, cuando ya estaba por llegar frente a la puerta de la doctora Helena Bergström, algo por el rabillo del ojo llamó su atención. ¿Acaso ese hombre alto, de cabello oscuro y perfil digno de un dios, era…?—Señorita Vang —dijo la doctora Bergström llamando su atención—. Me alegra que haya venido tan rápido. Pase a mi
La puerta del consultorio se cerró detrás de Sofie con un suave clic, y ella se obligó a inspirar profundamente. El ambiente estaba impregnado de un intenso olor a desinfectante y papel antiguo, una mezcla que antiguamente solía agradarle, pero que ahora no hacía más que recordarle su maldita fragilidad.La doctora Helena Bergström, con su habitual calma, se sentó frente a ella y entrelazó sus manos sobre el escritorio, mirándola fijamente.Si bien la expresión de la doctora no era tan grave como la última vez, cuando sus ojos se encontraron con los de Sofie esbozó una amplia sonrisa, intentando tranquilizarla.—Señorita Vang —comenzó a decir la doctora, inclinándose levemente hacia adelante—, le pedí que viniera en persona porque me gustaría hablar con usted de algo que me parece de suma importancia en su caso.Al notar que hacía una pausa, Sofie asintió y tragó saliva, indicándole que la oía.—He estado revisando los últimos avances médicos para casos terminales como el suyo —prosig
Mathias soltó un profundo suspiro, y recogió las cosas antes de conducir a los niños fuera de la sala. El aire del hospital se le hizo opresivo y espeso, pero no le importaba, en su mente solo había un pensamiento: Sofie.En silencio, se encaminó hacia el coche, con Emma en brazos. Una vez allí, colocó a los niños metódicamente en el asiento trasero, mientras Lukas se subía en el asiento del copiloto.—¿No nos vamos? —inquirió Lukas, frunciendo el ceño, al ver que Mathias se acomodaba el saco y se disponía a darse la vuelta.—Solo será un minuto —repuso, sin dar demasiados detalles—. Quédate con ellos, ¿sí? Si pasa algo, tengo el móvil a mano.Lukas, adivinando lo que su hermano tenía en mente, suspiró y cerró la puerta sin intentar detenerlo. Después de todo, conociéndolo, sabía que era un caso perdido.Tras echar un último vistazo al coche, Mathias se dio media vuelta y se encaminó hacia el hospital, con una mezcla de decisión y una pizca de contenida desesperación. No podía quitars
Sofie regresó a la casa de su mejor amiga, con pasos lentos y cansados, como si cargara todo el peso de su vida en ellos. Y, en efecto, así sentía que era. La tarde la envolvía, húmeda y fría, después de la tormenta, mientras la casa de su amiga aparecía a lo lejos. Todavía podía oír en su mente las palabras de la doctora, resonando como una mezcla dolorosísima de esperanza y desesperación.«Un cincuenta por ciento de posibilidades…»«Seiscientas mil coronas danesas».Al cruzar la puerta, su amiga la recibió como si la hubiera estado esperando. Tras notar su evidente pesar, Katrine se apresuró a rodearla en un protector abrazo, antes de mirarla a los ojos con ansiedad y preocupación.—Nena… ¿todo bien? ¿Qué te dijo la doctora? —preguntó en un susurro, guiándola hacia la sala.Sofie suspiró y se dejó caer en el sofá, sintiendo cómo la mirada de su amiga le estrujaba el corazón. Fue entonces, cuando le contó todo con un tono monótono, como si fueran un recuerdo lejano. Cada frase resum