La puerta del consultorio se cerró detrás de Sofie con un suave clic, y ella se obligó a inspirar profundamente. El ambiente estaba impregnado de un intenso olor a desinfectante y papel antiguo, una mezcla que antiguamente solía agradarle, pero que ahora no hacía más que recordarle su maldita fragilidad.La doctora Helena Bergström, con su habitual calma, se sentó frente a ella y entrelazó sus manos sobre el escritorio, mirándola fijamente.Si bien la expresión de la doctora no era tan grave como la última vez, cuando sus ojos se encontraron con los de Sofie esbozó una amplia sonrisa, intentando tranquilizarla.—Señorita Vang —comenzó a decir la doctora, inclinándose levemente hacia adelante—, le pedí que viniera en persona porque me gustaría hablar con usted de algo que me parece de suma importancia en su caso.Al notar que hacía una pausa, Sofie asintió y tragó saliva, indicándole que la oía.—He estado revisando los últimos avances médicos para casos terminales como el suyo —prosig
Mathias soltó un profundo suspiro, y recogió las cosas antes de conducir a los niños fuera de la sala. El aire del hospital se le hizo opresivo y espeso, pero no le importaba, en su mente solo había un pensamiento: Sofie.En silencio, se encaminó hacia el coche, con Emma en brazos. Una vez allí, colocó a los niños metódicamente en el asiento trasero, mientras Lukas se subía en el asiento del copiloto.—¿No nos vamos? —inquirió Lukas, frunciendo el ceño, al ver que Mathias se acomodaba el saco y se disponía a darse la vuelta.—Solo será un minuto —repuso, sin dar demasiados detalles—. Quédate con ellos, ¿sí? Si pasa algo, tengo el móvil a mano.Lukas, adivinando lo que su hermano tenía en mente, suspiró y cerró la puerta sin intentar detenerlo. Después de todo, conociéndolo, sabía que era un caso perdido.Tras echar un último vistazo al coche, Mathias se dio media vuelta y se encaminó hacia el hospital, con una mezcla de decisión y una pizca de contenida desesperación. No podía quitars
Sofie regresó a la casa de su mejor amiga, con pasos lentos y cansados, como si cargara todo el peso de su vida en ellos. Y, en efecto, así sentía que era. La tarde la envolvía, húmeda y fría, después de la tormenta, mientras la casa de su amiga aparecía a lo lejos. Todavía podía oír en su mente las palabras de la doctora, resonando como una mezcla dolorosísima de esperanza y desesperación.«Un cincuenta por ciento de posibilidades…»«Seiscientas mil coronas danesas».Al cruzar la puerta, su amiga la recibió como si la hubiera estado esperando. Tras notar su evidente pesar, Katrine se apresuró a rodearla en un protector abrazo, antes de mirarla a los ojos con ansiedad y preocupación.—Nena… ¿todo bien? ¿Qué te dijo la doctora? —preguntó en un susurro, guiándola hacia la sala.Sofie suspiró y se dejó caer en el sofá, sintiendo cómo la mirada de su amiga le estrujaba el corazón. Fue entonces, cuando le contó todo con un tono monótono, como si fueran un recuerdo lejano. Cada frase resum
Al día siguiente, a las ocho de la mañana, Sofie se levantó, tras quedarse a dormir en casa de su mejor amiga, y se sentó frente a la mesa de la cocina. La laptop brillaba con una inquietante frialdad mientras movía el cursor por la página de empleos que había escogido revisar aquel día. Agradecía que el esposo de Katrine no hubiera aparecido, y esperaba que no lo hiciera, pues sabía que no le agradaría que estuviera allí.Rápidamente, fijó la vista en la pantalla, la cual parecía reflejar fragilidad y su necesidad, así como también de la poca esperanza que aún le quedaba. Sofie suspiró y, con el corazón acelerado, comenzó la búsqueda que había dejado en pausa la noche anterior.«Mesera, turno nocturno… Empleada en tienda de conveniencia… Asistente de limpieza…», repasaba los anuncios en silencio. Movía el mouse casi por reflejo, abriendo una pestaña tras otra, analizando opciones que nunca hubiese considerado, en otra situación, dada su preparación académica.Unos minutos después, Ka
