—¿Estás segura, nena? —preguntó Katrine, viendo a Sofie preparar su bolso con el uniforme y lo que creía que necesitaría aquella noche.—No, pero no tengo opciones. Tomaré esto mientras aparece algo más… decente. No me juzgues, ¿sí? —respondió Sofie, revisando que no se olvidara de nada.Katrine soltó un suspiro, y la miró por un momento, antes de asentir.—Jamás lo haría, pero, aun así, no puedo evitar preocuparme por ti.—En serio, estaré bien. Iré esta noche, y, de acuerdo a la experiencia, decidiré qué hacer. No te preocupes.Katrine volvió a asentir, con una sonrisa apenada, mientras Sofie se colgaba el bolso al hombro y se encaminaba hacia la entrada.—Cuídate, ¿sí?—Sí, tú también. Nos vemos. No me esperes despierta.—Como si pudiera —bufó Katrine, sonriendo. Desde hacía tiempo, sus noches en vela eran una constante, siempre frente al ordenador, temiendo la hora en que Ole llegara ebrio.Tras un breve abrazo, Sofie salió de la vivienda y rápidamente se subió el coche que había
Sofie inspiró profundo e intentó escabullirse por entre las mesas y perderse de vista entre la multitud. Sin embargo, Erik se adelantó con una sorprendente rapidez para alguien bajo los efectos del alcohol, y, sin mediar palabra, la tomó del brazo y la obligó a voltearse, acercándose tanto que el acre hedor del alcohol mezclado con su loción barata le revolvió el estómago. Los ojos de Sofie, abiertos de par en par, reflejaban el asombro: Erik, su exprometido, se encontraba allí, frente a ella, en su primer día de trabajo.—Espera un momento… —balbuceó él, enfocando su mirada vidriosa en su rostro, sin soltarla—. ¡Te pareces tanto a…! —dijo, titubeante, mientras su expresión oscilaba entre la confusión y la duda. Cerró los ojos y la señaló con el dedo, tambaleándose—. Me recuerdas tanto a esa maldita… S-Sofie. Esa ingrata…El corazón de Sofie latía con fuerza; temiendo que, a pesar del maquillaje y del atuendo, él pudiera reconocerla y armara un escándalo. Sin embargo, los ojos de Erik
Sofie salió corriendo hacia la puerta del club, mientras Freja la seguía.—Eylin, espera, ¡no salgas! —intentó detenerla Freja, pero Sofie ya estaba fuera, enfrentándose a la fría noche.Al llegar a la acera, se encontró con una caótica escena: dos hombres enzarzados en una brutal pelea, bajo el tenue brillo de las farolas. Los golpes secos se mezclaban con los jadeos ahogados y los gruñidos. Sofie apenas logró enfocar la escena cuando sintió una mezcla de rabia y pánico, al reconocer a uno de los hombres, Ole, el esposo de su mejor amiga. Mientras el otro, un muchacho de no más de veinticinco años, tenía el rostro cubierto de sangre y barro, con el ceño fruncido, con los ojos llenos de rabia.—No eres quién para decirme qué hacer —gritó el muchacho, intentando limpiarse la sangre con la manga de su chaqueta.Pero Ole no dejaba de lanzar un golpe tras otro, cada uno con más fuerza que el anterior y que asestaba sin problemas a pesar de su estado de ebriedad. No obstante, el otro tampo
Sofie sintió cómo su corazón comenzaba a latir con más fuerza. El tiempo se había congelado por completo, mientras Mathias la observaba con una escalofriante intensidad. Sintiendo la garganta reseca, tragó saliva, y buscó a Freja con la mirada. Para su fortuna, la mujer ya se había adentrado en el club, lo que le permitía no tener que dar nuevas explicaciones.Mientras pensaba en esto, Mathias comenzó a avanzar hacia ella, con los ojos entrecerrados y una expresión que mezclaba sorpresa y algo que rozaba la incredulidad.Sofie lo miró, y vio un destello de dolor en sus ojos azules.—¿Sofie? —volvió a decir, esta vez en un murmullo, como si decir su nombre pudiera detonar una bomba.Sofie inspiró profundamente, y, con un grandísimo esfuerzo, se obligó a adoptar una expresión desconcierto, fingiendo no reconocerlo.—Lo siento, señor —dijo con un tono bajo y vacilante, aunque mantenía la compostura. No podía delatarse—. Creo que me está confundiendo.Sin decir nada, Mathias continuó obse
Después de una larga noche, Mathias y Lukas finalmente fueron liberados de la comisaría y ambos llegaron a la mansión. Afuera, la madrugada era implacable, y la mansión, envuelta en un gran silencio. Anna, el ama de llaves, quien se había quedado con los niños, probablemente estaría dormida, confiada en que los pequeños no despertarían hasta la mañana siguiente.Lukas, con el labio partido y una ceja abierta, se dejó caer en el sofá de cuero negro de la sala, soltando un profundo suspiro que mezclaba irritación y agotamiento. Mathias lo observó con el ceño fruncido y se paró frente a él, cruzándose de brazos.—Lukas, ¿en qué rayos estabas pensando? —exigió saber, rompiendo el silencio, con una voz que denotaba la falta de sueño—. ¿En serio te pareció que era buena idea meterte en una pelea en un club? ¿Sabes lo que pensarán los niños cuando te vean en ese estado deplorable?Lukas alzó la cabeza y esbozó una sonrisa cargada de sarcasmo, mientras se tocaba con cuidado la zona magullada
Dos días después del incidente en el club, la rutina en la mansión parecía haber vuelto a la normalidad que se había instalado desde que la llegada de los niños a la vida de Mathias.Mathias, sentado en la sala, repasaba al detalle una serie de documentos, mientras esperaba a Lukas, quien se encontraba encerrado en su despacho.Irritado, dado que los niños estaban a punto de bajar a desayunar, listos para su primer día de clases, Mathias dejó los papeles a un lado, y se encaminó a la improvisada oficina de su hermano.Al abrir la puerta, tal y como se temía, se encontró con Lukas frente a su estación de trabajo con los cinco monitores que le había conseguido, parpadeando a su alrededor. Lukas tecleaba frenéticamente, con el ceño fruncido, el cual, por momentos, era sustituido por una intrigante sonrisa.Suspirando, Mathias se acercó a su hermano menor, y, con tono firme, dijo:—Lukas, ¿en qué momento piensas salir de aquí? Te recuerdo que este no es tu único trabajo. Necesito hablar c
—Lo siento, señorita Vang. Lamentablemente, es cáncer. Terminal.La doctora continuaba hablando, pero las palabras ya no llegaban a Sofie con claridad.Cáncer…Terminal…La sentencia era implacable. No había margen para malinterpretaciones, y, mucho menos, para la esperanza.Sofie bajó sus ojos, mirando a los pequeños que se encontraban sentados junto a ella, absortos en sus mundos infantiles. Sus hijos… Sus preciosos trillizos.En ese momento, sintió el tirón de una pequeña manita. Era Emma, con sus ricitos rubios completamente desordenados, quien la miraba con su característica inocencia.—¿Estás bien, mami? —preguntó la pequeña, ladeando su cabecita, mientras sus grandes ojitos azules brillaban de curiosidad al ver que su madre tenía la mirada ausente.Las lágrimas de Sofie no tardaron en derramarse, rodando silenciosamente por sus mejillas, y la pequeña Emma frunció la nariz, desconcertada porque su madre llorara sin razón aparente, antes de mirar a sus hermanos. Ninguno de los tr
Mathias Lund frunció el ceño mientras recorría con la mirada los informes financieros que se encontraban encima de su escritorio. La oficina en su mansión era un santuario de eficiencia, libre de cualquier tipo de distracción. El monitor brillaba frente a él, y las gráficas en la pantalla demostraban que Lund Farma continuaba aplastando a la competencia.Sin embargo, había algo que lo hacía sentir incómodo: las inconsistencias en la sección de gastos. Alguno de los departamentos estaba gastando más de lo que había autorizado, y eso lo irritaba por completo. Nada en su empresa se movía sin que él lo permitiera.Pensando en que tendría que analizar la situación y ponerle remedio, se masajeó el puente de la nariz y cerró los ojos por unos segundos, permitiéndose un momento de descanso.Sin embargo, la calma duró muy poco. La puerta de su despacho se abrió, y tras ella apareció Jo Bensen, el jefe de seguridad de la mansión, con el ceño profundamente fruncido.—Señor Lund, hay algo que nec