Tras varios intentos fallidos, una inesperada llamada interrumpió su mediodía.—Hola, Sofie. Hemos revisado tu solicitud, y estamos interesados en tu perfil. Necesitamos a alguien dispuesto a trabajar en un ambiente dinámico y lleno de vida. Requiere de un código de vestimenta, al cual nuestros clientes están acostumbrados. —Hizo una pausa, y, con un tono intencionalmente neutral, añadió—: Es esencial que las empleadas vistan con ropa algo… atrevida. Eso ayuda a atraer al público, y, por supuesto, garantiza que complementes tu paga con unas excelentes propinas.Sofie sintió un nudo en el estómago, y, automáticamente, apretó el teléfono, mientras su mano libre temblaba ligeramente. La idea de trabajar en un sitio como ese la hacía sentirse expuesta, vulnerable, e, incluso, ridícula. Pensando en esto, no pudo evitar recordar los días en los que tenía un empleo en una oficina y lo bien que se sentía al llegar a casa con la cabeza en alto.Sin embargo, el costo del tratamiento que tal vez
Mathias se ajustó la corbata. Había pasado una nueva mala noche y apenas había logrado prepararse para el día, mientras Anna les preparaba el desayuno. Aún estaba aprendiendo a manejar el caos de aquella vida que, hasta hacía poco, no incluía escuchar a dos niños pelearse ni mucho menos peinar a una niña a las siete de la mañana.La situación, para colmo de males, empeoraba cuando llegaba a la oficina. Intentaba mantener su fachada de CEO imperturbable, pero, sin nadie que cuidara a Emma, Lars y Jens durante el día, se había visto forzado a llevarlos con él a la empresa.Las miradas de los empleados, llenas de incredulidad y de sorpresa, iban y venían, cada vez que lo veían cruzar por la recepción, seguido de los tres niños tras de él, como un papá pato en un mundo de tiburones.Al llegar aquel día, la recepcionista se puso de pie, esbozando la mejor de sus sonrisas, aunque apenas logró disimular la mirada de incomodidad cuando los trillizos se adelantaron para abrir la oficina de Mat
Al llegar a la mansión, tras un largo día en la empresa, Mathias se dejó caer en el sofá. Se sentía completamente exhausto. Todo era un caos: la empresa, los niños y la falta de noticias de Sofie lo tenían al borde de un colapso nervioso.Mientras se frotaba los ojos, intentando relajarse un poco, los niños corrían y reían a su alrededor. ¿Es que nunca se les agotaba la batería?Pensando en esto, suspiró, a punto de llamar a Anna para que preparara la cena antes del horario habitual, mientras los niños se perdían en la pequeña habitación de juegos que les había mandado a instalar, cuando la puerta de la mansión se abrió y se cerró de golpe.—¿Qué hay, hermano? —saludó Lukas, sentándose a su lado con total desparpajo.—¿Tienes alguna noticia de Sofie? —inquirió Mathias, en un tono tajante, sin molestarse con formalismos.—Oye, hermano, cálmate —repuso Lukas, alzando las manos, como si fuera un asalto, mientras sonreía de lado—. No tengo nada todavía. He estado vigilando la casa de Katr
—¿Estás segura, nena? —preguntó Katrine, viendo a Sofie preparar su bolso con el uniforme y lo que creía que necesitaría aquella noche.—No, pero no tengo opciones. Tomaré esto mientras aparece algo más… decente. No me juzgues, ¿sí? —respondió Sofie, revisando que no se olvidara de nada.Katrine soltó un suspiro, y la miró por un momento, antes de asentir.—Jamás lo haría, pero, aun así, no puedo evitar preocuparme por ti.—En serio, estaré bien. Iré esta noche, y, de acuerdo a la experiencia, decidiré qué hacer. No te preocupes.Katrine volvió a asentir, con una sonrisa apenada, mientras Sofie se colgaba el bolso al hombro y se encaminaba hacia la entrada.—Cuídate, ¿sí?—Sí, tú también. Nos vemos. No me esperes despierta.—Como si pudiera —bufó Katrine, sonriendo. Desde hacía tiempo, sus noches en vela eran una constante, siempre frente al ordenador, temiendo la hora en que Ole llegara ebrio.Tras un breve abrazo, Sofie salió de la vivienda y rápidamente se subió el coche que había